Por Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y editor Suplemento Tres mil
La demolición de la Biblioteca Nacional que conocí me entristece. En sus pasillos me presenté como escritor. Fue el 11 de noviembre de 1999 cuando Jorge Ortíz Espinoza nos programó junto a Rafael Mendoza López para presentar nuestro primer plaquette: Tiempo en la marea. Con Rafael decidimos que nos presentara su papá: Rafael Mendoza. Sin embargo, el tráfico lo retrasó un poco y para poder iniciar el evento nos apoyó mi abuela Josefina Pineda de Márquez y el escritor Ricardo Lindo, ambos tenían una idea de nuestra incipiente creación. La intervención artística estuvo a cargo de mis tíos: Alba Márquez con el violoncelo y Julio Bautista con el fagot.
Recuerdo aquella primera planta de la Biblioteca llena de estudiantes del Colegio Salvadoreño Español y otros institutos junto a familiares y amigos que siempre son los primeros en darnos la mano. Ese día también nos acompañó el poeta José Roberto Cea, amigo de mi papá. Esa mañana de noviembre nos sentimos escritores consagrados en el templo de los libros de nuestro país, rodeado de estantes llenos de revistas, ensayos, tesis y con la hemeroteca en el sótano.
Jorge era demasiado generoso, era el encargado de las comunicaciones de la Biblioteca y se convirtió en el anfitrión de los escritores consagrados y jóvenes. Nosotros aprovechamos y agradecemos su bondad y promoción. En esos pasillos conocí a la mayoría de poetas jóvenes de mi generación: Carlos Clará, Danilo Villalta, Erick Chávez y William Alfaro del Cuervo; Luis Angulo Violantes de Tecpán; Alfonso Fajardo y Rainier Alfaro de Talega. Así como a docentes que también escribían. Deambulamos en esos pasillos a la espera del próximo recital o conversatorio o simplemente llegábamos a la oficina de Jorge para conversar. Teníamos entrada libre, sólo bastaba pasar la puerta principal para escalar las gradas rodeadas de escaleras eléctricas que jamás vi funcionando para después subir a la tercera planta a la oficina de Jorge que estaba después de recorrer pasillos en cuyas paredes nos observaban los ojos atentos de nuestros escritores clásicos con su expresión fuerte y sólida. Veía a Claudia Lars, a Salarrué, a Alberto Masferrer, a Arturo Ambrogi y a tantos más. Me preguntaba qué día colgarían la foto de mi padre o de la mía. Ahora sé que en ese edificio inaugurado en 1966 no sucederá.
Jorge era un verdadero entusiasta. Él no se limitaba a ser un anfitrión de conversaciones, promovía actividades dentro de las instalaciones, promovía entrevistas con los diferentes medios radiofónicos, televisión y prensa escrita. Pero también gestionaba talleres de formación para los escritores jóvenes. Tengo muy presente cuando en la azotea y con el mural de Carlos Cañas nos reunimos en una mesa larga para aprender acerca de arte métrico con Francisco Andrés Escobar. En esos años la Biblioteca estaba viva, aún no era dirigida por Manlio Argueta.
La primera vez que entré a esas instalaciones en 1992 no era la Biblioteca Nacional, era el Banco Hipotecario. Estudiaba sector grado y me habían dejado de tarea conseguir la fotocopia de giros bancarios. Así que desde la Santa Clara Sur nos fuimos caminando con Jaime Escobar para hacer nuestra solicitud. La gente fue amable y nos proporcionó todo. Al salir no me imaginé que dentro de esas paredes iniciaría mi vida como literato. Después de 2001 dejé de visitar la Biblioteca hasta que publiqué mis siguientes libros. Debía registrar mi obra con ISBN y dejar los cinco libros que por ley se deben entregar en ese registro. Así que dentro se resguardan mis libros: Tiempo en la marea (1999), Cantar bajo el vidrio (2000), La casa (2001), Cuentos de Ocio (2006), El último Salmo (2007), La decisión la venganza y otros cuentos (2010), Bitácora (2011), Experiencia y literatura (2012) y Nueve soy (2017). Sólo el último no lo gestioné yo, así como el de Bitácora que Carlos Clará me hizo el favor de solicitarlo. Pero sí fui a registrar libros que producimos con Ediciones La Fragua.
El momento más emotivo de mis visitas a la Biblioteca fue junto a Wilfredo Arriola y Rob Escobar, dos escritores y amigos con quien hemos bregado en estas sendas desde hace una década. Atravesamos ese lugar donde nos presentamos junto a mi generación como poetas jóvenes para bajar al sótano donde estaba la hemeroteca y comenzamos la exhaustiva búsqueda de escritos de mi papá, revisamos cada página de: 1976, 1977, 1978, 1979 y la mitad de 1980 donde tuvimos que parar cuando se cambió de gobierno en 2019 y la entrada fue más complicada.
Ahora que la pandemia nos cambió la vida y el futuro está lleno de incertidumbre para el mundo y nuestro país se ha sumido en un tiempo de separación y propaganda política, esa biblioteca que nos abrió sus puertas será demolida para dar paso a una estructura diferente, que se atractiva y moderna, pero como un mausoleo que se construye sobre la tierra apelmazada donde estuvo aquella Biblioteca Nacional que impulsó y construyó a los escritores de la Generación de posguerra y cuyos recuerdos seguirán vivos mientras los tengamos presentes y no se elimine lo poco que hemos escrito.