@renemartinezpi
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A pesar de que el FMLN no pudo parar las privatizaciones (segunda acumulación originaria de capital) y la dolarización –no obstante el poder social acumulado en la guerra- otra singularidad del proceso es que el “sentido común” del salvadoreño se va volcando a la izquierda, check sick y, ask and de ser así, case será la única fuerza social capaz de revertir esos hechos que son, en el fondo, expropiaciones económicas. La crisis de voracidad del neoliberalismo aceleró el fin de los gobiernos de derecha al devastar su hegemonía (llevándolos a juntar las mentiras con el chambre como estrategia propagandística) pero, en verdad, el triunfo de la izquierda era sólo cuestión de tiempo, ya que las tendencias vigentes –tanto históricas como demográficas- han erosionado, irreversiblemente, la hegemonía de los partidos reaccionarios que tienen liderazgos filibusteros y afiliaciones mercenarias.
Pero esa crisis del modelo capitalista en el país –a diferencia de los años 70 y 80- no ha generado una situación de crisis política ni de desestabilización al borde de la guerra (por el momento ni de parte de la izquierda) y se ha canalizado al mundo electoral en un país donde el Estado, aunque debilitado por la derecha por razones económicas (y que creyó que eso no se traduciría en una debilidad de su hegemonía) la gestión de Funes lo hizo empezar a funcionar; donde la cultura política de súbdito desplazó, hace tiempo, el centro de gravedad de lo político-social a lo mediático-electoral, sin embargo, de lo que se trata es de que el centro de gravedad de lo mediático-electoral sea lo político-cultural para pasar a una cultura política democrática que no se deje manosear por el miedo ni asustar con el cansino terrorismo mediático de los fantasmas del desempleo y del comunismo que, desesperada, está usando ARENA poniendo a la burguesía en una situación ideológica tan lamentable como perversa con la idea de dar lástima.
Así las preguntas sociológicas son: ¿Podrá “esta” izquierda salvadoreña cambiar a “este” país? ¿Realmente tenemos en términos político-ideológicos un país partido por la mitad o esa aseveración es otro fraude ideológico de la derecha retrógrada como el del consenso entre los extremos? Depende de qué entendamos por “cambiar” y depende de qué entendamos por hegemonía. Si se trata de gestiones estatales más honestas, más ordenadas y más favorables a los pobres, ello está fuera de duda. Si se trata de salir del neoliberalismo y contribuir a implantar un modelo de desarrollo justo parece dudoso que una izquierda demasiado moderada en un país muy polarizado en lo económico pueda gestar cambios de rumbo de largo fuelle.
La impresión es que todo dependerá de que el atomizado movimiento social –que tiene grupos espurios como Aliados por la Democracia- consiga superar su crisis de identidad e incluir a los pobres y los menos-pobres que son los más interesados en cambios reales. Pero el FMLN podría caer en esta trampa: recomponer él mismo la deteriorada hegemonía de ARENA al creer que en verdad representan hegemónicamente un 50% de la población y gobernar con ella como si fuese la más esencial, olvidando que ésta deslegitima al nuevo gobierno y olvidando que el conteo de votos no es hegemonía, sino únicamente una maquinaria electoral basada en el miedo y las amenazas, cuyos portadores no están dispuestos a defender sin condiciones la hegemonía de la burguesía.
Por ello la ecuación gramsciana (sociedad política + sociedad civil = Hegemonía) es fundamental, pues son los pilares teórico-prácticos no sólo del pensamiento político de Gramsci sino también de un gobierno de amplia participación. En términos sociológicos, la ambigüedad teórica del Estado en el pensamiento gramsciano tuvo como intención ampliar su definición y dinámica (en un período de transición) ya que Gramsci lo percibía no sólo como coercitividad jurídica, sino también como hegemonía política-cultural de una clase social sobre la sociedad entera, y en ese sentido el Estado cumple una doble condición que se desarrolla en la sociedad: la gobernabilidad y la contra-política o contra-hegemonía.
La sociedad política (que no tiene una clase política, sino políticos con intereses de clase) es el mundo de lo público y jurídico (coerción) representado por las cárceles y juzgados, entre otros, que en un momento dado intervienen para conservar el orden económico desplegado por el Estado de forma violenta, pero que a la vez es el punto de anclaje para los cambios significativos cuando la conciencia de clase explotada tiene los suficientes portadores preeminentes. La concepción del Estado de Gramsci está formada por los conceptos citados (sociedad política y sociedad civil) que son un binomio en su teoría del Estado y constituyen los conceptos socio-políticos y socio-históricos que son diferentes y a su vez equivalentes en la cotidianidad social plena, lo que Gramsci llamo bloque histórico, es decir la estructura y la superestructura.
En esos mundos es que se desarrolla-consolida la función hegemónica de la clase dominante sobre el resto de la sociedad cuando es una clase con clase y, cuando esa clase se pierde (y ya cuando la represión masiva no funciona) se recurre a la perversión y al chambre político, tal como está haciendo la burguesía salvadoreña en esta coyuntura. Acá aparece de nuevo el factor vital del concepto de Estado en Gramsci (hegemonía) que se traduce en el aparato ideológico en donde se monta lo que Marx llamó medios de producción ideológica como: la escuela, la iglesia, la universidad, los sindicatos, los gremios y los partidos. Por eso la oligarquía ahogó a la escuela y universidad públicas, enseñó en sus aulas la historia del victimario y asesinó maestros y estudiantes; por eso asesinó curas y monjas en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo; por eso hizo de los partidos prostíbulos o circos de tres pistas independientes; por eso reprimió a los sindicalistas, pues estaba perdiendo su hegemonía, una hegemonía que siempre fue artificial aun en sus momentos más fuertes en los que convirtió al Estado en educador popular para mantener el orden existente, pues recayó en él la función de hegemonía político-cultural burguesa sobre la sociedad, ejerciendo su liderazgo ideológico sobre la sociedad civil (tiempo-espacio sociológico donde se ejerce la hegemonía). Por eso tanto el General Romero (último militar como presidente) como el Mayor D´Aubuison decían ser los líderes de los salvadoreños, creando así un sistema de representación, creencia y valoraciones simbólicas destinados a sublimar la represión física y psicológica mediante la producción de una consciencia social falsa que garantizara de forma incondicional la dominación instaurada.
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