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La búsqueda de la luz. Por Mauricio Vallejo Márquez

Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
No era mi primera vez dentro de una sinagoga, ya antes había tenido mis reuniones con rabinos conservadores. Pero sí la primera vez que me invitaban a pasar al rezo de la tarde (Minjá) y mi inclusión como invitado en el camino de la aliyá (retorno).  Después de un par de horas conversando con el More Eliyahu Franco, líder de la comunidad, tenía patente de corso para ingresar a la Sinagoga Ortodoxa Beth Israel, que tenía relaciones con Shavei Israel además de un sinfín de conocimiento. Vi a aquellos hombres vestidos con trajes negros y kipás balancearse y seguir al jazán (cantor que lidera) con una fidelidad que parecía coreográfica, cada uno con su sidur (libro de rezos) sostenido en un stender.
Aquello me impactó.
Desde esa tarde asistí a cada uno de los rezos: El matutino (shajarit), el de la tarde (Minjá) y al de la noche (Arvit). No era fácil, porque hay que madrugar, caminar mucho. Sobre todo en Shabat. Cada uno de ellos tenía su simbolismo y sus similitudes como la lectura del salmo 145. Lo primero que noté es que la Amidá (el rezo silencioso) en el que se hace peticiones, tenía el ideario de la confianza sobre la búsqueda del individuo, era como aceptarse tal y como uno es y dejar las cargas sobre el creador.
Aquello me impactó más y me hizo más indagador.
Cómo existía una biblioteca, decidí tomarme mi tiempo y leer lo que pudiera para comprender el mundo judío y a mí mismo. Me sentía sumamente atraído por los orígenes sefardíes de mis padres y abuelos, y por eso estaba dentro de la sinagoga, descubriéndome y reconstruyendo lo que consideraba mis raíces. Y no puedo negar que aprendí mucho.
Fue siguiendo las máximas del Talmud: “Quien no aumenta su conocimiento, lo disminuye”. Y entró en mí esa voracidad por aprender aún más. No me conformaba con los materiales de la Sinagoga, indagaba en internet. Conversaba con los rabinos invitados, me comunicaba con otros en Sefarad y en Bosnia, con algunos aún tengo comunicación. Aprendí  a hablar y leer en hebreo (al menos a distinguir con claridad las letras) dentro de lo que cabe, porque es más complejo que solo ver la palabra. Cada letra tiene su significado, su simbolismo y su valor numérico. Aquello era un universo de conocimiento que cada vez me seducía más.
Disfrutaba leer la ética judía (Musar) y analizar el pentateuco (La Torá). Logré ver que mi posición desde el cristianismo y mi insipiente judaísmo era tan limitada ante los sabios que habían explicado, analizado y explicado todo aquello. Y quizá fue en ese momento que mi mente se abrió aún más y me percaté que el mundo era excesivamente más amplio que esas paredes, este país, nuestro continente, el universo. Y todo fue abriéndose en cada Yom kipur, Purim, Shabat que estuve ahí.
Sigo reconstruyéndome. Mi camino es buscar el conocimiento, descubrirme, saber quién soy y hacia dónde voy. Soy consciente que es tan amplio el camino y divergente como aceptar nuestra sombra y continuar con nuestros pasos hacia la luz, siempre hacia la luz para entender que no nos comprenderemos nunca, pero nuestra búsqueda será siempre.
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 Licenciado en Ciencias Jurídicas
 Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000

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