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La caída de la socialdemocracia

Iosu Perales

La crisis de la izquierda en Europa es la crisis de la pérdida de credibilidad en partidos que se han desnaturalizado y convertido en organizaciones muchos de cuyos miembros son profesionales de la política y actúan como alumnos aventajados del gran Protágoras, sofista griego que enseñaba a defender una idea y la contraria con el mismo énfasis. Es también, en palabras del político brasileño Tarso Genro la crisis de las promesas de justicia, igualdad, emancipación y, de manera muy especial, de un proyecto civilizatorio.

El paisaje político de Europa se encuentra en proceso de reestructuración y ese proceso va debilitando a la socialdemocracia europea. Su apoyo entre los electores disminuye. En la Europa actual, los gobiernos de tipo socialdemócrata son más la excepción que la regla. La crisis de la socialdemocracia no es solamente por la falta de una propuesta alternativa en cuanto a modelo económico y social, sino que afecta asimismo a su propia identidad ideológico-política. Su situación actual  está cada vez más alejada de la hegemonía cultural y política que logró en algunos tramos de la segunda parte del siglo XX.

Es un hecho que frente a la fuerza del capital financiero que bloquea los proyectos emancipatorios, incluidos los reformistas, la socialdemocracia ha sucumbido. No es banal afirmar que en el marco de los estados-nación democráticos, modernos, fue posible poner en marcha el proyecto de la socialdemocracia, dado que era más accesible conseguir un equilibrio entre capital y trabajo. Debilitados los estados-nación, casi todos los pilares históricos de la socialdemocracia han ido cayendo. En cierto modo paga así su júbilo irresponsable al jalear una globalización y una Unión Europea que va deshaciendo las identidades de clase y coloca a las mayorías sociales en la resignación frente a poderes que actúan en la sombra y nos dictan cómo vivir.

En un escenario de debacles o derrotas electorales que constituyen el decorado de su crisis, la socialdemocracia ha elegido adaptarse a los motores neoliberales y muchos de sus dirigentes, bien por la vía de las famosas puertas giratorias o incluso gratis, se han pasado a la orilla de los poderes fácticos.  Es verdad que los pronósticos sobre la “pasokización” de toda la socialdemocracia no se han producido aún, ya que su inserción en las instituciones y su funcionalidad para la alternancia de gobierno con la derecha tienen todavía su importancia, señala el politólogo francés François Sabado. Ahora bien, los méritos de algunos partidos como el PSOE sí van en la dirección de convertirse en un partido menor sobreviviendo al amparo de la derecha con la que tiene en común frenar el ascenso de fuerzas políticas a su izquierda que puedan desbordar el régimen del 78.

Pero digo más. Junto a las realidades electorales y las caídas organizativas los partidos socialdemócratas están afectado por los cambios históricos de la sociedad mundial. Aquel neoliberalismo que se fue gestando en Davos en los años setenta ha podido con las pequeñas resistencias socialistas y sigue deconstruyendo conquistas sociales arrancadas por el movimiento obrero y popular, al tiempo que ha ido tejiendo una nueva hegemonía cultural y de valores que le asegura la lealtad de una parte de la sociedad a su proyecto. A tal punto que la socialdemocracia ¡no es siquiera socialdemocracia! Sobre todo no lo es desde el comienzo de la última crisis, en 2008.

François Sabado cree firmemente que hoy la socialdemocracia en cuanto toca poder se comporta como agente directo, aventajado, de la Troika y sus políticas de austeridad. La modificación del artículo 135 de la Constitución española con el gobierno Zapatero y el apoyo del PSOE y del PP, dando prioridad al pago de la deuda sobre las coberturas sociales, es la consagración del enterramiento de los ideales socialdemócratas, por más que portavoces del PSOE de hoy hablen de invertir el legado de Mariano Rajoy. Este artículo 135, en tanto en cuanto no sea corregido, seguirá siendo la prueba de una gran traición.

Pero les diré más, algo tremendo: los partidos socialistas en Europa están llevando a cabo una integración sin precedentes en las altas esferas de los Estados y de la economía globalizada. Son cada día menos obreros y más burgueses, lo que significa una mutación, un cambio del relato socialdemócrata. La sociedad a la que aspiran es muy parecida a la que ya tenemos, sólo que corrigiendo los excesos del neoliberalismo. Lo de socialismo es simplemente una herencia del pasado, una marca distintiva que recuerda su mayor sensibilidad social. De modo que su decisión de facilitar el acceso al gobierno de Mariano Rajoy aunque sea vivida por muchos socialistas como un mal menor para evitar una severa nueva derrota electoral, para una elite de sus dirigentes, bajo inspiración de Felipe González, se trata de aprovechar el paso dado para cambiar las bases y objetivos de la socialdemocracia. Es una operación estratégica.

La adaptación de la socialdemocracia a la crisis le convierte en una pieza clave del dispositivo neoliberal. Pero en realidad, lo que ocurre es que la socialdemocracia se está inmolando para mantener un orden que ya no se puede sostener. ¿Cómo explicar esta transformación? Quienes creyeron que la respuesta de los partidos socialistas europeos sería de corte neokeynesianas, de relanzamiento de la demanda, de intervención pública más fuerte, se han equivocado. Cuando no han sido ellos los emprendedores, han dado continuidad a las políticas de austeridad, a veces con la brutalidad que se conoce en Europa del Sur. Son más neoliberales que social liberales.

En Francia, el socialista Manuel Valls viene afirmando que hay que eliminar todas las referencias socialdemocratas. Macron, banquero y Ministro de Finanzas de Hollande, ha ido más lejos: “Debemos abandonar todas las antiguallas de la izquierda”. Susana Díaz en el último comité federal del PSOE dejó dicho: “No somos ni de izquierdas ni de derechas”. Algo que por cierto nada tiene que ver con ser de izquierdas y hacer políticas transversales superadoras del eje derecha-izquierda para lograr el apoyo de mayorías sociales a un cambio de régimen.

Es un hecho que las alas derechas socialistas están a la ofensiva, pero hay que decir al mismo tiempo que frente a quienes proponen el viraje hacia una adaptación al neoliberalismo, las distintas oposiciones que se manifiestan en su interior, no plantean siquiera un reformismo fuerte y aún menos las ideas históricas de la socialdemocracia. Las políticas neoliberales no son corregidas más que marginalmente. No hay pues motivos para ser optimistas sobre el futuro del PSOE.

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