LA CAJA MAGICA
No vemos las cosas como son, sino como somos.
Jiddu Krishnamurti.
La descubrió poco tiempo después de su quinto cumpleaños, fue una serendipia. Una misteriosa caja oblonga, color celeste, con tapadera del mismo color.
Estaba en la bodega de la carpintería familiar. Al fondo, detrás de sobras de madera y muebles sin terminar.
La abrió con curiosidad. El interior era mullido. ¿Qué cosa valiosa habrá transportado dentro, antes de desecharla? Ahora era suya, lejos de miradas entrometidas.
La carpintería y la casa paterna estaban contiguas, separadas por una puerta. Corrió a su recámara, abrió el baúl de juguetes, tomó sus muñecas y regresó a la caja. De inmediato se transportó al salón de baile de un palacio, donde las muñecas, al son de la música, danzaban dando vueltas sin cesar.
Otro día, junto a su oso de peluche, surcaron el océano buscando aventuras. Arribaron a una isla desierta, con montañas de aserrín y virutas de madera. Escarbaron en ellas, buscando tesoros de piratas.
La caja fue nave espacial, que primero la llevó a la luna, después al sol y más tarde a las estrellas. Era el autobús de sus juguetes, luego un auto de carreras y más tarde submarino con el que exploraba el fondo del mar.
La transformó en parque zoológico, que pobló con animales exóticos, entre ellos un dinosaurio que tomaba pacha y un ratón elegante, con botas, abrigo y chistera.
Con tapadera, la caja era escritorio para sus libros de colorear, también cocina de restaurante y una plancha para hacer pupusas.
Con cojines la hizo sofá-cama, donde pasaba las tardes leyendo sus libros de cuentos. Cuando se cansaba, dormía dentro la siesta.
La bodega era su cuarto de juegos ampliado, llena de sitios interesantes para explorar. La recorría lupa en mano, estudiando hormigas, lagartijas, escarabajos y arañas gigantes. También, encontró uno que otro ratón volador.
¡Cómo disfrutaba su querida caja!
Un día llegó a la bodega. No encontró la caja en el lugar de siempre. El espacio estaba vacío. La buscó desesperada, por toda la bodega, sin encontrarla.
Llorando, corrió a casa buscando a su madre.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
—¡Mi caja mágica desapareció!
—¿Cuál caja mágica, hija?
—La celeste que estaba en la bodega.
—¡Ah! Esa caja se la regalamos hoy por la mañana al vecino.
—¡Era mía! ¿Por qué lo hicieron?
—Es un hombre muy pobre y su esposa falleció. ¿Para qué otra cosa se puede usar un viejo ataúd?
Por: Carlos Hurtado, escritor y fotógrafo