Pedro Lemus,
Periodista
Tonacatepeque es uno de aquellos pueblos desde donde se alcanzan a ver las cimas del cerro de Guazapa. Ahí, una noche al año, en víspera del día de Difuntos todos los personajes de las leyendas salvadoreñas cobran vida. Entre antorchas, se dan cita el Cipitío, la Siguanaba, el Padre sin Cabeza, el Cadejo, el Justo Juez y la Carreta Chillona. Todos comen ayote en miel. Pero no hay miedo, hay cuetes y música, fotos y risas porque esto, en Tonacatepeque, se llama Día de La Calabiuza.
Todos los 1 de noviembre, los jóvenes y no tan jóvenes de Tonaca recrean con sus máscaras y trajes a esos personajes que nuestras abuelas nos describían como castigos en los caminos para los tunantes o personas de malas intenciones. Con la Calabiuza, los jicameros rescatan una de las tradiciones que alguna vez se celebró a nivel nacional.
Una fiesta única en Centroamérica. Al menos eso dicen quienes la organizan y participan de ella.
A pesar de lo que podría creerse, la Calabiuza no es tan vieja: todavía no alcanza los 50 años. Sus orígenes se remontan a las últimas dos décadas del siglo XX; para ser más exactos a la segunda mitad de la década de los 8o’s, es decir, en medio de las balas de la guerra civil. Tonacatepeque pintaba como un lugar por el que valía la pena gastar algunos tiros y arriesgar la vida: su relativa cercanía de San Salvador, de la base militar aérea en Ilopango, del cerro de Guazapa (el foco guerrillero más inmediato a la capital) y ser punto de unión (en aquel entonces sin anillo periférico) entre las carreteras Troncal del Norte y Panamericana lo podía justificar.
Sin embargo, para comprender mejor esta celebración, es necesario diferenciar dos fiestas que se fusionaron con el paso de los años: la pedigüeña del ayote y la Calabiuza.
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En El Salvador los días uno de noviembre se celebra el católico Día de Todos los Santos donde, según el cuento popular, San Pedro en su papel de custodio de las llaves del cielo otorga un permiso especial a las almas de los fieles para que bajen a la tierra con la condición de que sólo pueden alimentarse de ayote (calabaza) en miel.
Con este relato como fondo, los niños salían de sus casas por las noches con una matata (cebadera o morral) vestidos de ángeles los unos y de inditos los otros recorriendo las calles del pueblo entonando el estribillo ángeles somos/del cielo venimos/ayote pedimos para nuestro camino, mino, mino. Efectivamente, a los pequeños se les entregaba ayote en miel, golosinas, tamales y, si había suerte, también dinero.
Uno de los participantes de la primera hora de la Calabiuza fue Pedro Funes, un activista social y medioambiental actualmente radicado en Canadá; que relataba como su padre, don Andrés, conoció esta tradición en el cantón El Tránsito con el nombre de día de San Quilibrijo aunque la denominación no hace referencia a un santo real o popular. Con este nombre también fue conocida en el cantón La Fuente, uno de los más importantes del municipio.
Además, la Casa de la Cultura local mantiene en sus archivos relatos donde a la pedida también se le conoció en el pueblo como día de San Caralampio y, que en el ya citado cantón La Fuente, la gente regalaba tamales ticucos.
Sin embargo, esta pedigüeña de ayote como tal no es una fiesta exclusiva de Tonaca.
En el año 2011 miembros del ahora extinto Comité de Festejos de Tonacatepeque (COFESTO) se encontraban publicitando la celebración en Radio Maya Visión, cuando recibieron llamadas procedentes de los cantones del oriental departamento de San Miguel y de otras localidades más cercanas a la zona central del país, quienes contaban que ellos de pequeños también participaron de la pedida en sus localidades
En años recientes, notas televisivas mostraron como en Citalá (en el departamento de Chalatenango y fronteriza con Honduras) también recuperaba la costumbre de la pedigüeña. Otra localidad que recupera esta celebración fue Ciudad Delgado, donde las similitudes con la Calabiuza de Tonacatepeque son muy parecidas.
A pesar de estos casos, existe uno en particular que a pesar del paso del tiempo se mantiene casi intacto y que guarda una similitud sorprendente con lo que se hace en Tonaca.
En Izalco y Nahuizalco, municipios con marcada presencia indígena del occidental departamento de Sonsonate, se realiza la fiesta de los Canchules, donde los familiares construyen un altar colocando en él ofrendas a los fallecidos, similar a la fiesta del Día de Muertos mexicana. Los vecinos van por las calles de esas poblaciones del occidente del país entonando el estribillo “ángeles somos/del cielo venimos/canchules pedimos para nuestro camino”.
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Era de noche en Tonaca ese día que el calendario marcaba el uno de noviembre mientras corría el año de 1987, cuando uno de los constantes ataques al tendido eléctrico por parte de las fuerzas insurgentes dejó sin electricidad a la ciudad jicamera. Esto no detuvo a la tradición: los niños se armaron de velas y los viejos de una guitarra y un pito (flauta artesanal) para acompañar aquella procesión sin santo.
Nacía, aún sin saberse como tal y casi por joder, el día de la Calabiuza.
Fue con la llegada de la paz en 1992 que a los protagonistas con más edad en aquella tradición de pedir ayote se les ocurrió la idea del siglo: disfrazarse. Pero, ¿de qué? La influencia norteamericana había exportado a El Salvador el concepto del día de las brujas o Halloween el 31 de octubre y existía entre los impulsadores de aquello un sentimiento general de no convertirse en un apéndice de esa celebración.
La decisión fue hacer protagonistas a las leyendas salvadoreñas: el Cipitío, la Siguanaba, el Cadejo, el Padre sin Cabeza, el Justo Juez, la Carreta Chillona, las Ánimas, la Llorona, el Diablo y ambientados con un son de pito y tambor que alguien enseñó y, ahora si, quedó el Día de La Calabiuza como tal.
“Los jóvenes bailaron en una esquina del barrio San Nicolás por horas al son del pito y el tambor y rápidamente fueron rodeados por vecinos, quienes atraídos por el bullicio disfrutaron de un momento ameno. El siguiente año , el número de niños y jóvenes que representaban a los personajes mitológicos se incrementó y esta vez ya no solo bailaron en una esquina, sino que decidieron hacer un recorrido por la ciudad; al paso de los mismos, los pobladores salían de sus casas y acompañaban al grupo, quienes al final del recorrido se concentraron en el parque para cerrar con sus danzas”. Así reseña la web jicamera mipuebloysugente.com el primer Día de la Calabiuza.
A esta fiesta es difícil colocarle un año en su partida de nacimiento ya que los testimonios de los primeros participantes varían desde 1990 a 1992. “La verdad es que no comprendimos en ese momento el alcance que esto iba a tener”, diría más de 20 años después Funes.
Durante los primeros años de La Calabiuza, la Radio Comunitaria Tonacatepeque, fundada Pedro Funes y René Estrada, jugó un papel potenciador de la fiesta, apoyando esta nueva etapa y organizando el certamen que otorgaba premios a las representaciones más originales de los mitos cuscatlecos donde profesoras de la localidad asumían el papel de jurados.
Sería a mediados de los noventas que las municipalidades, empezando por la encabezada por Julio Barrera Fuentes, asumirían el papel de gestores de la fiesta.
Con los hechos presentados hasta ahora, se llega a la conclusión que el Día de La Calabiuza es una fusión de la antigua pedigüeña de ayote con el desfile de los diferentes personajes de las leyendas salvadoreñas realizado en Tonacatepeque.
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La fiesta logró proyección nacional e internacional. Corresponsales de medios como CNN, Univisión, Rusia Today, AFP y Reuters conocen aquellas calles de Tonaca. Este festival es luego de las fiestas patronales, en la primera semana de diciembre, uno de esos eventos que congrega a propios y extraños; y que (hay que decirlo) es la mejor carta de presentación de un municipio que muchas veces es reseñado como uno de los más violentos del departamento de San Salvador.
A pesar de los esfuerzos institucionales de la alcaldía y la Casa de la Cultura, así como los medios de comunicación locales, como las webs Mi pueblo y su gente, MyTonaca y la Radio Tonacatepeque por remarcar que la fiesta se centra en el rescate y difusión de los personajes de las leyendas salvadoreñas, existen hechos que dejan entrever variantes que no están en el guión.
Cuando los diversos medios de comunicación nacionales empezaron a interesarse en aquel singular festival, hubo que luchar contra un sambenito nombre que a los jicameros les sonó a lápida: el Halloween salvadoreño. Diversos sectores cargaron para que se eliminara ese adjetivo. Sin embargo, en 2015, el programa televisivo “Arriba mi Gente” de Canal 21 de Megavisión recurrió al cliché de utilizar la famosa canción “Thriller” de Michael Jackson como fondo de su reportaje.
Por su parte, desde desde el año 2010 son los mismos participantes los que están poniendo de su parte para agregar detalles extra a la celebración. En una ocasión, uno de los grupos juveniles utilizó tambores característicos de una banda estudiantil en lugar de los artesanales de cuero, al ser interrogados por los presentadores del porqué utilizaban estos modelos y no los acostumbrados instrumentos respondieron que estaban “modernizando la cultura”. Al año siguiente la municipalidad vetó tales instrumentos.
Lo que ya se convirtió ya en algo común es que los grupos de jóvenes que participan en La Calabiuza también se disfracen (o tropicalicen el concepto) de los zombis o muertos vivientes. Estos personajes, que todavía no pueden ser justificados en la fiesta por los grupos que los presentan, son tolerados por las autoridades culturales y municipales debido a que son un elemento de bullicio, de espectáculo, ya que al detenerse en las esquinas entonan el estribillo y luego gritan a más no poder tirándose al suelo como si se tratara de un ataque epiléptico colectivo.
Aunque estos detalles no logran la deformación de la fiesta, sectores como La Mascarada de la colonia El Tejar y el Grupo Scout local han tratado que la municipalidad haga un llamado de atención sobre estos zombis porque, en su criterio, son un elemento que abonan a deformar la visión que el turista y los medios de comunicación puedan hacerse sobre La Calabiuza.
Por su parte, de la pedigüeña de ayote original casi nada queda. Son contados los hogares donde se sigue regalando ayote en miel; ahora los niños ya no salen con sus velas sino es por iniciativa de los encargados de turismo de la alcaldía quien también paga la elaboración de cantidades industriales de ayote en miel para los visitantes.
En los últimos años, la municipalidad cabildea con el apoyo de diputados de ARENA que La Calabiuza sea reconocida por parte de la Asamblea Legislativa como patrimonio nacional inmaterial.
Mientras, cada uno de noviembre, los jicameros saldrán a las calles con sus calabiuzas, esos morros vacíos y agujereados por todos lados que con una vela dentro sirvieron durante años para iluminar la callejera pedigüeña y que ahora tienen el rostro de las calabazas de Halloween como herencia de los primeros años; un detalle que acabó convirtiéndose en algo tan natural en la fiesta sin que nadie se fijara en ello.
Publicado originalmente en 2015
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