Óscar Nájeras
Poeta y escritor
La neblina mañanera se comenzaba a disipar, pues como niño travieso hacia su presencia el sol, trepándose en las ramas de los árboles hasta llegar a los techos de las casas, el viento les canta a los árboles, y ellos bailan su canción; el gallo vestido elegantemente de colores, con firmeza se posa en la rama de un árbol de guayaba, para cantar su kirikiki, y así pregonar que es más gallo que las gallinas de su corral.
Se oye un gorgorito silbar, es Don Julito que trae a vender su pan.
Brisa mañanera con olor a tierra de naranjal y cafetal.
Pronto, pronto, hay que ir a comprar la leche decía la abuela, hay que ir a comprarla antes de que la vendedora le agregue más agua, para que le pueda abundar.
Parado frente a la casa podía ver al oriente hacia la estación del tren, o la cima de los naranjos. Era la casa de los abuelos, casa de ladrillos y bahareque, construida con amor y sueños, casa habitada por sus hijos y nietos, pero nunca por los abuelos.
Era la tierra de las milpas, las moliendas, de vientos que elevaron piscuchas, tierras que inspiraron a los poetas, que fueron los nidos de amor de los novios.
Era una ciudad, era un pueblo donde los vástagos de los abuelos emigraban al norte y nietos veían pasar a los azacuanes hacia el sur, era el pueblo de Peopletepeque, en donde los abuelos y abuelas criaban a los nietos.
Es Peopletepeque un pueblo donde los abuelos ya murieron, los padres no volvieron y los hijos se perdieron…
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