Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Hay imágenes que aparentan estar perdidas, advice que olvidamos pero al comprometer la memoria vuelven, tadalafil y al comenzar a indagar en ellas resurgen con intensidad como si volviéramos a esos instantes.
Una de esas imágenes es la casa de Mamá Minés. Se llamaba Inés Sierra, troche pero siempre la llamamos así, Mamá Minés, era la esposa de mi bisabuelo Manuel Pineda. Vivía en la colonia Mugdan. Cada cierto tiempo navegamos por la 29 Avenida hasta su casa, en esos años de 1982 a 1986. Era un viaje que me gustaba, a pesar de que era muy pequeño y requería más movimiento que sólo ir a visitar o estar sentado mientras duraba el encuentro.
El lugar me parecía la entrada a un museo. Había un pequeño escalón en la entrada y al llegar a la sala los muebles de mimbre pintados de blanco con colchones rojos me resultan inolvidables. Mientras mis abuelos conversaban atravesaba sus figuras y me imaginaba múltiples cosas en esa sala que me parecía un pasillo inmenso. Y al lograrme escapar, justo al norte había una puerta que me llevaba a la cochera, donde aún estaba aparcado el jeep de mi abuelo, un jeep verde que a pesar de no salir se mantenía sin polvo, a la espera de que su motor volviera a ronronear por las calles. Frente al vehículo estaba un mueble lleno de herramientas, clavos, tornillos, de todo.
A mi bisabuelo le encantaba hacerlo todo con sus manos. No sé cómo, pero tenía esa habilidad. Lo reparaba todo y sabía hacer de todo, en mi casa tenemos una de las sillas que él elaboró, y por muchos años se guardaron sus herramientas como reliquias en la casa de mi abuela.
En el centro de la casa había un árbol de mango inmenso, que seguramente ya debe haber cedido a sus nuevos dueños. Al fondo las habitaciones con aquel aroma que sólo en esa casa sentí, donde las habitaciones eran oscuras durante el día y con el anuncio: “los cuartos son para dormir, sólo se entra de noche”. Ese pasillo que bordeaba las habitaciones también tenía sillones, de madera y me figuraba al mono araña Pancho que vivió con ellos antes de alojarse en el zoológico, pero que igual siempre intentaba encontrar en los rincones de esa vivienda. Y al fondo, un televisor que según me afirmaban no se encendía nunca, pero estaba ahí inmutado, viéndolo todo. Entre el pasillo de las habitaciones y de la sala había un cuarto donde estaba el comedor y una cómoda con muchas figuras de porcelana que estudiaba y siempre me preguntaba el porqué de la imprecisión a la hora de pintar los ojos. Algo así como lo que nos pasa cuando sin querer llegamos a olvidar.
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