German Rosa, rx s.j.
Las desigualdades se han ido consolidando a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. El Programa de las Naciones para el Desarrollo ha publicado datos importantes al respecto: “En 1960, hospital el 20% más rico de la población mundial registraba ingresos treinta veces más elevados que los del 20% más pobre. En 1990, el 20% más rico estaba recibiendo sesenta veces más”. (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), El abismo de la desigualdad. Informe sobre desarrollo humano 1992, Cristianisme i Justicia, Barcelona, 1992, p. 5). Estas desigualdades son escandalosas, pues el crecimiento económico, según el modelo económico y político neoliberal y su correlato de la democracia formal, ha favorecido la construcción de un tejido en la sociedad, que propicia la participación individual. En ella cada cual ha ido practicando la libre elección ante las distintas posibilidades y oportunidades que se le presentan; destacándose así el pluralismo y la igualdad de oportunidades. No obstante, se observa que se ha ido configurando una clara separación y distinción de los ciudadanos hasta llegar a la brecha que separa una minoría que se ha enriquecido y una mayoría que se ha empobrecido.
Si distribuyéramos el Producto Mundial Bruto en 4 partes, nos daríamos cuenta de las grandes asimetrías y grandes desproporciones. En 1995 el 89% del Producto Mundial Bruto le correspondía al 25% que constituye el sector más rico de la población mundial, mientras que al 75% de la población mundial le correspondía solamente el 11% restante. La situación es aún más dramática cuando nos damos cuenta que al 25% más pobre le correspondía tan sólo el 1,43% del Producto Mundial Bruto.
En el umbral del nuevo milenio la tendencia a la alta concentración de la riqueza y las desigualdades se consolidan: “El ingreso total de los 500 individuos más ricos del mundo es superior al ingreso de los 416 millones más pobres. Más allá de estos extremos, los 2.500 millones de personas que viven con menos de dos dólares al día –y que representan el 40% de la población mundial– obtienen sólo el 5% del ingreso mundial. El 10% más rico, casi todos ellos habitantes de los países de ingresos altos, consigue el 54%”. (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Resumen Informe sobre Desarrollo Humano, Editora Charlotte Denny, Wellintong, Nueva Zelandia, 2005, p. 18).
La civilización de la pobreza es la civilización del trabajo
Ante esta tendencia de una globalización que se va configurando según el modelo de crecimiento neoliberal y la cultura posmoderna, la necesidad de retomar la utopía de una sociedad participativa, justa y solidaria es de carácter prioritario. Ignacio Ellacuría llamó a este sueño “la civilización de la pobreza” o civilización del trabajo.
¿Qué entiende Ignacio Ellacuría por civilización de la pobreza? En principio hay que aclarar que el P. Ellacuría, cuando habla de este tema, no propone la aceptación conformista del estado de la pobreza, la miseria y de la exclusión en la sociedad. Lo que propone es un orden mundial fundado en el espíritu de la solidaridad para universalizar los bienes y el bienestar para toda la humanidad: “La civilización de la pobreza se denomina así por contraposición a la civilización de la riqueza y no porque pretenda la pauperización universal como ideal de vida. Ciertamente, la tradición cristiana, estrictamente evangélica, tiene una enorme desconfianza con la riqueza, siguiendo en esto la enseñanza de Jesús, mucho más clara y contundente de lo que pueden ser otras que se presentan como tales. Asimismo, los grandes santos de la historia de la Iglesia, muchas veces en manifiesta pugna reformista contra las autoridades eclesiales, han predicado de una manera incesante las ventajas cristianas y humanas de la pobreza material. Son dos líneas que no pueden ser pasadas por alto […]. En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital – riqueza, es menester suscitar un dinamismo diferente que lo supere salvíficamente.
Esto se logra, por lo pronto, mediante un ordenamiento económico, apoyado en y dirigido directa e inmediatamente a la satisfacción de las necesidades básicas de todos los hombres. Solo esta orientación responde a un derecho fundamental del hombre, sin cuyo cumplimiento se irrespeta su dignidad, se violenta su realidad y se pone en peligro la paz mundial”. (Ignacio Ellacuría, “Utopía y profetismo desde América Latina. Un ensayo concreto de soteriología histórica“, en Escritos Teológicos, Tomo II, UCA Editores, San Salvador, El Salvador, 2000, pp. 274 – 275).
La civilización del trabajo o civilización de la pobreza es la antítesis de la civilización del capital. La civilización del trabajo subordina el capital al trabajo, prioriza la realización y la planificación de la persona a la acumulación: “El trabajo produzca o no valor y últimamente se concreta en mercancía y capital es, ante todo, una necesidad personal y social del hombre para su desarrollo personal y equilibrio psicológico, así como para la producción de aquellos recursos y condiciones que permiten a todos los hombres y a todo el hombre realizar una vida liberada de necesidades y libre para realizar los respectivos proyectos vitales. Pero entonces se trata de un trabajo no regido exclusiva ni predominantemente, directa o indirectamente por el dinamismo del capital y de la acumulación sino por el dinamismo real del perfeccionamiento de la persona humana y la potenciación humanizante de su medio vital del que forma parte y al que debe respetar.
No son pocos los hombres y mujeres de ayer y de hoy que estarían de acuerdo con esta propuesta general de sustituir una civilización del capital por una civilización del trabajo, lo cual no consiste en la aniquilación del capital y de sus dinamismos, sino en la sustitución de su primacía actual, tanto en los países capitalistas como en los países socialistas, por la primacía del trabajo”. ( Fundación Alfons Comín, Discurso de Ignacio Ellacuría Rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, Barcelona, Noviembre de 1989, p. 12).
En la civilización del trabajo lo más importante es el ser humano
En la civilización del trabajo lo más importante es el ser humano y el capital pasa a un segundo plano, pues debe estar en función del trabajo y de las personas. Esta propuesta solo es posible con una actitud esperanzada y utópica, teniendo como protagonistas de la misma a los empobrecidos y oprimidos en esta civilización del capital. La civilización del trabajo es una propuesta pensada desde el reverso de la historia y es al mismo tiempo subversiva.
Sin embargo, la civilización del trabajo quedaría afónica sin las concreciones necesarias y las mediaciones históricas requeridas, por lo que es necesario crear modelos económicos, políticos y culturales que la hagan posible frente a una civilización del capital. Y es aquí donde los intelectuales de todo tipo, esto es, los teóricos críticos de la realidad, tienen un reto y una tarea impostergables. No basta con la crítica y la destrucción, sino que se precisa una construcción crítica que sirva de alternativa real (Cfr. Ibíd., p. 12).
Esta gran tarea es la que asumió la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” en los años 80’s. En ese contexto, el P. Ellacuría lo expresaba de esta manera: “Lo pretendemos hacer universitariamente, pero esto no significa primariamente mediante la formación de profesionales, punto también importante pero ambiguo porque el país necesita un acelerado desarrollo económico, sino mediante la creación de un pensamiento, de modelos, de proyectos que arrancando de la negación superadora de la realidad circundante y tratando de que esa negación activa entre a formar parte de la conciencia colectiva, avance hacia soluciones tanto coyunturales como estructurales en todos los ámbitos de la realidad nacional, tanto política, como religiosa, tanto económica como tecnológica, tanto artística como cultural. Esto requiere la mayor excelencia académica posible y sin la que poco contribuiríamos como intelectuales a problemas de tal complejidad; requiere también una gran honestidad que no es sólo vocación de objetividad sino pretensión de máxima autonomía y libertad; requiere finalmente un gran coraje en un país donde las armas de la muerte te estallan con demasiada frecuencia en la más amenazante de las proximidades” (Ibíd., p. 13).
La labor universitaria la realizó el P. Ignacio Ellacuría desde una opción libremente parcial a favor de las mayorías empobrecidas. Dicha opción no está reñida con la verdad, más bien, la opción preferencial por los pobres es conditio sine qua non o condición fundamental para llegar al conocimiento de la verdad histórica en el país, y también se convierte en la postura epistemológica más adecuada porque tiene afinidad con la identidad cristiana, que asume el desafío de la injusticia, pero a su vez la justicia buscada queda profundamente iluminada desde lo que es la fe vivida en la opción preferencial por los pobres.
Apostar por la civilización del trabajo en el contexto de una globalización excluyente
Ante la opulencia de los países desarrollados y los centros hegemónicos en el planeta, la solución no es aceptar pasivamente las grandes contradicciones que existen en grandes regiones del mundo y que podemos constatarlas. En donde hay concentración del bienestar y los beneficios generados por la civilización de la riqueza, hay grandes mayorías empobrecidas, excluidas viviendo en la miseria. La propuesta para lograr la felicidad humana no consiste en consolidar las estructuras, las redes y tejidos globales viviendo en la civilización de la riqueza, sino que pretende apostar por la construcción de la civilización del trabajo, la civilización de la pobreza que es la concreción histórica del reinado de Dios, el P. Ignacio Ellacuría lo expresó así: “Es en esta situación donde nosotros queremos contribuir a ayudar o construir con otros muchos hombres de la tierra, con otros muchos pueblos una civilización realmente universal que entendemos no puede ser otra que la civilización del trabajo, una civilización de la pobreza que se enfrenta a la civilización de la riqueza que está llevando al mundo a su consumación y no está llevando a los hombres a su felicidad, y en el trabajo por la construcción de esta nueva civilización nos queremos poner claramente intencionalmente en esta causa concreta histórica mediante la cual se construye el reino de Dios” (Ibíd., p. 14).
En este planteamiento de la civilización del trabajo y de la pobreza, el P. Ignacio Ellacuría propuso la tesis de encontrar una salida política-diplomática al conflicto armado en El Salvador, como también para Nicaragua que vivía la intervención norteamericana y la agresión de la contra – revolución. Propuso salir de la violencia a través del diálogo – negociación que había sido saboteado por los sectores radicales que buscaban profundizar el conflicto, a sabiendas de los altos costos humanos y sociales.
La verdadera democracia es la que se construye con el protagonismo de los pobres y los excluidos, asumiendo la opción fundamental por ellos y todos los que tienen conculcados sus derechos en la civilización de la riqueza. Ignacio Ellacuría al hablar en sus Escritos Teológicos sobre la civilización de la pobreza, enuncia de manera concreta los derechos que se deben asumir en la misma desde la perspectiva de los empobrecidos: “Como tales deben considerarse, ante todo, la alimentación apropiada, la vivienda mínima, el cuidado básico de la salud, la educación primaria, suficiente ocupación laboral, etc. No se trata de proponer que esto agote el horizonte del desarrollo económico, sino que esto se constituya en punto de partida y en referencia fundamental, en condición sine qua non de cualquier tipo de desarrollo. La gran tarea pendiente es que todos los hombres puedan acceder dignamente a la satisfacción de esas necesidades, no como migajas caídas de la mesa de los ricos, sino como parte principal de la mesa de la humanidad. Asegurada institucionalmente la satisfacción de las necesidades básicas como fase primaria de un proceso de liberación, el hombre quedará libre para aquello que deseara ser, siempre que lo deseado no se convierta en nuevo mecanismo de dominación”. (Ignacio Ellacuría, “Utopía y profetismo desde América Latina. Un ensayo concreto de soteriología histórica“, Op. cit., p. 275).
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