EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
Capítulo Octavo:
Fracasa la traición. La guerra como recurso para acceder al poder. Los hombres del bacab negro se transforman en
ranas y en ratones.
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Continuamos con la historia nacional, la historia real, la verdadera, en donde nos identificamos como los del “bacab negro”, hombres malos por cuyo descuido tiembla en la tierra. Así fue.
No fueron suficientes la traición y el engaño. Tal era el afán de apoderarse de aquel hermoso y rico vergel al que al fin habían arribado los hombres del bacab negro, que por más que se esforzaron los unos y los otros en traicionarse entre sí, recurriendo a los peores engaños, a la hipocresía y el cinismo más groseros, segregando veneno, unos por delante y otros por detrás, de tal manera también supieron defenderse los unos de los otros que no les quedó más recurso que la guerra frontal. Y así, se dividieron en dos bandos, los que picaban por delante, que actuaban como las víboras, y los que picaban por detrás, que actuaban como el alacrán, ambos traicioneros como el que más, hipócritas y cínicos, capaces de sacrificar hasta el más mínimo escrúpulo con tal de acceder al poder y al dominio de Cuscatlán, aquel pedazo de mundo que aparentaba ser un vergel pero que en el fondo no era más que el purgatorio en donde los hombres del bacab negro que habían podido acceder a él librándose del viaje directo a lo de Xibalbá que provocaba 1 Maíz Revelado a todos aquellos que había logrado identificar previamente, dominio que deseaban ardientemente sostener ad-infinitum.
Pusieron entre paréntesis a la traición, a la hipocresía y al cinismo, las cuales retomarían ya estando en el ejercicio del gobierno, para optar por la lucha directa y cruel, con las armas en la mano; y así, se mataron entre hermanos por mucho tiempo. Los unos optaron por transformarse en ranas, y buscaron traer a su rival a las oscuras ciénagas en las cuales ellos se sentían a sus anchas; los otros optaron por convertirse en ratones, y buscaron la montaña y el bosque, para esconderse como topos en enormes agujeros que sabían disimular perfectamente. Y así comenzaron la lucha.
Lo Pensado, ya casi al borde del agotamiento y de caer vencido en su esfuerzo por redimir a tal grupo de evasores de su rumbo, esforzándose siempre por salvar al Demiurgo de su tormento por no haber podido transmitir la Idea adecuadamente, con lo que provocó que 1 Maíz Revelado creara un mundo imperfecto y desequilibrado que le obligó a sostener el rumbo perdido sobre sus propios hombros, haciendo que todo temblara cuando, rendido por el cansancio, se dormía más de la cuenta, decidió sin embargo insistir en sus consejos, que para ello había hecho tan largo viaje desde 3-brana y por eso no cejaba en su esfuerzo, sabedor de antemano que este sería, con todo, inútil, y entonces les relató el mal final de unas ranas y unos ratones que habían decidido, al no poder hacerlo mediante las argucias de la víbora y del alacrán, que no eran otros que la hipocresía, la traición y el cinismo, resolverlos mediante la confrontación usando las armas. Díjoles así Lo Pensado a aquellos que no podían verlo pero sí sentirlo:
- El señor Robamigas bebía, confortablemente, agua de un hermoso y cristalino lago, cuando se encontró con el señor Hinchamejillas. Como ambos eran grandes señores, hicieron amistad prontamente y se contaron historias. Este último invitó al primero entonces a su casa, para lo cual se adentraron en el lago, nadando el señor de los batracios con el señor de los roedores a sus espaldas. En medio del camino se apareció una enorme y hambrienta serpiente, ante la cual, el señor Hinchamejillas optó, para salvarse, por sumergirse, olvidándose de su reciente amigo Hurtamigas, quien, al no ser ser del agua, se ahogó. Desde la orilla, otros ratones observaban el evento, y al ver la traición de la rana, se prepararon para la guerra. El gran pueblo sin embargo no quiso participar en ella, con lo cual esta se redujo a la batalla entre las ranas, los ratones, y otros animalejos más de dudosa estirpe y reputación, cuyo efecto final fue el sufrimiento de aquellos que no teniendo nada que ver en el asunto no quisieron participar en ella. Triunfaron los ratones, que habían sabido manejarse entre montañas y bosques, escondiéndose en agujeros subterráneos y confundiendo a las orgullosas ranas, a quienes gustaba batallar en suelo abierto o en aguas sucias y cenagosas. Pero como tales roedores no le eran simpáticos a los cangrejos, que andaban siempre buscando estrellitas para posesionarse de ellas, y quienes verdaderamente mandaban en el mundo, estos forzaron a aquellos a un conciliábulo en el cual, degustando opíparas viandas y finos licores, ranas y ratones aceptaron ser amigos para siempre, darse la mano, y repartirse buenas tajadas del reino, dejando por supuesto la tajada mayor a los reyes cangrejos, que, con sus voraces tenazas, se llevaban para sus parajes las mayores riquezas. Por supuesto que el perdedor fue el Gran Gentío, que sólo sufrió las peripecias de la lucha, trabajando día y noche para alimentar a los guerreros de ambos bandos sin que al final hubieran ganado nada con tal conficto.
Los hombres del bacab negro escucharon esta historia de Lo Pensado, a quien, como digo, no podían ver pero sí sentir, y sintiéndola tan similar a la que ellos vivían en la realidad, se admiraron de tal semejanza y decidieron terminar la lucha armada, llamando ellos mismos al representante de los cangrejos, al que llamaban Tenazotas, para que los pusiera en orden y de acuerdo. Este se hizo acompañar de camarones, langostas, ostras y almejas, y de más de algún pulpo y otro calamar gigante y sentó alrededor de la misma mesa a ranas y ratones, muy bien representados los unos y los otros y ya mezclados entre sí, por Hinchacarrillos, Robamigas, Robamendrugos, Panzallena, Bocaza, Ricamesa, y otros menos importantes pero igual de voraces, haciéndoles caer en razón de que lo mejor era resolver el conflicto allí mismo en ese regio concilio, recurriendo a un arma diferente: El consenso.
Así lo hicieron ranas y ratones, dirigidos por cangrejos, camarones, langostas, almejas y ostras, pulpos y calamares, y se repartieron el botín mediante acuerdos a los que llegaban previo consenso.
El Gran Pueblo sólo veía y esperaba, con la lengua de fuera, pues le habían vendido la idea de que cuando ellos terminaran de hartarse, el rebalse les llegaría y entonces podrían, aunque penosamente, sobrevivir.
Y esta historia, estimados lectores, finalizará con el próximo capítulo.
Continuará