Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus últimos libros son: Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, 2020, 2 ed.); De la iglesia colonial al cristianismo liberador en América Latina (Tirant lo Blanc, 2019); ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías? (Biblioteca Nueva, 2020, 3ª ed.); Hermano islam (Trotta, 2019)
Vivimos en un mundo injusto y desigual
El objetivo de estos tres artículos es doble: a) poner en valor la compasión, uno de los grandes valores ausente en los diferentes ámbitos del saber y del quehacer humano, considerado estéril e innecesario y calificado, incluso, de manifestación de la debilidad e impotencia de la persona que lo practica; b) practicarla en todas las esferas de la vida, individual y colectiva, personal y comunitaria, pública y privada, política y económica, cultural y religiosa, y muy especialmente ahora con la pandemia del coronavirus, que es previsible se alargue durante meses y tendrá gravísimas consecuencias en todos los órdenes de la vida humana y de la naturaleza
Empiezo por una primera constatación: vivimos en un mundo donde impera la injusticia estructural, avanza a pasos agigantados la desigualdad y hay una pérdida de la compasión. Los progresos tecnológicos no se corresponden con el progreso en los valores morales de solidaridad, fraternidad-sororidad, justicia, igualdad y libertad, como tampoco el crecimiento económico con la eliminación de la pobreza. Todo lo contrario: a mayor progreso tecnológico y crecimiento económico, menor solidaridad y compasión, justicia e igualdad.
Las desigualdades se refuerzan a través de las diferentes y cada vez más profundas brechas que se producen hoy, entre las que cabe citar:
– la brecha económico-social entre ricos y pobres, que desemboca en aporofobia (odio y rechazo a las personas pobres)
– la patriarcal entre hombres y mujeres, que desemboca en feminicidio;
– la colonial entre las superpotencias y la pervivencia del colonialismo, que desemboca en el mantenimiento de la colonialidad;
– la ecológica, provocada por el modelo de desarrollo científico-técnico depredador de la naturaleza, que convierte a esta en mercancía y desemboca en ecocidio;
– la racista entre personas nativas y extranjeras, que desemboca en xenofobia;
– la afectivo-sexual entre heterosexualidad y LGTBIQ, que desemboca en el discurso del odio a las identidades afectivo-sexuales que no responden al patrón de la heternormatividad y a la binariedad sexual: LGTBIfobia;
– la intelectual entre conocimientos científicos y saberes originarios, que da lugar a la injusticia cognitiva, que desemboca en epistemicidio;
– la global entre el Norte y el Sur, que desemboca en surcidio;
– la religiosa entre personas creyentes y no creyentes, entre sistemas de creencias hegemónicos y contra-hegemónicos, entre religiones ricas y religiones pobres;
– la digital entre quienes tenemos acceso a internet y quienes se ven privados de dicho acceso, etc.
Situaciones dramáticas que exigen activar la compasión
Especialmente dramáticas son dos situaciones de desigualdad e injusticia ecológica que estamos viviendo con severidad durante las últimas décadas y una tercera, que estamos viviendo con especial crudeza estos días: el covid19.
Una es la crisis ecológica, que constituye el principal desafío de la humanidad, con especial agravamiento en la Amazonía en llamas, con focos de incendio que se triplicaron en agosto de este año en comparación con el mismo mes de 2018 y el aumento del 278 % en las alertas de salvaje deforestación. La selva amazónica, que es el pulmón de la humanidad se ha convertido en espacio de sobreexplotación, agro-negocio, agro-tóxicos y entrega de riquezas naturales a las empresas multinacionales.
Esta situación es objeto de preocupación, e incluso de indignación, del Papa Francisco, que defiende el cuidado de la casa común como tarea de todos los seres humanos en su encíclica Laudato Si’, inspirada en el Cántico de las criaturas, de Francisco de Asís, que llama a la tierra “madre y hermana nuestra”, que nos acoge entre sus manos, nos gobierna y produce frutos con coloridas flores y hierba (n. 1).
En ella presenta a San Francisco de Asís como ejemplo de la “ecología integral, patrono de los ecologistas, cristianos o no, modelo de atención a la creación y a los pobres, místico y peregrino que vivió en armonía con Dios, el prójimo, la naturaleza y consigo mismo. Así demostró que la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior son inseparables (n. 10).
Como respuesta a la situación dramática en que se encuentra la Amazonía, el Papa Francisco ha convocado el Sínodo sobre “La Amazonía, nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”, definido como el nuevo Pentecostés para la Iglesia amazónica, las iglesias locales y la Iglesia universal. Reconoce que “el futuro de la Humanidad y de la Tierra está vinculado al futuro de la Amazonía; por primera vez se manifiesta con tanta claridad que desafíos, conflictos y oportunidades emergentes en un territorio, son la experiencia dramática del momento que atraviesa la supervivencia del planeta Tierra y la convivencia de toda la humanidad”.
La segunda situación dramática es la de millones de personas que llegan a las fronteras de los países más favorecidos huyendo de la guerra, la miseria y los regímenes dictatoriales, ponen en riesgo sus vida hasta perderlas, como las 30000 personas personas muertas en el Mediterráneo en la última década, y cuando, llegan a la frontera, son rechazadas por las autoridades políticas preferentemente de Europa y Estados Unidos e incluso muertas, incumpliendo y transgrediendo los derechos de asilo, refugio y hospitalidad, reconocidos en la Declaración Universal de la ONU de 1948.
Tenemos grabadas en la memoria las imágenes de las marchas de miles personas procedentes de países centroamericanos hacia los Estados Unidos, a quienes no se les permite entrar, peor aún, separan a los niños y las niñas de sus padres y madres. Igualmente pudimos ver en vivo y en directo la falta de solidaridad de la “bárbara Europa” con las personas migrantes del Open Arms.
La tercera situación dramática es la pandemia del coronavirus, que se está extendiendo por todos los países, regiones y continentes sin distinción, mantiene confinada, a día de hoy, a una tercera parte de la humanidad, ha contaminado ya a casi millón y medio de personas en todo el mundo y ha provocado, hasta el momento –la muerte de cerca de cien mil personas. En España hemos superado los ciento cincuenta mil personas contagiadas y los cerca de dieciséis mil muertas. Pero no podemos quedarnos en las cifras frías, detrás de ellas hay vidas humanas perdidas en total soledad y sin consuelo y familias destruidas que sufren tan irreparables pérdidas sin ni siquiera posibilidad de una despedida en compañía.
El covid19 no afecta a todas las personas y grupos sociales por igual y con la misma intensidad. Es mucho más agresiva con aquellos grupos humanos y las clases sociales que tienen una especial vulnerabilidad, como afirma el científico social portugués Boaventura de Sousa Sousa Santos, entre los que cabe citar los siguientes: las mujeres, las personas trabajadoras precarias e informales, los trabajadores de la calle, las personas sin techo, las que habitan en las periferias empobrecidas de las ciudades, la gente anciana, la que se encuentra confinada en los campos de refugiados y refugiadas, las personas inmigrantes sin papeles, las poblaciones desplazadas internamente, las encarceladas, las discapacitadas, las comunidades minoritarias, en definitiva las que, en palabra de Boaventura, están “Al Sur de la cuarentena”.
Estas y otras situaciones dramáticas son razones más que suficientes para cambiar nuestro estilo de vida insolidario y activar la compasión como principio eco-humano fundamental, actitud ética y práctica liberadora cotidiana en nuestro mundo desigual e injusto.
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