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La complicidad es el verano de la motivación

Wilfredo Arriola

Escritor

“Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi, cruzo la desmedida realidad, de febrero por verte” Inicia uno de los poemas más populares de Luis García Montero. La complicidad es el verano de la motivación. Es así, todos conservamos esa complicidad a lo largo de los años, gente que de a poco se ha sumado a lo nuestro y con esa pequeña dosis de tiempo se han consolidado en lo personal, sabemos que están, de cerca de lejos, a su manera, pero están, que es lo importante. Una búsqueda que dio en la diana del buscado y del buscador. Un completo hallazgo.

Están los de toda la vida, lo que los ves al tiempo y por saludo está la broma de siempre o la curva en el comentario para romper el patrón de la lógica y en esa esencia, el auto dialogo impera por dentro y uno se reconoce así mismo: sí, es el, es ella. Sin cómplices como la música la vida no tendría sentido. A lo largo de muchas historias de literatura, historias de complicidad, la de Sancho Panza, escudero de Don Quijote de la Mancha, cuando lo elije para emprender aventuras y Sancho Panza acepta con la promesa que algún día recibirá premios por sus servicios, él acepta y desde entonces esa homogeneidad se fundó. La de Paolo Sorrentino en su libro Todos tienen la razón, cuando Tony Pagoda llega al Brasil y encuentra a Alberto Ratto, desde su momento primero surge una admiración terrible que muchas veces es el cemento de las buenas relaciones equilibradas con la lealtad y la camaradería. A todo esto, se le suma una cuota, escenas claves que rigen el buen funcionamiento, así asegura Pagoda cuando se dirige a Ratto diciéndole: “Hay verdades que necesitan callarse para siempre. Porque interrumpen las amistades. Las deterioran. Son determinados bluf los que hacen que se mantengan vivas las relaciones. Y los que las hacen verdaderas —lloran y se abrazan— Pagoda dice al final: Eres lo que se dice de un hombre indestructible. Hay momentos que hacen que la vida cobre sentido, por agría que parezca.

Lo que se le hace un niño, se le hace a Dios, dice Víctor Hugo en una de sus máximas, agregaría Lo que le hace a un amigo se le hace a Dios. Jep Gambardella protagonista de la Gran Belleza (Ganadora del Oscar 2014, mejor película extranjera) acude cuando están todas en silencio y sentados en la iglesia donde se está velando al hijo recién fallecido de su amiga, le dice al oído: “Durante los próximos días, cuando sientas el vacío, que sepas que siempre puedes contar conmigo.” Luego, toma el ataúd y ayuda a moverlo fuera de la capilla, llorando por lo sucedido. Momentos de lucidez para mostrar el detalle de la amistad. En esa misma película Romano, al final de su último espectáculo teatral, llega a despedirse de Jepp, diciendo lo siguiente: “Me voy Jep, al pueblo, con mi familia, para siempre. No pasaré por casa, lo dejaré todo. Jep, hace cuarenta años vivo en esta ciudad, y he estado pensando que, el único que se merecía una despedida eras tú.” Lo demás lo explicaría mejor. La hondura en el tono, eso es poesía, eso es amistad.

A pesar de ser confundido con la gratitud, la amistad es sin duda, otra forma de ver las relaciones. La gratitud es sentir la consideración de la deuda por algo recibido y a propósito de esa deuda hay bondades que hacen las veces de la amistad, situación generada por un incentivo. En la amistad, en esa otra complicidad, no se necesita nada, existir y ser como uno es. Esa llamada para contarte nada y en efecto, la noticia es que tenés a alguien allí, recreándote en otro espacio, otro vivir, porque alguien nos recuerda. Saberse amado  —Dice Goethe — da más fuerza que sentirse fuerte.

 

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