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La conciencia no es un algoritmo. Tiene «sentido común»

El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua
LA CONCIENCIA NO ES UN ALGORITMO. TIENE “SENTIDO COMÚN”
Por: Eduardo Badía Serra, Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Siempre que visitaba Milano, la ciudad lombarda del duomo grandioso y de La Scala, gustaba de recorrer una calle que se llama, (o
llamaba), “Fatte Bene, Fratello”, que anteriormente había alojado a comunidades religiosas dedicadas a socorrer al desvalido. Ahora, esa calle es, (o era), la que alberga las grandes casas y almacenes de la alta moda. Yo me distraía un poco al ver en las vitrinas el estado de los gustos propios del lujo y la fatuidad material humana, por supuesto, sin atreverme a entrar nunca, no sólo porque no me interesaba sino también porque, aunque me hubiera interesado lo que veía, de toda forma no estaba nada de aquello a mi alcance. Es la moda. El hombre ha sido siempre esclavo de la moda, en este caso, la moda de la “belleza” según el concepto que de ella tienen
esas sociedades que se hacen llamar de alta alcurnia, que no es, precisamente, el concepto que de ella expresa, por ejemplo, Kant, en la “Crítica del Juicio”. En El Salvador, ahora, la moda es otra, es la moda tecnológica: Vea a dos jóvenes sentados el uno frente al otro, y comprobará que en vez de comunicarse de viva voz, lo hacen por medio de sus teléfonos inteligentes. Si se coloca usted frente a su computador, no es necesario que ni siquiera “teclee”; basta mirarlo y hablar con él para que este haga lo que usted quiere que haga. Un estudiante resuelve sus famosas “tareas”, la lastimosa moda didáctica actual, recurriendo a Wikipedia y al “copy/paste”, sin siquiera interesare en lo que copió y envió. Su vehículo puede manejarse solo, sin que usted lo conduzca; simplemente prográmele la ruta y él irá sorteando las circunstancias del camino a la velocidad que le ha sido  programada, mientras usted “chatea” con su compañero o compañera, que va seguramente en el asiento contiguo.

Instale en él el GPS, y una señora que nadie sabe dónde está, (algunos dicen que está “en la nube”; nosotros antes decíamos que “estar en las nubes” era no saber dónde se está, esto es, estar confundidos…., pero, vamos….), y que no conoce, le irá indicando la ruta que debe seguir, dirigiéndose a usted hasta por su propio nombre. Estos son sólo pocos ejemplos. La tecnología es increíblemente
buena y noble, pero el uso que el hombre le da es penoso, lastimoso, e inconscientemente lo va llevando a un estado de dependencia casi total de la misma. Eso se llama “alienación”, una inversión sujeto-predicado. El hombre crea la “cosa” y se aliena en ella, pasa a
depender de ella, y esa “cosa” pasa a ser el sujeto de la ecuación. Es el “cosismo” en su más cruda expresión, que lleva a la humanidad a la “crisis de la conciencia”.

Pues bien, estamos así en la era de la “inteligencia artificial”, concepto este que desde su propio nombre es ya contradictorio. ¿Cómo puede una inteligencia ser artificial? Y más aún, “fuerte”, porque hay, según dicen, una versión fuerte de la misma, y otra débil. Veamos cómo eso lleva al hombre a la “crisis de la conciencia” y a la pérdida de su propia “experiencia subjetiva”, de su “qualia”,  desnaturalizando con ello su personalidad, y negando su sustantividad como persona.

En primer lugar, veamos qué cosa es esta “Inteligencia Artificial”. Esta busca, fundamentalmente, encontrar mecanismos que permitan realizar funciones que hasta el momento sólo eran desarrolladas por los hombres, y últimamente también, el comprender el funcionamiento de la mente humana. Se habla de dos tipos de “Inteligencia Artificial”, la “Inteligencia Artificial Débil” y la “Inteligencia
Artificial Fuerte”; la primera, con métodos dotados de una total generalidad y aplicables a la solución de todo tipo de problemas; la segunda, con métodos de poca generalidad, basados en conocimientos específicos de un campo. ¿Qué ha producido la “Inteligencia
Artificial”? Pues, muchas cosas: La prospección geológica, el diagnóstico médico, el análisis químico, el análisis matemático, la biología molecular, el diseño de circuitos….. ¡Muy bien! No se niega el tremendo aporte que la ciencia y la tecnología han hecho al mundo
mediante sus descubrimientos. Claro, el nombre, “Inteligencia Artificial” no es precisamente el adecuado, y menos aún los excesos que con su uso han llevado al hombre a la simple condición de “hombre-robot” o de “hombre-zombie”. Porque el asunto es el cómo  influye este mal uso en el desarrollo de la conciencia. Según Roger Penrose, es la acción física del cerebro la que produce conciencia,
pero esta acción física no puede siquiera ser propiamente simulada computacionalmente. Si bien hay algo en la actividad física del cerebro que provoca conocimiento, esta actividad física es algo extracomputacional. Existe algún factor en la actividad física del cerebro que está más allá de la computación. Lo anterior nos hace ver que las mentes conscientes no son entidades algorítmicas. En  las computadoras, toda acción es algorítmica, pero en los cerebros hay un “ingrediente” no algorítmico esencial en los procesos de pensamiento consciente. Todo parece indicar que este ingrediente es el “sentido común”, algo que la computadora no puede programar. Penrose sostiene que la tecnología camina más aceleradamente que el cerebro humano, y esto provoca un trastorno en la especie que le lleva a asumir una posición de aceptación y uso inadecuado del avance tecnológico, que le va entorpeciendo progresivamente. “Cada día, – dice -, por efecto de la no adecuada captación consciente de la tecnología, la especie humana es más torpe. Y el desarrollo y uso de la informática es un claro ejemplo de ello”. Este es precisamente el problema. Señala entonces Penrose, certeramente: “El peligro es que la parte algorítmica del cerebro, el pensamiento computacional, llegue a dominar a la parte no
algorítmica, el pensamiento consciente”. Esto, -continúa el gran científico inglés-, no ha sucedido, y anticipa que no podrá suceder, pero es necesario que, aprovechando el actual dominio de la conciencia sobre el algoritmo, lo cual es un hecho afortunado, detenga el hombre el avance tecnológico, disminuya su velocidad, y lo equipare al avance de su propia conciencia. Ello, dice, es fundamental
para asegurar la existencia de la especie: “Hay que frenar un poco la tecnología, y como nuestras conciencias son las que ordenan, por ahora al menos, a nuestros algoritmos cerebrales, es una acción consciente de nuestro pensamiento lo único que puede hacer que
esto se logre”. De esto es, precisamente, de lo que he venido hablando en mis anteriores recientes portales. Y ahora me apoyo, no en cualquier persona; me apoyo en uno de los más grandes científicos actuales, Roger Penrose, el gran compañero y amigo de Stephen Hawking.

Quiero referirme también, siempre en este mismo asunto, a la opinión de otro gran pensador actual, un premio Nobel, John Searle, cuando habla de la conciencia y la inteligencia artificial. Searle ha sostenido el argumento de que el pensamiento humano no se compone de simples procesos computacionales, con lo cual participa, en términos generales, de la opinión de Penrose. Pero Searle, sin embargo, identifica los algoritmos con los procesos mentales, aunque reconociendo una diferencia fundamental entre la función del cerebro humano, (que puede alojar la mente), y las computadoras electrónicas, (que no pueden hacerlo): Aunque ambos pueden ejecutar el mismo algoritmo, la construcción mental en cada uno de ellos es diferente. Searle expone su famoso argumento de la “Sala
China”, en el que fija su posición en contra de la “inteligencia artificial fuerte” respecto a la relación mente-cuerpo. En él establece que la mente es un “producto intencional del cerebro”, y este último es la sede de nuestra intencionalidad. Por ello, la única forma de obtener una “máquina pensante” es producirla artificialmente con sistemas nerviosos, neuronas, dentritas, etc., análogas a las del  cerebro humano, con lo cual se le dotaría de “intencionalidad”. Esta posibilidad, según Searle, hoy por hoy, se ve como lejana.
Stephen Hawking sostenía también que tal posibilidad se daría, pero a un tiempo muy, muy largo, miles de miles de años, con lo que proponía que desde ya el hombre debería prepararse para posibilitar su éxodo de la Tierra hacia otras galaxias, definiendo entonces su concepto de humanidad postecnológica.

Bien. En estos últimos portales he tratado de hacer ver la necesidad de que el hombre rescate y sostenga su propia “experiencia subjetiva”, su “qualia”, con lo cual lograría mantener su característica de persona humana, su propia “personeidad” constitutiva, y desarrollar positivamente su “personalidad”. Esto se ha puesto en peligro con el mal uso que se está haciendo de los descubrimientos
científico-tecnológicos, y va llevando cada vez más al hombre a una condición de “hombre-robot”, de “hombre-zombie”, situándolo en una condición de “crisis de la conciencia”. Afortunadamente, grandes científicos, y he citado a Penrose, a Hawking y a Searle,
aunque hay muchos más, opinan que nunca esta erróneamente llamada “inteligencia artificial”, es decir, el algoritmo, podrá sustituir a la conciencia; pero señalan que el hombre se está acercando peligrosamente a ello, y reclaman la necesidad de limitar el desarrollo y el uso de la tecnología a una velocidad que no supere la velocidad misma del desarrollo de la conciencia.

Eso es todo, pero es bastante.

Ver también

Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024