René Martínez Pineda
Sociólogo
Ciertamente, la negativa a vacunarse no tiene fundamento científico, fundamento que plantea que las vacunas reducen el riesgo de hospitalización hasta en un 80% después de una dosis y en un 96% después de dos dosis. Por supuesto que lo anterior no significa que el riesgo sea cero, ya que las vacunas son eficaces, pero –como muchas de ellas- no son perfectas, pero sí reducen significativamente la letalidad en los grupos sociales más vulnerables, con lo que se puede evitar el colapso de los sistemas de salud.
En torno a los grupos sociales más vulnerables, en este momento hay que evaluar los contagios entre jóvenes, debido a que parece que ese grupo (junto al del ejército viral de reserva formado por “los no vacunados”) es el nuevo camino que ha tomado el virus para prevalecer como curva pandémica. En nuestro caso particular, los contagios tenían un comportamiento bajo –o al menos manejable- desde febrero, pero en julio se rompió la tendencia y los casos empezaron a repuntar, lo cual obligó a dictar nuevas medidas y a arreciar la campaña para que la población se vacune. La novedad, entre los infectados, es que el grupo de edad más afectado en las últimas semanas es el de 20 años en adelante. Ese grupo –hasta antes de iniciar la vacunación a partir de los 18 años- estaba desprotegido y se convirtió en el más vulnerable al contagio debido a su comportamiento social de más movilidad, rebeldía e interacción cercana que se vio acelerada y sin control cuando se levantaron las medidas propias de la cuarentena tales como las salidas nocturnas signadas por la aglomeración.
En ese sentido, estamos en la etapa de la pandemia que podemos denominar como “apertura con restricciones y premios para quienes se vacunen”. Esta etapa será, sin duda alguna, el obligado ensayo sociocultural de cohabitar con el virus readecuando algunos hábitos. En todos los casos, los expertos –epidemiólogos y sociólogos- coinciden en que la clave para frenar la aceleración de los contagios es realizar, por un lado, una riguroso monitoreo epidemiológico; por otro, expandir el rastreo de los contactos estrechos de los contagiados para cortar las cadenas de transmisión; y, por otro lado más, premiar a quienes se vacunen junto a la ampliación de los lugares y metas de vacunación.
Al respecto se pueden citar acciones tales como “clínicas móviles de vacunación” en los centros escolares del área rural, pues la pedagogía del virus entre los jóvenes es un asunto estratégico. La aceleración de los planes de inmunización en los grupos etarios no alcanzados, como los realizados en el país, será otro de los factores elementales para neutralizar o disminuir la virulencia de la nueva variante de la pandemia que prospera gracias a los no vacunados.
Después de un año de cuarentena el punto a resolver es la conveniencia –social y económica- de darle marcha atrás a las aperturas. La gente común y corriente que vive de la calle opina que mientras los contagios no desborden el sistema hospitalario no debería restringirse la vida, pero los profesionales de la salud discrepan con esta idea y consideran necesario no esperar a que llegue un aluvión para reaccionar. Hans Kluge, director de la OMS en Europa, afirma que los nuevos rebrotes son inevitables si la gente sigue con la necedad de no vacunarse y los políticos no restringen las relaciones sociales para cerrarle el paso a la constante mutación del virus. Ciertamente, la gente quiere olvidar el horror de la cuarentena y en su imaginario sigue esperando que salga la vacuna de recuperación del tiempo perdido.
De la noche a la mañana, el mundo –tal como lo conocíamos- hizo explosión en nuestras manos, nuestras casas, nuestras escuelas, nuestros trabajos y al principio no pudimos comprender la furiosa dimensión social y educativa –la económica se da por descontada- de la cuarentena convocada por la madre de todas las pandemias, y quizá pase un largo tiempo antes de que, aislados por la fuerza del capitalismo digital si no hacemos algo al respecto, lo decodifiquemos al detalle cuando deambulemos por los desolados territorios de la sociedad el día después de la peste. A escala planetaria somos arrasados por oleajes y ataques virtuales rompen sobre millones de cabezas rompiendo las cabezas. Y esa cruel y tautológica paradoja sirve para aproximarnos al fenómeno socio-sanitario que nos clava un cuchillo –con la ayuda de los no vacunados por voluntad propia- para que olvidemos la esencia del ser humano: el contacto directo cara a cara.
En El Salvador –gracias a las medidas estrictas tomadas al principio- resistimos el embate del virus en 2020 y, como aspecto positivo, se aprovechó la oportunidad para remozar el sistema hospitalario y construir un hospital público envidiable; en esos meses sufrimos, nos encontramos con la familia, aprendimos y, sobre todo, logramos mantenernos de pie. Sin embargo, las heridas siguen abiertas, sangrando y amenazan con abrirse más, y entonces nos preguntamos ¿hasta cuándo putas terminará esta zozobra? Nos lo preguntamos desde el lugar que se cree que ya es un territorio seguro en el cual podemos hacer un recuento de los muertos y los heridos, lo cual es una abstracción del imaginario colectivo. ¿vamos a seguir viendo la misma y patética obra de teatro de 2020? ¿vamos a seguir siendo los tristes pacientes asintomáticos del fiero capitalismo digital que quiere eliminar todas las fuentes de la conciencia crítica y la conciencia social?
Por el momento, lo único que podemos afirmar con certeza es que estamos en el laberinto de las crisis sanitaria, económica, educativa, psicológica y social que, con sus callejones sin salida, desintegra las coordenadas –tan elementales como vitales- de las personas, las que, si son aprovechadas para descubrirnos como seres sociales, podrían ser el inicio de una humanidad solidaria por naturaleza que reivindica lo público y redescubre al Estado –como sujeto social- mediante las políticas públicas en beneficio del pueblo. De más está decir que la forma en que se gestione esta sub-coyuntura de la gran coyuntura de la pandemia determinará el éxito o el contundente fracaso de los sistemas políticos y de los liderazgos locales y mundiales.
En las actuales circunstancias en las que debemos luchar contra el ejército viral de reserva formado por quienes no se quieren vacunar –dándole fuerza al virus y a la digitalización de la vida- vale la pena preguntarnos si somos o seremos capaces de pensar en que las cuarentenas no deben ser la constante de la humanidad. ¿Vamos a dejar que se imponga el mundo feliz del capitalismo sin personas de carne y hueso?
Hemos llegado al punto definitorio en que tenemos la oportunidad de imaginarnos la vida como algo estrictamente humano y tibio o, por el contrario, como algo irreal y frío. La respuesta está en una vacuna.