Por Mauricio Vallejo Márquez
Le gustaba hacer reparaciones. La conocí añadiendo un piso adhesivo sobre el suelo en la casa de la Santa Clara en su primer viaje después de vivir varios años en San Francisco, California. Antes sabía de ella y el increíble parecido que tenía con mi papá porque mi mamá Yuly y mi mamá me hablaban de ella, así como las innumerables tarjetas de navidad y obsequios para esa fecha mi cumpleaños que nunca faltaban, así como los de mi tío Tony. Prácticamente ver el rostro de mi tía es ver el rostro de mi papá y hasta la misma forma del cabello cuando mi progenitor lo usaba largo. Algo que comprobé tras varias veces de escuchárselo a Úrsula. La persona de la que hablo es mi tía Marlya, la hermana de mi papá y quien me ha aportado grandes lecciones en la vida y sobre todo su apoyo en los diferentes caminos que he emprendido en la vida.
Son tantos que no sería suficiente este tabloide, pero puedo enumerar algunos. Cuando me dediqué a pintar ello me enviaba desde los Estados Unidos cajas con pinturas, yeso pastel y otros insumos para pintar. Incluso me invitaba a tomar clases con Herbert Portillo Galán, que era amigo de la familia, o con Miguel Ángel Polanco, amigo de mis abuelos. Sin embargo, siempre he sido un poco rebelde y no tomé en serio ese camino. Aunque siempre he tenido devoción por las artes plásticas y seguí dibujando, emborrando libretas con dibujos psicodélicos y caricaturas (quizá algún día me dedique a hacerlas de forma habitual). En tanto, la puerta siempre está abierta.
Con los años, gracias a conocer a Donald Paz, amigo de mi papá, así como Chicho, Mariano y Dimas Castellón, el universo de los títeres me fascinaba. Así que con retazos de tela que estaban en la casa, hilos, esponjas y otros enseres me dediqué a elaborar títeres. Algunos de estos lamentablemente me los arrojaron a la basura. Pero uno sobrevivió: Perico. Este títere se lo obsequié a mi tía Marlya. Ella disfrutaba ver cada uno de los que elaboré a partir de los materiales que fui encontrando en las casas de mi mamá Yuly, de mi abuelita y de mi mamá.
Además, ella no sólo me alentaba en actividades artísticas, sino también académicas. Con el pasar de los años ella me apoyó a coronar la carrera de Derecho y mi maestría en Docencia, sin dejar de ser un bastión en mis nuevos retos y mi vida.
Incluso en mis aventuras editoriales también fue ella determinante como gestora e incluso asumiendo parte de la inversión. Gracias a ella sacamos el primer libro de mi papá (Cosita Linda que sos) y dos libros míos (Bitácora y Experiencia y Literatura) además de muchas cosas más por medio de una empresa que procuró hacer andar que se dedicaba a la preprensa.
De ella he aprendido lo fundamental que es amar a la familia, honrar a los padres, apoyar a quien lo necesita y sobre todo reparar lo que sea necesario. Ella no es una persona que se rinde, sigue adelante y logra construir sus objetivos; y si no lo logra vuelve a comenzar hasta lograrlo con una tenacidad que me motiva. Siempre que ha retornado al país la he visto reparar cosas, elaborar modificaciones a las diferentes casas e incluso reparar maquinarias. Si no sabe cómo hacerlo, aprende. Al final de cuentas, los límites son para superarse. Gracias, tía. Tus lecciones son muy valiosas para construir y reparar los sueños.