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La Corrupción

Guido Castro Duarte

Desde hace algunos años, healing la Fiscalía General de la República, y ahora la Sección de Probidad de la Corte Suprema de Justicia, han revelado graves actos de corrupción por parte de funcionarios públicos, algunos de elección popular, quienes aparentemente se han enriquecido sin causa justa a costa del tesoro público.

No importando el color político de los gobernantes de turno, pareciera que el fenómeno de la corrupción es un cáncer que carcome a muchos políticos, y en general, a todas nuestras sociedades subdesarrolladas, y desgraciadamente, aquellos que detentan el poder, no permiten, o no quieren, modernizar el aparato estatal y sus sistemas de control.

El poder ha sido atractivo para el ser humano desde tiempos inmemorables. El poder permite dominar a otros y enriquecerse materialmente con su ejercicio. Se ha asesinado por el poder, se han traicionado amigos y hermanos, se han manipulado los sistemas judiciales, policiales y registrales. Manipulando el poder político y económico, se han destruido a grandes personajes y han provocado que el pueblo pierda la confianza en el sistema democrático y republicano.

La manipulación del ejercicio del poder, deslegitima a los gobernantes y ha hecho entrar en crisis el sistema político. La gente ya no cree en la política.

La corrupción es la acción de corromper, de hacer entrar en descomposición una sociedad, un sistema político, una institución, y corrupto es aquel que permite o practica esa corrupción.

La corrupción se practica a todo nivel, tanto cuando el ciudadano da una “mordida” a un policía  y cuando el policía la acepta o la pide, como cuando un Presidente se roba los 500 millones de dólares de la partida secreta presidencial o un ministro favorece en una licitación a una empresa en la que posee intereses personales.

Pareciera que la corrupción está en la forma de ser del salvadoreño, y en general, de todos los latinoamericanos, pero la verdad es que su origen histórico se encuentra en la incapacidad histórica de desarrollar una democracia constitucional de derecho, debido a la falta de evolución histórica al no haber podido superar hasta ahora el feudalismo mercantilista. La ley y la Constitución se acomodan a la conveniencia o a las necesidades políticas de las clases dominantes del momento. Si van en contra de sus intereses, hay que cambiarlas, y en su elaboración privan los intereses que pueden verse afectados.

El poder económico corrompe a todas las fuerzas políticas en sus campañas electorales y después cobran con creces esa “inversión”. Por eso la resistencia a revelar el nombre de sus “colaboradores”.

Lo contrario a la corrupción es la legalidad y el honor, y este último es un valor que poco a poco se ha ido perdiendo en nuestras sociedades. La palabra de honor ya nadie la cree. Al adquirirse una obligación dineraria, los prestamistas y los bancos, que en esencia son la misma cosa, exigen fiadores o codeudores solidarios y garantías reales para poder otorgar el préstamo. Ya nadie cree en la palabra.

Al no promoverse la importancia del honor, ni en las familias, ni en la escuela, el salvadoreño crece sin conocer ni practicar esa virtud, claro, salvo contadas excepciones. Los mismos padres enseñan a mentir y a evadir sus responsabilidades a sus hijos, por ejemplo, cuando los hacen mentir diciendo que no están en casa cuando alguien los requiere o al conectar ilegalmente la electricidad o el agua potable que han sido suspendidos por falta de pago, o cuando consiguen la clave del internet del vecino, en fin, “la movida” pareciera una forma de vivir, una forma de ser de los salvadoreños.

Lo extraño es que muchos salvadoreños, al llegar a un sistema de imperio de las leyes como los Estados Unidos, se preocupan de cumplir la ley por temor a la deportación o a las multas y castigos.

En ese sentido, pareciera que mientras no cambie esa cultura de la corrupción, se vuelve necesario establecer controles debidamente auditados a todo nivel de la organización estatal, tanto para el presidente de la República como para el humilde ordenanza en el consumo de sus insumos de trabajo. Hay que eliminar totalmente todo tipo de privilegios en nuestra sociedad. Todos somos iguales ante la Ley.

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