Luis Armando González
Nota introductoria
El debate de ideas es una de las claves de la democracia. Para que el mismo tenga vigencia se requiere, como mínimo, la elaboración y contraste de planteamientos razonables, acompañados de la convicción por parte de quienes participan de ese debate, de que nadie es un portavoz (y portador) de verdades definitivas e indiscutibles. Esto último es el mejor correctivo para los afanes pontificadores y el dogmatismo, que siempre están al acecho.
En El Salvador, de un tiempo para acá, el debate de ideas se ha vuelto prácticamente imposible. Abundan los pontífices que no opinan, sino que proclaman “verdades”. Y a muchos pontífices, muchas “verdades”, con lo cual el debate razonable brilla por su ausencia. Quien tiene la verdad quiere adeptos, no interlocutores. Cuando se encuentra con planteamientos discrepantes se indigna y denuncia su falsedad. Si el planteamiento discrepante está animado por el mismo espíritu, la discordia y la enemistad terminan por imponer sus fueros. Nada más pernicioso que eso para la salud cívica de la sociedad, la cual descansa, entre otras cosas, en el contraste razonable de opiniones y en la disposición de quienes las emiten a revisar las propias y modificarlas ante la presencia de otras mejores, por más razonables.
En mi espíritu, nada más lejos que creer que tengo en mi poder algún tipo de verdad. Trato nada más de ofrecer un conjunto de ideas con una mínima dosis de razonabilidad, nada más. No creo cambiar nada con lo que digo (escribo); tampoco pretendo pontificar a cerca de nada. Solo propongo ideas para que sean contrastadas, por quienes así lo deseen, con otras. Quienes las consideren aberrantes, faltas de sentido o absurdas, la tienen fácil: solo deben obviarlas. Y espero que mis amigos antepongan su afecto a cualquier diferencia de opinión, pues esa diferencia siempre será poca cosa comparada con el valor de la amistad.
I
El año 2018 está por terminar y el nuevo año lo recibiremos con el cierre de la campaña electoral, que culminará con la elección –en primera o segunda vuelta— de un nuevo presidente de la República. Hay algunos aspectos de la actual coyuntura que, cuando menos desde una mirada fenomenológica, no pueden dejar de comentarse. Eso es lo que hago en las siguientes líneas, con la intención de llamar la atención sobre los mismos. Comienzo con lo más inmediato, para luego comentar asuntos menos evidentes, pero que son dignos de ser mencionados. Finalizo con la formulación de tres hipótesis que –como tales— pueden resultar equivocadas una vez que la realidad política imponga su ley.
II
Así, en este cierre de año, algo llamativo es la escasa identificación política (pública) por parte de los ciudadanos, y no solo en San Salvador. Ni banderas partidarias en los vehículos o en las viviendas, ni binchas ni camisetas ni pulseras. A diferencia de otras épocas preelectorales, en esta pareciera que mucha gente ha decidido no hacer pública su filiación partidaria, incluso en lugares en los cuales –como en los edificios de la colonia Monserrat— en la última elección ondearon banderas del FMLN y ARENA.
Se podría pensar que esta escasa identificación pública (partidaria) obedece al peso de las festividades navideñas, y que en enero se verán por doquier los signos de esa identificación. Es probable. También es probable que el fenómeno obedezca a la vergüenza que supone proclamar públicamente la pertenencia a un determinado partido; o a la aceptación, desde ya, de una derrota del partido con el que se simpatiza; o al desencanto con los partidos políticos. O a lo mejor, se tiene una mezcla de todos estos motivos. Como quiera que sea, en estos momentos lo que salta a la vista es una “desidentificación” pública de muchos ciudadanos con los partidos en contienda.
III
En segundo lugar, también es llamativo el papel de las encuestas, no solo en los resultados que reflejan, sino también en su uso preelectoral. Esto último es inevitable, ciertamente. Ahora bien, en esta coyuntura en particular las encuestas preelectorales han saturado el ambiente, remarcando básicamente lo mismo: que el candidato de GANA obtendría una victoria ya sea en primera o en segunda ronda. Aquí lo llamativo es que el “obtendría” –que apunta a una probabilidad— se ha convertido en un “obtendrá”. Y este salto de la probabilidad a la realidad se ha hecho muchas veces con la anuencia de algunas casas encuestadoras.
Hay, por supuesto, encuestas para todos los gustos, y cada cual puede darle los créditos que desee a la que sea de su predilección. Pero no es legítimo convertir una probabilidad en una determinación; es decir que algo sea probable –al margen de que nos guste o no que lo sea— no quiere decir que esté determinado a ser realidad de manera absoluta. En el caso de una elección presidencial, una persona será electa para el cargo a partir de la votación efectiva de los ciudadanos. Antes de ello, por varias razones, no se la puede dar como ganadora segura a partir de una encuesta preelectoral, porque si esto fuera así no sería necesario realizar la elección correspondiente.
Hay márgenes de incertidumbre, menores o mayores, que son precisamente lo que dan su carácter de probabilidad a los resultados de las encuestas. Como muestra, un botón: en una de las encuestas más publicitadas –la de LPG Datos (30 de noviembre de 2018)— en el ítem sobre intención de voto, GANA obtiene el 28.9 % de las preferencias; ARENA el 16.8 %; y el FMLN el 6.9 %. Pero, por otro lado, un 5.7 % dijo que el voto es secreto; el 22 % dijo no saber; el 11.8 % respondió que ninguno; y el 7.2 % no quiso responder. O sea, el 46.9% de la muestra no reveló su preferencia política. Hablamos de casi la mitad de la muestra: si esto no da lugar a una incertidumbre importante, entonces no se entienden las encuestas. A lo mejor, si este segmento tiene una participación en la elección, aumente la diferencia en los porcentajes y la distancia entre los contendientes se amplíe, pero también ambas podrían mantenerse o incluso revertirse y arrojar un resultado no previsto desde las encuestas. Eso se sabrá, efectivamente, luego de las votaciones.
Naturalmente que uno de los candidatos resultará electo presidente (en primera o segunda vuelta), y sus voceros seguramente alardearán de que ya lo sabían y que lo habían vaticinado con certeza absoluta. Pues no: ni lo habrían sabido de antemano ni lo habrían vaticinado con certeza absoluta. Mera coincidencia o suerte en su pronóstico. Es como si seis personas apostaran, cada una, a un número de un dado en un lanzamiento y este cae en el número 3, y la persona ganadora dijera que ella lo sabía de antemano o que estaba segura de que ese número caería. Falso. No lo sabía. Si hubiese caído el 5 (o 4 o el 6, etc.), también el ganador podría decir que lo sabía de antemano, y estaría igualmente equivocado. Lo que sucede es que hay seis opciones y sin importar cuál salga siempre habrá un jugador que ha apostado por alguna de ellas. En las elecciones salvadoreñas para 2019 hay tres opciones reales, y una de ellas resultará ganadora. Quienes lo hayan adelantado disfrutarán entonces de su golpe de suerte.
IV
En tercer lugar, están los números electorales que son el “capital electoral” con los que los partidos contendientes encararán la elección presidencial de 2019. El antecedente inmediato son las elecciones legislativas y municipales de 2018 que, de alguna manera, son los números de referencia –más los que puedan aportar los aliados directos— con los que el FMLN, ARENA y GANA cuentan, como base, para las elecciones de 2019, a sabiendas de que en las presidenciales el comportamiento electoral suele tener variaciones importantes respecto de las legislativas y municipales. Aunque no es descabellado remitirse a esos resultados, lo mejor –por prudencia— es partir de los de marzo de 2018 (ver cuadro 1).
Por supuesto que esos números pueden cambiar significativamente, y no en la tendencia usual de las elecciones presidenciales, en las que los caudales de votos suelen aumentar para los partidos mayoritarios, sino en una que incluso pueda ser opuesta, o incluso en un desenlace extremadamente novedoso. Pero lo que sucederá al respecto es incierto y solo por un golpe de suerte alguien puede atinarle, desde ahora, al resultado que se dará después de las votaciones.