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LA DECLARACIÓN UNIVERSAL SOBRE LAICIDAD

Dra. Sofía Villalta Delgado

La Declaración Universal sobre Laicidad, de diciembre de 2005, parte de la obligación de los Estados de velar por el equilibrio entre los principios esenciales de libertad y derechos fundamentales, que conduzcan al respeto de la diversidad para lograr la integración de toda la ciudadanía en la esfera pública y que, aun con diversas creencias y convicciones, puedan convivir pacíficamente.

Esta declaración está fundamentada en el derecho de todos los seres humanos a que se les respete su libertad de conciencia y su práctica individual y colectiva, y eso significa libertad personal, autonomía individual y libre elección en materia de religión y convicción.

Es así como la laicidad pretende la armonización en diversas coyunturas socio-históricas y geopolíticas frente a normas religiosas y filosóficas particulares, es decir, no permitir la discriminación directa o indirecta de los seres humanos sustentada en la diversidad de religiones. Significa también que el Estado ya no está legitimado por una religión o por una corriente de pensamiento y que la ciudadanía, en igualdad de derechos y de dignidad, pueden ejercer su soberanía en el ejercicio del poder político.

La laicidad no es el patrimonio exclusivo de una cultura sino un elemento clave de la vida democrática. Y por supuesto que esto ha generado debates en el equilibrio entre la herencia histórica y el pluralismo actual en aspectos de religión y convicción.

La libertad de conciencia y la no discriminación frente a las normas particulares relacionadas con el libre ejercicio del culto, la libertad de expresión y los límites por el respeto a la otra persona, genera controversias, más que todo frente a normas particulares relacionadas con el cuerpo y la sexualidad, la enfermedad y la muerte, la emancipación de las mujeres, las minorías religiosas, las personas no creyentes, etc., y da como resultado posibles conflictos en cuanto a cómo educar a la niñez, políticas de salud pública y leyes que atentan con la libertad de decisión individual.

Sin embargo, es importante colocar todas estas consideraciones en el debate público y en las agendas políticas, como un desafío para este siglo que todavía está en sus inicios.

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