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La democracia participativa es una brújula para la izquierda

Ricardo Ayala
Educador Popular

Mientras la izquierda salvadoreña se enfrasque únicamente en la confrontación con el gobierno y sus acciones, y no dedique tiempo necesario a reflexionar, debatir y consensuar juntamente con todas sus expresiones sobre las características y componentes principales del nuevo o reformulado proyecto de transformación social, que en su centro tenga una concepción participativa del poder político, simplemente estará postergando nuevas contradicciones en su seno.

Para zanjar que lo anterior se interprete como un llamado a la inmovilidad en virtud del análisis sin práctica concreta, sépase que no es el propósito. Contraponer lo inmediato a lo de mediano o largo plazo, lo estratégico con lo táctico o lo teórico con lo práctico, no es más que manifestaciones de un pensamiento dicotómico o binario, que no distingue los matices entre los extremos y carece de criticidad y profundidad.

La izquierda no puede darse el lujo de desarrollar acciones políticas y sociales en la coyuntura actual sin diseñar las características de su proyecto de transformación, al cual esas mismas acciones inmediatas contribuirán a su materialización. Es la relación dialéctica entre el presente y el futuro el que debe debatirse ya que se condicionan mutuamente.

Entre los fundamentos centrales de ese mismo proyecto debe estar el debate sobre la democracia participativa y directa como concepción de la gestión del poder político, que combata las teorías y prácticas de la democracia burguesa, elitista y excluyente aprendidas por esta misma izquierda política y social a lo largo de estas tres décadas de electorerismo desenfrenado y corruptor de la conciencia popular.

Pero, valga preguntarse si en El Salvador actual ¿tiene cabida una propuesta unitaria desde la izquierda basada en la democracia participativa, directa y protagónica del pueblo?

A nuestro parecer y lejos de cualquier pasionismo, no sólo tiene cabida, sino que es trascendental su incorporación en las agendas políticas y sociales, al margen de las concepciones promovidas por las agencias de cooperación internacional. Estamos hablando de una concepción política de la participación directa y protagónica del pueblo en todos los aspectos de la vida social salvadoreña, incluso y principalmente en la dimensión económica, su estructura productiva y en formas no capitalistas de la propiedad.

Sin la incursión en la economía y sus formas de propiedad, la democracia participativa del pueblo se vuelve superflua e inofensiva, “sin garras” para luchar por sus reivindicaciones ante las clases dominantes. Para el caso, es preciso volver a la lectura y discusión de los aportes de la economía solidaria esbozada por economistas locales, de izquierda y con compromiso social, que ayuden a la construcción de ese nuevo o reformulado proyecto de transformación social que el país necesita.

Quienes con validez cuestionen esta aseveración a partir de la actual disposición del pueblo a la participación y al ejercicio de una democracia participativa, es entendible. Muchos siglos de dominación colonial primero, capitalista después y neoliberal, por último, con sus respectivos sistemas políticos elitistas, excluyentes y usurpadores del protagonismo popular han hecho mella en la conciencia, en la dignidad y en la vida social y cultural del pueblo salvadoreño.

Por tanto, pensar a priori que el pueblo esté dispuesto a participar activa y protagónicamente en la política y economía nacional, está alejado de la realidad actualmente. Hacen falta muchos esfuerzos de politización, de educación, de lucha y organización orientados a elevar la participación de la gente, desde sus más inmediatas reivindicaciones con respecto a los problemas que les afectan hasta llegar a las demandas políticas de país.

Esto es tarea de la izquierda, de nadie más, pero de una izquierda popular y antiimperialista. Y no puede esperar, ni postergarse ante la elección por lo inmediato, que también es necesario. Implica una relación creativa y dialéctica entre los fines y los medios, como lo plantea el intelectual y dirigente italiano Antonio Gramsci: “quien ama los fines debe amar los medios”.

Quizás así pueda retomarse y cumplirse la consigna del Padre Tilo Sánchez, recordándolo a escasos días de conmemorar el tercer aniversario de su siembra popular, que insistía que “sólo el pueblo salva al pueblo”.

Claro, este debate puede tener eco en la medida se comprenda que la democracia participativa es una brújula para la izquierda.

 

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