Luis Armando González
Hay bastantes elementos de juicio para conjeturar que, después del 1 de junio, en la derecha se están generando reacomodos orientados a encarar la nueva coyuntura. Hay suficiente evidencia para sostener que, de cara al segundo año de gobierno, se había fraguado una estrategia de desestabilización –en la que confluyeron los esfuerzos de la derecha empresarial, mediática y política, a los que sumó sus esfuerzos la derecha técnico-intelectual— que no dio los frutos esperados. En efecto, todo apuntaba a que la idea era hacer del cierre del segundo año de gestión del Presidente Salvador Sánchez Cerén el escenario de una crisis socio-política que deslegitimara al gobierno y que, en las mentes más febriles, llevara a una movilización que calle que exigiera la renuncia del Presidente de la República.
La estrategia fracasó, y la derecha tuvo que conformarse con ver cómo el gobierno rendía sus informes de cierre de gestión en un contexto de normalidad social y política que en lo absoluto era lo que se había previsto desde sus centros generadores de estrategias políticas. Hay quienes opinan que en esos centros están las inteligencias más geniales –es decir, quienes lo saben y controlan todo–, pero a juzgar por los resultados de su orientaciones y recomendaciones cabe sospechar que se trata de personas igual de limitadas y propensas al error que otras. Lo único preocupante es que esas orientaciones y recomendaciones –que se toman como verdades irrefutables— no reparan en las consecuencias sociales que se derivan de las mismas.
A la derecha, pues, le fallaron sus cálculos en vistas al cierre del segundo año de gobierno. Como se trata de una derecha inquieta e ideológicamente identificada con referentes de raíz anticomunista y antisocialista –lo cual quiere decir con referentes contrarios a la reforma social, el bienestar de las mayorías, la justicia distributiva, la equidad, el respeto a la diversidad, la opción por los más débiles, la tolerancia y la inclusión— no cabe duda de que, pasado el malestar del fracaso en la coyuntura del 1 de junio, esté preparando los arsenales para sus arremetidas en lo que viene de 2016 y 2017, puesta la mirada en 2018 y 2019.
Se trata de un periodo políticamente importante, pues en el mismo se consolidan –si antes se ha trabajado en ello— las bases que darán soporte a los procesos electorales de 2018 y 2019. Esas bases tienen que ver, por un lado, con el fortalecimiento institucional que involucra a las estructuras partidarias y a las militancias; y por otro, con la presencia territorial y la organización social. Hablamos, entonces, de una coyuntura medular para potenciar (o debilitar) las posibilidades electorales primero en 2018 y después en 2019. Será una coyuntura larga, lo cual exigirá posicionamientos estratégicos de largo alcance. Y seguramente en torno a esos posicionamientos florecerán, desde la derecha, las más diversas acciones mediáticas, políticas, gremiales y de incidencia social.
Como en estas reflexiones se analiza a la derecha salvadoreña, el tema a tratar es su (presumible) estrategia en esta nueva coyuntura. Se tiene que decir, ante todo, que quizás sólo sus dirigentes, estrategas e ideólogos de confianza saben (o tienen una idea) de cómo se posicionarán de aquí hasta finales del 2017. Desde fuera de esos círculos, sólo cabe aventurar hipótesis que, además de tener una mínima dosis de racionalidad y sentido común, deben valerse de la evidencia (no siempre confiable y completa) que se filtra desde las mismas voces de la derecha a través de las empresas mediáticas, también de derecha.
Lo primero que se puede decir (que se puede sospechar) es que en la derecha política (ARENA) se está viviendo un reacomodo interno largamente pospuesto y nunca felizmente terminado. Este reacomodo tiene que ver con la necesidad de una renovación interna que dote al partido de los liderazgos adecuados para las nuevas circunstancias históricas del país. ARENA no ha logrado encontrar a los relevos de Roberto D’Aubuisson, Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol, y quienes han emergido como candidatos –y temporalmente han tenido la oportunidad de conducir al partido— no han sabido ni podido lograr algo fundamental para el éxito político: la unidad interna.
Las rivalidades, las disidencias internas, las pugnas, la incoherencia en lo que se dice y lo que se hace…. son características de ARENA desde que Elías Antonio Saca no logró el cometido que se esperaba de él. El tiempo ha ido transcurriendo y en ARENA, muerto el ex mayor D’Aubuisson, siempre se quiso resolver las crisis internas y los problemas de liderazgo acudiendo a Cristiani y a Calderón Sol. Pero, por diversas razones, ambos perdieron la capacidad que otrora ostentaron de llamar al orden a las huestes areneras.
De ahí que el partido se haya metido en un callejón sin salida a la hora de designar a sus conductores políticos, comenzando con quien asume la presidencia del COENA.
Esta enorme falla en su conducción ha impedido al partido dotarse del pragmatismo necesario para lidiar con las exigencias de la democracia (sobre todo cuando se está en la oposición) y, lo que es peor, lo ha mantenido atado a un discurso anticomunista, antisocialista y promercado que ha derivado en posturas fanáticas ciertamente peligrosas.
Si a eso se suma la inmadurez e imprudencia de algunos de sus dirigentes –jóvenes y no tan jóvenes—, se entienden mejor los desatinos partidarios no sólo en su falta de lealtad a la institucionalidad política del país, sino en su incapacidad para mantener su unidad interna a partir de algo más que el fanatismo ideológico. Porque, a falta de otros recursos de legitimidad, varias figuras de ARENA han hecho de lo ideológico su principal carta de presentación ante sus colegas dirigentes, sus militantes y ante la sociedad, dando vida a discursos y comportamientos propios de la década de los años ochenta.
De ahí que un asunto estratégico para ARENA sea la renovación interna a nivel de su cúpula dirigente. Las señales que se detectan dan indicios de una fuerte disputa interna, en la cual se ven enfrentadas la “corriente ideológica” y la “corriente pragmática”. Una disputa de esta naturaleza no es nueva en ese partido; lo que cambia son las personas, sus talantes y su compromiso genuino –no meramente oportunista— con la corriente a la que se adscriben.
La fortaleza de cada corriente y sus posibilidades de éxito dependerán no sólo de su capacidad de aglutinar a los diferentes sectores del partido, sino de los apoyos o de las líneas de discurso y acción que emanen de la derecha mediática –que suele gozar de un importante grado de autonomía respecto de la derecha política (ARENA)— y de la derecha empresarial que tiene su propia agenda (económica y política), de la cual espera que tenga resonancia en la derecha política y mediática.
De todas formas, las posibilidades políticas de ARENA se juegan en la superación de sus fisuras internas y en la emergencia de liderazgo que, además de aglutinar a los diferentes sectores del partido, goce de la aceptación de la derecha mediática y tenga la confianza de la derecha empresarial.
A falta de lo anterior, la apuesta del partido para mantener su voto duro y para sumar nuevos votos caminará por un carril privilegiado: los ataques permanentes a la gestión del Presidente Sánchez Cerén, que incluyen el uso de recursos permitidos por la institucionalidad y legalidad vigentes, pero también recursos ilícitos más diverso signo. La derecha empresarial y la derecha mediática –tal como ha sucedido desde 2014— no dudarán en sumarse a esa estrategia, secundando las líneas de ataque emanadas de ARENA y/o fraguando las suyas propias.