El pasado 15 de septiembre El Salvador celebró la gesta de independencia de 1821, fecha desde la cual el país es libre y, sobre todo, soberano.
El artículo 83 de la Constitución dice: “El Salvador es un Estado soberano. La soberanía reside en el pueblo, que la ejerce en la forma prescrita y dentro de los límites de esta Constitución”.
Sobre la soberanía, la ONU sostiene: “Todos los Estados disfrutan soberanía igualmente. Se tienen los mismas derechos y obligaciones y son miembros iguales en el orden internacional, a pesar de desigualdades en economía, política y social. Cada Estado tiene la obligación de respetar la personalidad de derecho de cada uno. La integridad territorial y la independencia política de ellos es inviolable. Cada Estado tiene el derecho de ordenar y desarrollar su orden social, económico y cultural”. Este orden de igualdad entre los Estados del orden internacional está protegido a través de la Carta de las Naciones Unidas.
La derecha salvadoreña, en su mayoría, que se declara a sí misma como nacionalista, lo que implica que respalda la autodeterminación de la nación en la que viven, debería tener posturas soberanas, y no de genuflexia con el imperio o las naciones más poderosas que El Salvador.
Aprovechando la aberrada política anti inmigratoria del presidente de los Estados Unidos, la derecha salvadoreña representada en la FUSADES, la ANEP y, por supuesto, ARENA, ha criticado que el Gobierno de El Salvador mantenga relaciones diplomáticas y comerciales con la República Bolivariana de Venezuela.
Que el imperio estadounidense tenga una política de socavación de los Gobiernos progresistas de América Latina, no le da derecho a imponer esa visión a los países con los que tiene relación, independientemente de la desventaja del segundo en lo económico, político, social y territorial.
La derecha salvadoreña debe entender que la Constitución de la República, en el art. 168, numeral 5 establece, entre otras atribuciones y obligaciones: “dirigir las relaciones exteriores”.
Eso implica que el Gobierno del Presidente Salvador Sánchez Cerén tiene la autonomía que le confiere la Constitución de restablecer y/o mantener relaciones con los Estados del bloque terráqueo.
La Constitución no dice que las Relaciones Diplomáticas las establecerá Estado Unidos, ni ninguna otra nación por poderosa que sea, porque por eso el Pulgarcito de América es libre, independiente y, por ende, soberano.
Esa independencia y soberanía es por la que debemos seguir luchando, más allá de una simple celebración como la que hicimos el pasado 15 de septiembre.