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La desconfianza en el FMLN

Iosu Perales

La derrota electoral en las presidenciales generó desmoralización y cruces de críticas en el FMLN. La simplificación y la búsqueda de culpables nominales fue, ha sido y es, un recurso frecuente que ha alimentando la desconfianza.
Ciertamente no creo que los principales problemas del FMLN tengan que ver con diferencias políticas significativas, sí acaso de enfoques sobre el cómo llevar a la práctica las ideas y las propuestas que constituyen la agenda del partido. Pero eso es algo que se dilucida en el debate democrático. Las diferencias políticas que puedan haber son perfectamente superables si se discuten con transparencia y espíritu constructivo. Pero el epicentro de la crisis postelectoral es otro: es la desconfianza instalada que necesita ser reconstruida. La desconfianza hace estragos en las organizaciones que la sufren pues empuja en la mala dirección de reducirlo todo a acusaciones y señalamiento de culpables. La desconfianza es quítate tú para ponerme yo.
Para combatir la desconfianza hace falta primero que todo expulsarla de nosotros mismos y pasar a militar en el campo de la modestia, del diálogo, de la acción de escuchar, de poner por delante la razón de ser del partido: ser la esperanza de las mayorías sociales del país. Sin embargo, la reconstrucción de la confianza no es un asunto de buenismo, sino de convicciones ligadas a medidas adecuadas en el seno del partido. Una de ellas es la apertura de una reflexión colectiva acerca de la trayectoria de los últimos años del partido, haciendo un balance de aciertos y de errores. Este ejercicio debe ser la lanzadera para la definición de un proyecto renovado de país. Pero hacerlo bien requiere previamente que los liderazgos de diferentes sensibilidades hagan una cocina que permita unificar criterios y voluntades. Hay que terminan con el cainismo.
Frente al desencanto, la desafección o el desinterés, la confianza que ponga fin a los rumores y a la personalización de la política es el primer paso. Se por experiencia que las críticas negativas aglutinan más fácil a la gente que la esperanza, incluso en el interior de los partidos. No digo que la decepción sea mala o ilegítima, al contrario la decepción debe ser palanca parea corregir errores, pero no debe convertirse en venganza. Por otro lado, la desacralización del partido tampoco es malo, pero necesita ser superada por una nueva unidad que confronte el desengaño por no haberse cumplido las expectativas de ganar.
La crisis de confianza en la política esta presente en todas las esferas de la misma. De hecho el mayor consenso que existe en torno a la política es que ya no es lo que era: una actividad estimada, dotada de autoridad y prestigio, generadora de entusiasmo colectivo, una delegación de confianza. Ahora estamos en la época de la desafección. Pero no estamos en absoluto ante la muerte de la política, sino en medio de cambios que nos obligan a concebirla y practicarla de otra manera. También en nuestro partido hay que adaptarse a los nuevos tiempos que traen cambios. Para decirlo de una manera provocativa, hay que entender las diferencias internas como completamente democráticas. Pero hay una línea roja que no se debe traspasar: la desconfianza. La desconfianza es como una metástasis que mata a unos y a otros y finalmente alimenta escisiones terminales. Al final todo pierden.
Los factores que alimentan la desconfianza en el interior de los partidos son numerosos. Baste con señalar algunos que pueden ser corregidos: el burocratismo que doblega a la política y la somete a procedimientos; la falta de transparencia; la ausencia de auditorías financieras; el no combate a la corrupción; el centralismo que tapona la participación de las bases con capacidad de decisión; los hiperliderazgos; los comportamientos poco ejemplares de dirigentes y militantes significados; las discriminaciones de género; la discriminación de la militancia rural. Hay muchos más.
Pero hay uno que merece la pena destacar: la configuración de familias internas que actúan para conseguir poder y practican el sectarismo, el descrédito de rivales internos. Como quiera que son débiles en la presentación y defensa de propuestas, actúan en el campo de la conspiración.
En su huida hacia adelante se apoyan en los errores de sus rivales. Pero esto no puede ser ni el destino ni el presente de la izquierda.
La confianza interna, la fraternidad, es un principio para cualquier victoria. Hay que hablar, hay que escuchar, hay que hacer de la autocrítica algo normal. Quien no entienda esto mejor debería dedicarse a otra cosa. Y es que no se puede prolongar en el tiempo, ni menos aún enquistar posiciones sectarias, de descalificaciones.
Si ha habido errores, se señalan con honestidad, se discuten con lealtad y se corrigen. Es lo que se espera del sentido común y del compromiso con millones de personas, compatriotas, que están esperando una sociedad mejor.

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