Mosul/AFP
Mohammad Salim
Todos los viernes, desde julio de 2017, cuando Mosul fue liberada de los yihadistas, las mujeres se congregan en la plaza Al Minasa para pedir que les digan dónde están sus hijos y maridos desaparecidos.
La movilización de las mujeres, vestidas de negro, acompañadas por hijos y algunos hombres, y exhibiendo fotos de los «ausentes», se parece a las de las «Madres de la plaza de mayo», cuyos hijos desaparecieron durante la dictadura militar argentina(1976-1983)
Cuando el primer ministro saliente Haider al Abadi visitó Mosul en marzo, las mujeres intentaron acercarse a él, pero fueron rechazadas por sus guardaespaldas.
Cada una ha vivido un drama. El 25 de noviembre de 2016, los yihadistas ingresaron en casa de Shaima y secuestraron a su marido. Esta mujer, madre de seis hijos, esperaba hallarlo tras la «liberación» de Mosul. Pero Ali Ahmad, descubierto por las tropas iraquíes, estaba encerrado en una cárcel.
Este policía, hoy de unos 40 años, al igual que muchos otros iraquíes pertenecientes a las fuerzas de seguridad, fue secuestrado por el Estado Islámico (EI), que durante tres años convirtió a esta ciudad del norte del país en su «capital».
Cuando las tropas ingresaron en el oeste de la ciudad, el hombre «fue utilizado, junto a otros prisioneros, como escudo humano» por los yihadistas, asegura su esposa, de 38 años, toda vestida de negro.
Entonces, «los soldados lo detuvieron ya que no tenía ningún documento de identidad y le había crecido una imponente barba durante su cautiverio con el EI», agrega, secándose las lágrimas.
Sin información
Oficialmente, jamás se le informó de la situación de su marido.
Pero responsables de las fuerzas de seguridad aseguran a la AFP que las familias de todas las personas detenidas en Mosul habían sido informadas.
Por su lado, la justicia ya ha sentenciado: «Dos años sin noticias de una persona desaparecida en un contexto de terrorismo bastan para pronunciar oficialmente su fallecimiento», según un dictamen judicial.
«Muchos desaparecidos fueron ejecutados por el EI y sus cadáveres lanzados en Khafsa», afirma a la AFP Sami Fayçal, que dirige la Organización unida de derechos humanos en Mosul.
Este lugar tristemente célebre, que significa abismo en árabe, podría ser una de las mayores fosas comunes de Irak. En efecto, el EI convirtió a este lugar –donde según la leyenda local cayó un meteorito– en un centro de ejecución.
Hasta hoy, este militante de derechos humanos dice, basándose en testimonios de las familias, que hay «1.820 desaparecidos, hombres y mujeres», originarios de Mosul, y es imposible determinar si aún siguen en vida.
A ellos se añaden, prosigue Fayçal, «3.111 desaparecidos yazidíes, hombres y mujeres».
Doble pena
Um Abdalá, una iraquí de 80 años, no se resigna a pensar en la muerte de su hijo, pero teme lo que pueda ocurrirle si estuviera en vida. En efecto, los yihadistas han obligado a los miembros de las fuerzas de seguridad, a los funcionarios y a otros detenidos a anunciar su «arrepentimiento» y a sumarse al EI, un grupo considerado «terrorista» por el gobierno de Irak.
De hecho, están sometidos a un doble pena. Primero, por el EI y luego por las fuerzas de seguridad, afirma esta mujer.
«En lugar de ser puestos en libertad, y ser indemnizados, se los mantiene encerrados y quizá van a ser acusados de terrorismo y luego serán condenados», explica la octogenaria.