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La desobediencia

Alirio Montoya

Cuando leemos o escuchamos la palabra desobediencia, casi siempre de súbito se nos viene a la mente un reflejo mancillado por el prejuicio. Vinculamos ese término con la indisciplina, la irracionalidad, incluso, con un acto que linda con lo criminal, lo cual deviene del pecado original. La reacción de sospecha y crispación ante ese vocablo parece natural si consideramos que la religión, a través de los siglos, nos ha inculcado la idea respecto que la desobediencia es un equivalente a la maldad y, la obediencia, un acto de bondad. Aunque es pertinente aclarar que no solamente sobre la religión recae el peso de la responsabilidad histórica en esta desfiguración conceptual, sino también sobre algunos pensadores griegos, por ejemplo. Para un sector de filósofos que los ubicamos más que todo en la Grecia clásica, el obedecer era una manifestación propia de las personas virtuosas. Mi propósito en estas líneas es continuar rompiendo con ese mito, hasta cierto punto, diría yo, perverso.

En la Biblia encontramos un relato muy ilustrativo sobre la desobediencia. Eva convence a Adán de comer del “fruto del árbol prohibido.” Esa desobediencia viene a configurarse como en el fundamento de la historia y de nuestra civilización, por supuesto, desde esa perspectiva. Es así como esta civilización inicia con un acto de desobediencia; por ello es que Erich Fromm en varias ocasiones (en El miedo a la libertad, Sobre la desobediencia y en Sobre la desobediencia y otros ensayos) ha sostenido que la desobediencia es el primer acto de libertad. Ahora, siguiendo a Fromm, si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia -dice Fromm- podría muy bien provocar el fin de la historia humana. Erich Fromm tenía razón. Esto lo demostraré más adelante.

Dejemos a un lado por un momento la religión. Sófocles en su magistral producción literaria nos relata la tragedia de Antígona, en el año 445 antes de Cristo, diez años previos a la aparición de Edipo Rey. Antígona, una mujer que es el símbolo de la ética y la dignidad humana se impone ante las leyes formuladas por un tirano. Cuando los hermanos de Antígona se matan entre ellos, ésta desobedece la ley promulgada por el rey Creonte, la cual prácticamente prohibía que a uno de los hermanos de Antígona, a Polinices, se le diera sepultura. Siguiendo el decreto de Creonte, el cadáver del hermano de Antígona debía haber quedado expuesto al aire libre para que lo devoraran las aves de rapiña. Pero Antígona, con sus manos suaves socavó la tierra para sepultar a su hermano porque así lo determinaba la tradición tanto familiar como la de los dioses. Las leyes formuladas por un rey, para Antígona, no debían estar por encima de esas tradiciones familiares. Creonte enfurecido porque Antígona desobedece sus leyes, decide ajusticiarla. La condena por desobedecer, es sentenciada a ser enterrada viva. Como la vida es irónica, la tumba que excavó para su hermano es usada para la misma Antígona, quien mejor decide morir ahorcada en su propia tumba.

Los dos relatos, el del libro de Génesis y la tragedia de Sófocles parecen contener una dicotomía, es decir, el obedecer y desobedecer se nos presentan en estos relatos como los contrarios, como opuestos, o bien como antítesis. Como quiera que sea, el análisis que se puede hacer es el siguiente. Si el poder del Estado, por ejemplo, me ordena asesinar a otro ser humano, y si desobedezco a esa orden, es de preguntarnos ahora ¿qué contenido o matiz adquiere ahora ese acto de desobediencia? Si se me ordena lanzar una bomba nuclear sobre alguna ciudad y desobedezco esa orden, ¿cuál sería entonces la consecuencia de desobedecer? Las respuestas son obvias. Por ello es que iniciamos estas líneas citando a Fromm. Si nuestra civilización humana inició con un acto de desobediencia, no es una idea tirada de los cabellos que esta civilización pueda desaparecer a consecuencia de un acto de obediencia; es aquí justamente donde aparecen los contrarios o la antítesis entre obedecer y desobedecer. ¿Será un islamista radical quien ha de obedecer, o un fiel seguidor de Netanyahu, de Putin o de Biden en lanzar la primera bomba nuclear? Nunca se sabe. En este punto es de tomar muy en cuenta que el Estado sionista de Israel se ha negado a firmar el Tratado de no Proliferación de armas nucleares, y por otro lado mientras los Estados Unidos que lo ha ratificado, pero continúa la agenda de la producción y financiamiento de armamento nuclear. El imperialismo siempre nos da cátedra de la doble moral. El planeta Tierra es una bomba de tiempo, por ello dije que Fromm tenía razón. Podemos desaparecer por un acto de obediencia. Como se advirtió al inicio de este texto, la pretensión es desmitificar la fábula creada sobre que la desobediencia es un acto de maldad.

Y si todavía persiste la duda en el amigo lector, sin caer en misticismos podemos volver a la Biblia. En ella encontramos una serie de actos de desobediencia que de por sí no pueden ser catalogados como acciones malas. Jesús de Nazaret, por citar un caso bien emblemático, desobedeció las leyes de Moisés al sanar un día sábado a una pobre viejecita que llevaba muchos años condenada a caminar jorobada. Ese acto de desobediencia de Jesús no puede ser considerado por alguien en su sano juicio como un hecho malo; sin embargo, muchos judíos a la fecha no le perdonan ese acto de desobediencia al propio Jesús de Nazaret. Así encontramos también a Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien hacía un llamado a la desobediencia pública, esto es, a la desobediencia contra el Estado opresor. “Matan a sus mismos hermanos campesinos”, y una “orden de matar nadie debe de cumplirla”, decía. Incluso, cuando asesinan al padre Rutilio Grande, Monseñor Romero tomó la decisión de celebrar la denominada “misa única” en día domingo, lo que obviamente entraba en contradicción con el Derecho canónico, pero se sobrepuso la praxis de todo verdadero cristiano frente a la ley formal. A Jesús de Nazaret al menos se le procesó en un juicio sumarísimo, por los delitos de rebelión y sedición; Monseñor Romero no tuvo tiempo para defenderse. La postura de Monseñor Romero frente a las injusticias, aparte de semejarse a la de Jesús de Nazaret, encuentra también un punto común con santo Tomás de Aquino, cuando éste decía que una ley injusta perdía su poder de obligarnos (virtus obligandi). Dicho lo anterior, estamos obligados a desobedecer las leyes de cualquier tirano.

La desmitificación de relatos creados por la religión en su connubio perverso con el poder, con el Estado, definitivamente implica el desmantelamiento de un andamiaje construido para someter a los más ingenuos. Cuando hago alusión a la construcción de un andamiaje, es porque históricamente, desde la teorización aristotélica del “amo-esclavo”, retomada más tarde por san Agustín y después por Hegel, ha servido de potencial para que la humanidad viva sometida por quienes detentan el poder.

Así tenemos formas jurídicas de esos núcleos reproductores del mito de la obediencia ciega, como la familia, la Iglesia y el Estado, cuya superestructura de este último ha potenciado la idea consistente en que la relación entre amos y súbditos, jefes y subalternos, gobernantes y gobernados, continúe siendo asumida como parte de un plan divino. En pleno siglo XXI todavía se habla de gobernantes enviados por Dios; es que la estupidez humana no deja de sorprendernos. Como seres racionales y defensores de la justicia estamos obligados a desobedecer cualquier orden o ley injusta. Romper ese mito de la desobediencia no es tarea fácil, pero quebrarlo desde adentro es posible solamente desde la praxis consecuente de una filosofía y teología que sirvan para la liberación de los seres humanos.

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