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La desventura de llegar a ser gobernante de un país

Carlos Girón S.

Lo que debería ser una dignidad, motivo de honra y distinción, de orgullo legítimo propio y para la familia, como lo es llegar a ser presidente de la República o Ministro en un país como el nuestro, estamos viendo los salvadoreños cómo se vuelve una desventura, una desgracia, que llena de oprobio y vergüenza, no sólo al o los “dignatarios”, sino a sus familias.

Pareciera, en muchos casos, que distinciones tan altas llevan aparejado el estigma de la cleptomanía, el ladronismo descarado, o que trajera inherente una patente para meter hasta el fondo las manos sucias en las arcas del Estado y apropiarse descaradamente de recursos económicos que pertenecen al pueblo, pues es éste el que forma con sus tributos el tesoro público, para la realización de cuanta obra de servicio a la población se proyecte y necesite.  Cuesta creer que esos gobernantes-ladrones no piensen en el daño que con sus acciones perversas le causan a todo un país y sus habitantes. Y lo más triste y doloroso, el estigma, la vergüenza que hacen caer sobre sus pobres familias, que sufren lo indecible cuando ven al padre o esposo enredado con la justicia y peor si son enviados tras las rejas. Casos como esos se han dado en Guatemala, con Pérez y la vicepresidenta; en Costa Rica, con el ex presidente Rodríguez; en Panamá, con Martinelli y ahora acá, ¡por fin! en nuestro país, si bien con gran retardo en la llegada de la Justicia. Los salvadoreños esperamos que “los destapes” sigan con celeridad para evitar que prescriban muchos otros casos de ladronismo contra el Estado.   A la gente le cuesta creer que esa clase de gobernantes sean incapaces de vencer la tentación del robo a la luz del día y robar aquí y allá, una y otra vez, hasta amasar fortunas. Cualquiera puede decir: ¿y de qué les sirve robar tanto hasta hacer fortunas si no pueden disfrutarlo tranquilamente, teniendo el grito constante de la conciencia del mal que han hecho, sintiendo que de un momento a otro le cae encima la policía para ir a parar tras las rejas y ser sentados en el banquillo de la justicia y recibir condenas de largos años?

Otra cosa rara: se dijera que el virus del ladronismo en los gobernantes es hereditario y que abarcan dinastías políticas. Pero no sólo los propios gobernantes, presidentes, vicepresidentes, ministros, sino también funcionarios de instituciones autónomas. Dirán todos ellos lo del dicho común: “en arca abierta, el justo peca”, pero las arcas del Estado no están a disposición de cualquiera, tienen custodia, custodia que los ladrones saben cómo obviar y neutralizar para cometer los robos.

Es increíble también cómo en esa gente la ambición se les despierta con qué fuerza, al grado que no se conforman con robar poco, sino millones y millones. Y en esto del ladronismo no es sólo el de o de los que sustraen fondos del tesoro nacional, que es pertenencia del pueblo; está también el de los cuantiosos impuestos no pagados; no sólo los que tienen negocios que les generan grandes ganancias, como también los descuentos retenidos de renta u otros a empleados o trabajadores de sus negocios. Lo mismo los que sacan fortunas a “paraísos fiscales” en otros países que se prestan para ello. Si el Estado recibiera, como debiera ser, esas cantidades millonarias de impuestos no pagados, no tendrían necesidad las autoridades hacendarias de recurrir a préstamos ni internos ni externos. Los alcaldes protestantes “contra el Gobierno” por lo de FODES mejor deberían protestar y reclamarles a los evasores de impuestos, que son los causantes de la apodada “crisis fiscal”, completamente ficticia.

La gente dice que apenas puede creerse que haya quienes carecen o renuncian a toda clase de escrúpulos para cometer esas fechorías, creyendo, quizá, que porque nadie los ve cometiendo los delitos, quedarán impunes al final de todo. ¿Y el “ojo que todo lo ve”? ¿Y la justicia divina? ¿Y la Ley de Compensación? Ésta no camina sola. Tiene aparejada la Ley del Karma –de la que tampoco nadie escapa. Ni los mejores abogados defensores, por listos y zafios que sean, pueden salvar a nadie de esta inexorable e infalible ley. Los juristas deberían saber que esas clases de defensa les hace compartir la deuda kármica del delincuente. Pero la ambición lleva también a meterse a defender lo indefendible. Lo mismo puede suceder en el caso de los jueces si no proceden con honestidad y rectitud, siendo imparciales al momento de dictar los veredictos. Igual con quienes sirven de jurado o testigos en los tribunales cuando se juzga a alguien.

Por último, pareciera que viene a ser como una maldición lo del privilegio de llegar a ser gobernante de un país, pues se dijeran que, desde el momento de recibir la honrosa distinción de ser representantes de todo un país y sus habitantes, están condenados a convertirse en vulgares ladrones. ¡Ah caray!

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