Álvaro Darío Lara
Todos hacemos fila diariamente. Múltiples son las ocasiones: en las largas colas del automotor tráfico cotidiano; en las instituciones bancarias; en el comedor o restaurante; en las burocráticas oficinas públicas; a la hora de ingresar al cine; y desde luego, en las tiendas, hospitales, farmacias, comercios, y mercados de todo género.
Hace unos meses presencié una vergonzosa escena en un supermercado. Un individuo comenzó a gritar, insultando a diestra y siniestra, porque no se avanzaba en el pago y despacho de los productos. El motivo del enfado era una devolución, que la cajera estaba efectuando, y que tardaba, quizá un tanto más de lo normal. Pero a diferencia del resto, de los que ahí estábamos de pie, esperando, el sujeto en cuestión, estalló colérico. Ante esto, la gerente del establecimiento, tuvo que acercarse, seguida –prudentemente- del guardia. Finalmente, el iracundo personaje terminó marchándose, dejando su carretilla colmada de víveres, y a todo el público bastante sorprendido.
Episodios como éste, desgraciadamente no son extraños hoy en día. Muchas son las noticias en los medios, que nos informan de automovilistas, que notoriamente alterados, terminan descendiendo de sus vehículos, y agrediéndose, en ocasiones, con saldos fatales. Iguales circunstancias ocurren al interior de los autobuses, cuando pasajeros se disputan un asiento.
¿Cuál es la causa de todo este desconcierto? ¿Qué nos impulsa a buscar en la dudosa senda de la violencia indiscriminada, el método para resolver nuestras diferencias o ansiedades? La respuesta a esta pregunta apunta hacia varias direcciones.
Por otra parte, resulta evidente, que vivimos una época de grave deterioro de la salud mental, con sus funestas consecuencias. Hacen faltan investigaciones al respecto y, sobre todo, políticas educativas y de salud, que tomen rápidas cartas en el asunto. No es posible que cualquier situación, por nimia o grande que sea, nos robe la paz mental. Al respecto, la escritora espiritual Deborah Smith Pegues, nos dice: “La paz mental es el bien más valioso del mundo. Todos desean paz interior pero no todos la encuentran, porque la buscan en la fama, el éxito, los amigos, los ascensos, el poder, la atención, el dinero o las posesiones. La buscan en los sitios inadecuados. Nada externo producirá jamás paz mental. Las incertidumbres de la vida moderna pueden mantenernos en un estado de ansiedad respecto a temores reales o imaginarios”.
Sin embargo, todo esto, que es complejo, nos remite a un aspecto que es necesario identificar: hemos perdido una importantísima cualidad, la paciencia.
La paciencia que nos posibilita aceptar los diversos problemas, contratiempos y situaciones difíciles, con la convicción que no son eternos, y que debemos tranquilizarnos, para mejor enfrentarlos.
Al respecto el gran fabulista Félix María Samaniego, nos obsequia una joya, titulada “Los navegantes”, cuya moraleja, de capitalizarla, nos alejará de la desdicha: “Lloraban unos tristes pasajeros/ viendo su pobre nave combatida/ de recias olas y de vientos fieros, / ya casi sumergida; / cuando súbitamente/ el viento calma, el cielo se serena,/ y la afligida gente/ convierte en risa la pasada pena;/ Mas el piloto estuvo muy sereno /tanto en la tempestad como en la bonanza; / Pues sabe que lo malo y que lo bueno /está sujeto a súbita mudanza”.
Paciencia, paciencia, sagrada virtud, que sólo su preciosa práctica, podrá conducirnos a una verdadera purificación del espíritu. Por algo, los enfermos, son llamados pacientes. Ya que es en el dolor, en el sufrimiento, en el agobio, en la amargura, frente a lo que no tiene una solución -ni
mágica, ni inmediata- cuando se experimenta la verdadera aceptación que nos dotará –seguramente- de una vital fortaleza.
Una oración legendaria y efectiva, que puede decirse en todo momento, y que, acompañada de tres respiraciones profundas, logra sumergirnos en una verdadera paz interior, es la atribuida al Santo de Asís: ““Dios mío, concédeme la serenidad /para aceptar las cosas que no puedo cambiar;/el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar/ y la sabiduría para conocer la diferencia”.
Que con el trabajo diario de nuestros pensamientos y actitudes logremos desarrollar esa magnífica virtud que es la paciencia, una firme columna de nuestra paz interior.