Por: Alirio Montoya*
La crisis económica mundial que se originó en 1929 y las consiguientes réplicas de ese terrorífico crack, un par de meses después del “martes negro”, es una risible caricatura comparada con la recesión y su conteste depresión económica que se avecina. Esta vez a lo mejor Keynes no podrá salvarnos. Parece apocalíptico. En noviembre del 2019 todos nos preparábamos para las fiestas de fin de año, por lo que las noticias que venían desde Wuhan, una ciudad ubicada en el centro de China, respecto del padecimiento de su población a una extraña enfermedad para nosotros, pero común para los asiáticos, no despertó ningún tipo de alarma principalmente en los países latinoamericanos. Le llamaron el Coronavirus en sus inicios. Creímos que se trataba de algo similar al SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome), gripe aviar o gripe porcina; sin embargo, a los salvadoreños lo que probablemente nos podría preocupar era un rebrote del Zika que se parecía mucho a la Chikungunya. Pero un par de tiras de Paracetamol proveídas por los hospitales nacionales y por el ISSS solucionaba el problema. Y si a lo antes dicho le agregamos que hace varias décadas los salvadoreños vencimos a la fiebre amarilla y al Cólera, entonces no habría de qué preocuparse.
En el mes de enero del 2020 las pantallas de TV y de los dispositivos nos estremecieron con esa enfermedad altamente contagiosa llamado COVID-19, una nueva modalidad del Coronavirus; pero seguimos creyendo que no pasaría de Wuhan, nuestro optimismo y positivismo siempre han sido inmensos, como el universo. Cuando en Italia y España los muertos se contaban por decenas y luego a cientos por día, cayendo al suelo como racimos de frutos desprendidos de sus árboles, la realidad se estrelló en nuestros rostros y comenzamos a asustarnos. El asunto iba en serio y no era una endemia ni epidemia, era una pandemia; venía a por nosotros. Varios países en el mundo –incluyendo el nuestro- comenzaron a adoptar medidas de distanciamiento social, para luego, paulatinamente, implementar medidas de contención y finalmente cuarentenas obligatorias; esto es, paralizar el comercio y todo tipo de movilidad y sus derivadas actividades.
Pero ¿cuál es la lógica de las cuarentenas? No se trata de derrotar la enfermedad sino de ganar tiempo y con ello tratar de aplanar la curva, lo cual significa pretender alcanzar una disminución proyectada en el tiempo entre posibles casos de contagios, pero a su vez esa cuarentena ayuda a que no se saturen los hospitales, más nada. No obstante, también dentro de las cuarentenas subyace la lógica más elemental, cual es contar con más tiempo para preparar nuestro sistema de salud y así hacerle frente a la pandemia. Sin embargo, en países como el nuestro, la cuarentena sirve como un mecanismo de confiabilidad direccionada a esperar que con el confinamiento el virus se largue de estas tierras, como por cosas lanzadas a la suerte. Es una estrategia que tiene que ver más con armonías cósmicas que con la ciencia. Al parecer en El Salvador la cuarentena ha servido para iniciar, por ejemplo, la construcción de un hospital en el CIFCO para albergar a contagiados, pero en las próximas pandemias que nos golpeen. ¿Y en verdad a qué le apostamos?
El problema que se suscita al tratar de aplanar la curva de la pandemia COVID-19 por medio de medidas de confinamiento es que, naturalmente, al paralizar la economía eso generará una inevitable recesión formando –según los expertos- una doble curva, esto es que, si la finalidad de las cuarentenas es aplanar la curva de la pandemia –de mermar los posibles contagios-, por debajo de la línea de tiempo se acrecienta otra curva invertida que conlleva a la profundización de la recesión. La recesión no es más que el decrecimiento de la actividad económica. Y no es para menos; nadie trabaja, entonces nadie compra, por lo tanto, nadie produce.
Los países desarrollados o del “primer mundo” como Estados Unidos, Japón, Alemania, Inglaterra o China, para el caso, no tienen ningún problema porque sus economías son sólidas –a pesar de tener deudas-; cuando los Estados Unidos se hace el planteamiento que hay una disyuntiva entre la salud y la economía producto de las cuarentenas o confinamiento es simplemente un falso dilema. Distinto es en los países de la periferia como el nuestro. Las precarias condiciones económicas de los países inmodestamente llamados emergentes también se baten en ese dilema.
Pero resulta que los países periféricos como El Salvador no le queda otra alternativa que recurrir a donaciones o a préstamos. Eso es también bastante complicado porque el crecimiento del PIB en nuestro país era del 2.3 %, según datos del Banco Mundial para 2019, lo cual no es nada alentador si nos percatamos que hay una proyección de bajo crecimiento económico y que el mismo BM ha previsto para El Salvador debido al impacto de la pandemia del COVID-19 (coronavirus), se espera, según esas proyecciones del BM, que la economía salvadoreña se contraiga a -4.3 % en 2020.
Pero lo que se avecina no termina ahí. La disponibilidad monetaria del BID, para el caso, solamente cuenta con US $2 mil millones, que es justamente lo que necesitaría solamente nuestro país para aplanar la curva de la recesión. El FMI cuenta con una disponibilidad de US $1 millón de millones y, el Banco Mundial, cuenta con US $14 mil millones. Como se advierte, estos organismos multilaterales no tendrán la capacidad para prestar a las naciones. Pero supongamos que obtengan el dinero suficiente proveniente de fuentes que no quiero ni imaginarme ¿le prestarán a un Estado como el nuestro con niveles inusitados de endeudamiento?, ¿este Gobierno de la improvisación tendrá un plan B si estos organismos se resisten a prestarnos más dinero?, ¿está preparado este Gobierno para que enfrentemos la inevitable recesión y depresión económica?
Lo que todos los ciudadanos esperamos es que sí esté preparado o al menos sepa a qué es a lo que nos enfrentaremos, pero ese optimismo se desvanece súbitamente cuando vemos un gabinete –como lo dijo el Dr. Fabio Castillo- incapaz. La improvisación ha sido la regla. La política ha sido que primero materializamos el plan, y luego veremos cómo y de dónde lo ejecutamos. Como dice el secretario jurídico de la Presidencia, así que se vaya con una sola firma, después lo enmendamos.
*Profesor de Filosofía del Derecho.
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