Iosu Perales
La historia de la niña pakistaní de nombre Malala, view recientemente nombrada Premio Nobel de la Paz con sólo 17 años, cialis es todo un monumento al valor de la educación como fuente de libertad. En octubre de 2012 lo talibanes le metieron una bala en la cabeza pero no lograron callarla. Malala defendía su derecho a ir a la escuela y el de todas las mujeres de Pakistán. Hoy, shop sigue luchando a favor de todos los niños y niñas a la educación. Su lucha y coraje ha conmovido a millones de personas en el mundo: ella es un símbolo que hace de la educación un proceso de recreación, de búsqueda de la verdad, de independencia y de conocimiento.
Afortunadamente, en América Latina no se han dado hechos como el sufrido por Malala. No ha habido fundamentalismos religiosos opuestos a la escolarización de niños y niñas. Sin embargo, la pobreza y la exclusión social han sido y son fuente de ausentismo escolar y de analfabetismo. A los 17 años, la edad de Malala, sólo el 67% de los jóvenes latinoamericanos concurren a la escuela. A partir de los 13 años se observa claramente el incremento sostenido de la proporción de adolescentes que abandona la escuela. Si acudimos a las fuentes de la Organización Internacional del Trabajo veremos que en nuestra América Latina 5,7 millones de niñas y niños trabajan sin haber cumplido la edad mínima de admisión al empleo o realizan trabajos que deben ser prohibidos. Hay todavía mucho por hacer, pues la promesa de un futuro mejor, personal y colectivo, pasa necesariamente por lo que Ana María definió como una educación para ser libres y transformar la sociedad.
En El Salvador la educación es una prioridad del Gobierno y de manera especial del Presidente Sánchez Cerén, cuyo pasado como maestro de escuela le dota de una sensibilidad extraordinaria para defender el principio de que los hombres y mujeres nos construimos en y para la libertad a través del aprendizaje y del conocimiento, valores que hacen a una sociedad más democrática. Él sabe que la tarea de educar exige muchos buenos recursos humanos, en constante formación, educándose a sí mismos, y unas buenas herramientas técnicas. Además, Sánchez Cerén, sabe muy bien de la importancia de enfocar correctamente el sistema y el esfuerzo educativo, en una sociedad que necesita vencer la delincuencia juvenil, el competitivismo, el individualismo y la insolidaridad, que son valores que acosan a la juventud.
Es verdad, sin embargo, como ha escrito José Roberto Osorio en este periódico, que el sistema educacional en el país se encuentra bajo el asedio de diversos factores externos, entre los que destaca la criminalidad. El ausentismo estudiantil sufre directamente por ese motivo y otros como la desestructuración familiar que alienta la no asistencia a la escuela. El propio hecho de estudiar está en cuestión en algunos sectores juveniles desanimados por la falta de oportunidades profesionales. Creo que junto a medidas económicas de creación de empleo juvenil y un combate eficaz a la delincuencia, es importante seguir mejorando el sistema escolar desde la convicción de que será mediante una educación integral y extendida que llegué al último rincón del país, como podrá mejorar la vida de la gente y la confianza en el futuro. Pienso que la empatía y el diálogo deben ser vectores de una educación para la convivencia, la colaboración, la generosidad, el trabajo en equipo, para la paz.
Me parece esencial que en la escuela, ya desde la primaria, se desarrolle en el alumnado la empatía. En su acepción más corriente es “ponerse en el lugar del otro”. Eso está muy bien, pero hay un segundo escalón de la empatía que es el “preocuparse y ocuparse del otro”. Es así que en la empatía hay un amplio espacio de profundización educativa que permite comprender su relación con las causas más justas del ser humano, mediante el altruismo, la solidaridad y el compromiso. En una sociedad que aspira a la cohesión social, a la convivencia en la diversidad, y a la resolución de los conflictos mediante la palabra, es fundamental que ya desde la infancia se inculque la capacidad cognitiva y afectiva que necesita verse cultivada y promovida. Desplegando esa capacidad humana es como podemos dialogar con los otros y con la propia sociedad desde un plano de donación, es decir de ofrecer nuestras destrezas y cualidades para la construcción del bien común, del Buen Vivir.
Creo que es una buena idea desarrollar la empatía en la escuela, mediante ejercicios adecuados que lleven a los niños y niñas a lo que Ana María decía: “Enseñar y aprender es tomar conciencia del lugar que cada cual ocupa en el mundo y en la sociedad en que nace y vive”. Gracias a la empatía sentimos como propio el dolor de los otros y ese dolor nos empuja a combatir las causas que lo originan. Pero, hay algo más, la empatía ha de ser universal con los que sufren, no solamente con aquellas personas que son de mi color político. Es este un punto sensible para un país que no hace mucho tiempo vivió en guerra. Pero es esencial sentirnos concernidos y sobrecogidos con los sufrientes sea cual sea su ideología, su edad, su religión, su color, su sexo.
No hay empatía si no hay diálogo. Los seres humanos no nacemos en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión, repetía el gran educador brasileño Paulo Freire. Cierto, el diálogo implica un encuentro humano necesario para la empatía, para la transformación del mundo, es una exigencia existencial. Puede parecer increíble, pero con frecuencia no sabemos dialogar. La escuela es un buen lugar para aprender a hacerlo desde la infancia y poniendo el acento en el principio de autenticidad. La palabra desde la verdad. No podemos dejar de recordar que para Freire, la palabra tiene dos fases constitutivas indisolubles: acción y reflexión. Ambas en relación dialéctica establecen la praxis del proceso transformador. La reflexión sin acción, se reduce al verbalismo estéril y la acción sin reflexión es activismo. La palabra verdadera es la praxis, porque los hombres y mujeres debemos actuar en el mundo para humanizarlo, transformarlo y liberarlo.
El significado de una educación para el diálogo está directamente vinculado al compromiso con el pluralismo. Hay que enseñar que el diálogo no elimina los desacuerdos pero puede explicarlos racionalmente, de manera que sea incluyente. La inclusión es un factor favorable a la resolución de los conflictos y el compromiso con el pluralismo debe facilitar el dar preferencia a lo que nos une. Por último el diálogo debe ser desde la igualdad, partir del mutuo reconocimiento de la misma dignidad humana.
Empatía y diálogo son por consiguiente dos factores que pueden ayudar decisivamente a la resolución de problemas estructurales y a ese proceso largo pero ilusionante que lleva al Buen Vivir.