José M. Tojeira
A algunos les habrá llamado la atención el título de este escrito. Pueden pensar que sería más adecuado un título que dijera “la emergencia y la mujer”. Pero la palabra emergencia tiene distintos significados. El que más nos impresiona ahora es, tomándolo de la Real Academia, “situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata”. Pero emergencia tiene también otro significado: surgimiento, “brotar, salir a la superficie”. Y en la actual emergencia ha emergido, salido a la superficie, el indispensable valor de la mujer. Por supuesto en el llamado trabajo reproductivo, tan poco valorado en las sociedades machistas, la mujer se revela como la experta en el cuidado, en el ahorro, en la compra de lo adecuado para el mantenimiento del hogar, en la administradora de las necesidades de la casa. En este tiempo de pandemia y de confinamiento hogareño, la mujer ha mostrado su capacidad de enfrentar crisis y solucionar problemas complicados a la hora de abastecer las necesidades familiares.
Las enfermeras y las cuidadoras de ancianos han desarrollado y continúan desarrollando una labor extraordinaria. Aunque hay más hombres varones que son médicos que mujeres (otra muestra típica de una sociedad machista), en el campo de la enfermería la mayoría son mujeres. Y en el trato humano a los enfermos ellas suelen tener mucha más sensibilidad, compasión y capacidad de inspirar sentimientos positivos. Los que por alguna razón hemos estado hospitalizados en algún momento vemos al médico una o dos veces al día y durante un espacio de tiempo limitado. Con las enfermeras tenemos una relación temporal mucho más amplia e incluso más cordial y humana. En este tiempo de pandemia ellas han estado muy cerca de los enfermos y han dado ejemplo de humanidad y espíritu solidario.
Sin embargo, y aun teniendo tanto que agradecer a las mujeres, nuestra sociedad no se comporta con ellas como debiera. En una sociedad machista como la nuestra les ha tocado a ellas soportar el mal trato, que aumenta siempre con el encerramiento. Si el abuso era ya una plaga en El Salvador, no hay garantías de que la situación haya sido mejor durante estos largos días de encierro hogareño, especialmente para las mujeres jóvenes y adolescentes. En el año 2019 solamente en el primer semestre, hubo 3.138 hechos registrados oficialmente de violencia contra la mujer, con el agravante de que el 67 % de estos delitos fueron cometidos contra mujeres menores de edad. Si además tenemos en cuenta que normalmente nunca se denuncian más que el 20 % de los delitos de este tipo, la cantidad de abusos, de cualquier tipo que sea, puede llegar a cifras escalofriantes. Con un sistema judicial semiparalizado y con una policía ocupada en otras tareas, más vinculadas a la pandemia, la mujer ha estado desprotegida.
La pandemia sin duda pasará. Pero en el trato de la mujer no podemos volver a lo mismo. De un modo callado han sido las que en el día a día nos han hecho soportables estos tiempos tensos y pesados de encerramiento con su trabajo. Desarrollar una política de la mujer inclusiva y tendiente a la paridad es indispensable para el buen funcionamiento de El Salvador. En todas las dependencias estatales al menos un 30 % deberían ser mujeres. En el mundo de la empresa, del pensamiento y de las profesiones, y sobre todo en el campo de la dirección de las asociaciones y cargos de estos sectores, debe impulsarse una política semejante. Decir que no están preparadas es absolutamente falso. Con frecuencia en las Universidades tienen un mejor rendimiento que los varones. Pero después, profesionalmente, tienden a tener menos ascensos que los varones. La experiencia de la pandemia nos pide a gritos cambiar una estructura política machista que corrija y sancione todo tipo de abuso, y dar una real paridad a las mujeres en todas las responsabilidades sociales, culturales y económicas del país.
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