Javier Alvarenga,
Fotoperiodista
Las tardes de domingo se disfrutan mucho en San Salvador, las familias se unen, conviven, las plazas y parques se abarrotan, la algarabía se encuentra en los niños que corren, los juegos de tubos pintados, los deslizaderos de cemento, los laberintos de concreto, todo es parte de la cotidianidad de ese día especial de la semana, en la que, emprendedores aprovechan para comercializar sus productos.
Las ollas hierven con sus sustanciosos atoles, el reconocido y degustado “chuco” bebida de color rosa, que se marina con frijoles negritos, alguashte y chile en salsa, es uno, de los más demandados de la tarde. La yuca frita, los elotes en braza son parte de esa amalgama de colores, sabores que visten y envuelven el paladar de los salvadoreños.
Pero entre ellos, se encuentra, también, la “empiñada” producto completamente artesanal, que tiene todo un proceso ancestral, heredado de generación en generación, familias enteras se han dedicado a su producción. En la que, la mezcla de harina suave, algodón de yuca, azúcar y color de fruta crean esa mágica e interesante rueda delgada que tanto, llama la atención de los niños.
En cada plaza, parque y terminal de transporte público, encontramos a los vendedores, que entre sus hombros llevan el palo de madera, en el que, cuelga, lo que, para muchos de nosotros, puede generar y producir, algún recuerdo de nuestra trágica-hermosa infancia cuscatleca.
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