Claraboya
LA ENSEÑANZA DEL DOLOR
Por Álvaro Darío Lara
A Patricia Márquez, con afecto.
El dolor, es una realidad humana insoslayable. Dolor físico, dolor psicológico, han acompañado nuestra existencia desde que el mundo es mundo.
Recuerdo a un excelente amigo, psicólogo, que me ha orientado muchísimo en el no siempre feliz proceso de lidiar con las vicisitudes de la vida; y en particular, con la experiencia del dolor físico, producto de la artrosis y de otras situaciones de salud que padezco desde hace unos años, y que, desde luego, han transformado mi realidad cotidiana.
Me decía el experto: “Cuídate del dolor, el dolor, deprime”. Por supuesto, el dolor, si no lo atendemos, desde el alma, más que desde el cuerpo, nos destruye. Nos roba el sueño, la voluntad, el deseo de vivir; instala fantasmas, nubarrones grises en el día a día. Y de pronto, el más mínimo acto, nos cansa, nos agota, nos enclaustra y hasta puede matarnos.
La mente, la poderosa mente, que, dirigida con pensamientos positivos, nos abre innumerables y maravillosas puertas; abandonada a su libre albedrío, presa de la negatividad, nos puede sabotear cada minuto, y enviarnos directo al despeñadero.
Pero, seamos francos, si el dolor resulta inevitable en ocasiones; lo único que podemos hacer ante él, es elegir no sufrir. Esto puede resultar paradójico, pero no lo es.
La experiencia del dolor estará presente, pero nosotros decidimos sufrir o no. Y es que el sufrimiento, va más allá de la propia experiencia del dolor como tal. El sufrimiento es la aceptación negativa del dolor, su exaltación, su experiencia de conmiseración que no debemos aceptar.
¡Cuánta razón asiste a las corrientes religiosas, místicas y espirituales, que proclaman, ardientemente, el rechazo a la “apariencia” de problemas, de enfermedades, de hechos negativos; y se adhieren a las afirmaciones positivas; a los llamados decretos positivos! Y es que la actitud, con las consideraciones del caso, hace la gran diferencia.
Hace unos días escuché de labios de un generoso compañero de labores y amigo, la siguiente historia, que me conmovió profundamente y que, mediante esta columna, modestamente, intento reproducir, con el objetivo, que nos pueda dar alguna luz en el camino personal:
“Había una vez dos hombres gravemente enfermos en un hospital. Ambos se encontraban postrados, separados apenas por una división de madera, que, si bien distanciaba sus heridos cuerpos, no los separaba del terrible dolor y de la pena que los unía.
Una noche uno de ellos se quejaba terriblemente, de pronto, escuchó una voz al otro lado, que le decía que se calmará, que el dolor ya pasaría, que, a Dios gracias, él tenía cerca de su cama, una ventana a través de la cual, contemplaba el cielo, esa noche, muy estrellado, muy apacible, muy hermoso.
Con semejante descripción, el quejoso fue quedándose dormido, y con el sueño, sus dolores se aquietaron considerablemente.
Al siguiente día se sintió mucho mejor, y de nuevo, a cada hora, cuando los dolores eran agujas punzantes hundiéndose en su débil cuerpo, siempre la otra voz estaba presta a narrarle un bello escenario tras la ventana.
Así transcurrieron las semanas en el calendario. Y hubo días soleados, con pájaros y fresca brisa proveniente de los árboles; tardes crepusculares de inigualables oros y de intenso olor a hierba lejana; y así llegó la nieve, con su frío manto, y sus niños abrigados lanzándose bolas, mientas reían y corrían inagotablemente.
Y así también, llegó la mejoría del paciente de los lamentos. Hasta que una mañana, ya más saludable, bajó de su lecho, y se dirigió al otro lado de su pequeño recinto. Deseaba conocer a su gran amigo y narrador, puesto que era él, sin lugar a dudas, responsable, junto a los médicos, y a su divinidad, de su milagrosa recuperación.
Sin embargo, la cama estaba vacía, limpiamente vacía. Era una habitación triste, oscura, y para su sorpresa, no había ninguna ventana. Muy sobresaltado buscó a una enfermera. Ésta le refirió, que, por desgracia, el paciente había muerto en la madrugada. Incrédulo nuestro personaje, le dijo que no era posible, que hasta ayer, la voz le había referido una historia maravillosa, gracias al mundo que se extendía más allá de su ventana. La enfermera, sonriendo, le confirmó lo que sus propios ojos habían ya atestiguado unos minutos antes: la habitación no tenía ninguna ventana, al contrario, era de las más lúgubres del hospital”.
Apreciables amigos, con lo único que contamos frente a las realidades dolorosas de la vida: enfermedades, crisis personales, económicas, partida de los seres amados y todo tipo de desgracias, es con nuestra propia actitud.
En definitiva, dependerá, de nosotros mismos, si permitimos que el dolor fluya, y finalmente, pase, evitando así, el sufrimiento; o, por el contrario, si decidimos –erráticamente- enfrentarnos a él, como en una batalla, resistiendo y luchando, es decir, sufriendo innecesariamente.
En mi caso, tratar de construir una actitud positiva; por supuesto, después de la fe en el Creador, es lo único, que ha podido darme voluntad para emprender el día a día. Y esta lección se la debo al dolor y a las sabias enseñanzas místicas.
Y en esto, todavía una confesión mayor: ha sido, desde niño hasta la fecha, la literatura, la poesía, el mundo de los libros, la escritura, lo que ha constituido mi mayor norte vital, mi consuelo, mi más auténtico y duradero amor. No tengo más palabras ¡Un abrazo a todos!