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La escuela del futuro y del diálogo

Por Carlos Abrego

Paulo Freire pensó en la escuela del futuro y se esforzó por implantarla en el Brasil de su tiempo; sus ideas las plasmó en el libro, “Pedagogía de los oprimidos”. El estado actual de nuestras escuelas y la educación que se imparte en ellas se asemeja a la triste descripción que hace Freire de la enseñanza en el Brasil de su época.

Imposible resumir en esta nota su libro, no obstante me puedo referir a dos ideas mayores, la situación actual es herencia vieja, nos viene desde la colonización y a medida que el tiempo avanza el atraso se viste  con otros trajes confeccionados por la dominación oligárquica. No cabe explayarse en esto, la otra idea es que los oprimidos brasileños eran mudos. También desde la Colonia los había silenciado y seguían callados hasta ya saliendo el siglo XX.

Esta mudez nuestra, ha recobrado su actualidad con el régimen bukeliano. Los oprimidos son siempre aquellos que se acostumbra llamar “los sin voz” y que se manifiestan en el hablar de profetas o de líderes políticos que dicen encarnar los intereses populares. No se trata de un silencio voluntario, ha sido inculcado por toda la sociedad y el Estado.

El autoritarismo en las familias, inicial sitio de nuestras costumbres y tradiciones, impone a los cipotes muda obediencia, sumisión a la voluntad paterna. Los hogares reproducen o inician lo que sucede en la sociedad entera. Un verticalismo autoritario, en que todos los superiores no admiten ni peros, ni rechinos.

Se trata de una jerarquía vertical en la cual cada eslabón ejerce su autoridad hacia abajo. Antón Pablovich Chéjov, insigne escritor ruso, en muchos de sus cuentos describe la saña y crueldad con que suelen ejercer su “poder” los miembros de los eslabones más bajos, como si en esa inclemencia residiera todo el sentido de sus cargos. Esto se puede observar en todas las sociedades capitalistas.

En nuestras escuelas no se respira libertad, por lo general los alumnos son considerados desde el inicio como recipientes vacíos que hay que llenar con conocimientos y no hay distingos de personalidades, ni de capacidades, tal vez sólo para justificar la despreciativa calificación. Los niños tienen que abrir sus mentes para que entre lo que debe aprender, su rol es pasivo por entero, no participa de su propia formación. Agrego de inmediato que hay apreciables excepciones, que a pesar de la escasez de medios se esmeran por innovar e invertir la situación.

Pensar la escuela del futuro en nuestro país empieza por resistir contra la precariedad actual. Entre nosotros los salvadoreños hablamos muy poco sobre nuestras escuelas, su nivel, su situación material y sobre la preparación científica de los maestros. No obstante muchos repetimos hasta la saciedad que hay que elevar el nivel de consciencia de nuestro pueblo, que se necesita tomar consciencia de lo que nos ocurre. Se repite machaconamente que debemos adquirir un pensamiento crítico y algunos señalan la escuela como el primer lugar en donde se debe proponer los primeros instrumentos para analizar críticamente nuestra realidad, nuestras vidas.

Sin embargo este llamado al pensamiento crítico no sobrepasa el simple rito. Por lo común se suele limitar la crítica a no dejarse engañar de los medios televisivos, radiales, de la prensa y ahora de los medios que pululan en Internet, todos ellos patrocinados por los grandes monopolios o son de su propiedad. Se insiste en la necesidad de forjarse su propia opinión.

Estos llamados son loables y parten no sólo de buenas intenciones, sino que de un sentimiento de la urgencia que hay de cambiar la realidad que nos agobia. Los que pronuncian estos llamados saben que el pensamiento crítico no puede meterse en la cabeza de los escolares, colegiales y universitarios como se meten en la cabeza las tablas de multiplicar. Los educadores tienen que estar atentos a los diferentes niveles de conceptualización, no se pueden saltar etapas.

Para la escuela del futuro se necesita un cambio radical en la preparación de los enseñantes. Se trata   de acostumbrarlos a tener siempre una actitud científica, de investigación, de que sepan que su propio aprendizaje no termina nunca, que toda su vida tienen que estar abiertos a lo que enseñan los niños, a aprender de los colegas, a mantener también con ellos un diálogo permanente. Hay que darle a la Escuelas Normales tanta atención como la debe tener la Universidad, pues es en esos lugares donde se educan los que van a ayudar a forjarse a nuestras futuras generaciones.

Freire propone una “pedagogía del diálogo” en el seno del cual, la palabra del niño tiene que ser valorada como la de su maestro. Freire no se refiere a los diálogos platónicos cuyo fin era hacer prevalecer la idea del filósofo griego. En esos diálogos había jerarquía. A veces dialogar en los primeros años es manifestar una atención particular a las dificultades que aparecen en los educandos, en su personalidad, en su carácter, en su temperamento.

Por múltiples razones los niños no tienen todos las mismas capacidades. Algunos padres han podido dedicarles a sus criaturas más tiempo para jugar, leerles cuentos, para hablar simplemente, otros no tienen esa suerte por el trabajo o por lo exiguo de sus casas, etc. El aprendizaje del lenguaje en los primeros años es crucial. Es por eso que el diálogo es primordial, si hay atraso que viene de los hogares, el maestro tiene que compensar, ayudarle al niño, darle el gusto de los relatos y por el uso adecuado del lenguaje. No me refiero al uso distinguido, nuestro hablar guanaco hay que conservarlo preciosamente.

Lo que estoy apuntalando aquí, son primeras ideas, sugerencias que propongo para iniciar un diálogo con todos, Hay que pensar en la escuela del mañana, que prepare a los futuros ciudadanos, a las personas que van a construir nuestro nuevo país. No se trata de prepararlos únicamente para que sepan utilizar las complejas herramientas de la industria u otras cualidades profesionales. Las escuelas tienen que dar los útiles necesarios para que cada uno pueda desarrollar a pleno sus capacidades.

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