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La esmeralda

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y coordinador Suplemento 3000

 

Era un anillo hermoso. Siempre permanecía guardado en su estuche, pero cuando se mostraba cualquiera podía ver su belleza. Tenía una esmeralda grande que se combinaba bien con su sostenedor de oro y ya no se diga con los detalles arábigos de la prenda. El anillo era una magnífica herencia. Se lo había dejado su abuela hace muchos años. Pocos meses antes de que ella muriera.
La anciana llamó a Josué y le pidió que se acercara a ella, alzó sus manos para tocar su rostro. Hace años que sus ojos estaban apagados y no distinguía bien las formas; la única manera para saber cómo era alguien era por medio de sus dedos, que se acostumbraron poco a poco a tocar la cara de las personas. Esa noche con esfuerzo sacó de su gris cómoda una caja color crema y se la entregó al hombre en sus manos.
-Tenla tú. Ya tengo años guardándola y no creo que dure mucho, así que hoy te toca guardarla a ti –le dijo la anciana.
Josué no se reponía del asombro. La prenda era muy hermosa y al examinarla con detenimiento se apreciaba que era más costosa de lo que parecía.
-¿Y éste anillo, Mama Destita? –le preguntó Josué.
-Me lo dio mi abuela –respondió la señora y agregó –Está en la familia desde hace más de un siglo, más de los que tendría mi abuela si viviera.
Josué continuó observando el anillo hasta que decidió guardarlo.
-Le prometo que voy a cuidarlo –le dijo a la viejita.
-Sé que lo harás –fueron las últimas palabras de la señora, luego durmió.
El anillo era una joya para enseñarla. Josué se la mostró a toda la gente que conocía: a sus vecinos, a sus amigos, a su familia, a sus compañeros de trabajo. Estaba orgulloso de ella, tanto que la muerte de su abuela no fue tan dolorosa, ni siquiera le prestó atención. La joya era su consuelo. Hasta que una mañana llegó a su casa y quiso ver el anillo. Lo buscó por todas partes, y el anillo no estaba. Buscó en su cuarto palmo a palmo; luego en el cielo falso; hurgó en la basura y nada. Buscó por varios días y su esfuerzo fue en vano. Se sentó en el sillón. La casa parecía vacía, de pronto sus paredes blancas se tornaron grises y poco a poco todo se vio cenizo y roído. Josué cerró sus ojos y se quedó quieto por muchos minutos. Cuando abrió sus ojos vio que algo brillaba debajo de la mesa del comedor. Se acercó, era un fragmento de vidrio verde. Lo observó con detenimiento.
-Bueno, hoy yo voy a hacer un anillo para mis hijos –se dijo viendo la esmeralda.

 

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