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La espiritualidad de Monseñor Romero: Jesús, el Reino de Dios y el amor a los pobres

German Rosa, health s.j.

Mons. Óscar Romero es un ícono universal de la fe cristiana y la justicia. Su carisma arrastra a todo el pueblo salvadoreño e innumerables cristianos del mundo, y también a muchas personas que no son confesionalmente cristianas o participan de una fe y un credo distinto. El día de su beatificación se sintió el arrastre de una gran marea de pueblo que vino de los cuatro puntos cardinales del país, así como de otras latitudes. Unos vinieron en peregrinación, otros en transporte, o bien se dieron cita en el lugar de la celebración. Presidentes, funcionarios públicos, profesionales, campesinos de rostros curtidos por el sol, salvadoreños de comunidades urbanas marginales, familias enteras, y ciudadanos de todo el mundo dijeron presente ese gran día en el que Mons. Romero fue reconocido oficialmente mártir y beato de la Iglesia Católica.

Ahora bien, la marea alta que se hizo presente fue el pueblo sencillo, humilde y trabajador que estuvo desde horas muy tempranas de la noche anterior, en vigilante espera de ese gran momento inolvidable de su beatificación. No importaron las inclemencias del tiempo de la noche anterior a la beatificación de Mons. Romero, cuando el cielo lloró por su martirio con una lluvia pertinaz; en momentos la lluvia se confundía con aplausos de la naturaleza por su gran obra y legado.  Durante la eucaristía de su beatificación apareció una aureola divina en torno al sol, como si fuera una corona de gloria que sellaba, con el arco iris en torno al astro rey, la gran obra de este gran santo que hoy está en los altares de la Iglesia.

Las dos eucaristías que no concluyeron, la eucaristía del día del martirio de Mons. Romero, y la eucaristía del día de su entierro, en la que ocurrió aquella horrorosa masacre del pueblo que llegó a la vela y el sepelio, el día de su beatificación fueron finalmente concluidas y concelebradas por todo el pueblo y todos los ciudadanos que asistimos a esta inolvidable misa. El Salvador fue en ese lapso de la historia el centro del mundo. La televisión, la prensa, la radio, las redes sociales, tanto nacionales como internacionales, centraron su atención en ese punto del universo en donde se declaró mártir beato a Mons. Óscar Arnulfo Romero Galdámez.

Al recuperar la riqueza de su legado, nos nace una pregunta: ¿cuál ha sido la espiritualidad que le ha llevado a ser el profeta y mártir más recordado de los últimos tiempos? ¿Cuál es la espiritualidad que subyace al gran legado que inicialmente fue para la Iglesia de El Salvador, después para América Latina y luego para el mundo entero?

Recuperamos unas notas fundamentales de su diario, donde está plasmada su espiritualidad, que nos llevan a conocer la grandeza de San Romero de América desde su interior; es decir, desde la intimidad en esa relación con Dios, su pueblo y su vocación episcopal. Hay tres cosas fundamentales que quiero destacar que aparecen como una constante en su vida como salvadoreño cabal, testimonio de fe cristiana, sacerdote y arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador.

Mons. Romero conoció íntimamente a Jesús que le llevó a amarlo y seguirlo hasta el martirio

En su biografía descubrimos cómo Mons. Romero se dejó conducir por el soplo del Espíritu de Dios que lo llevó a un seguimiento auténtico de Jesús. Hay una experiencia natural de amistad y cercanía que podemos percibir en su experiencia de Dios que se explica porque tiene como fuente principal al Jesús de los Evangelios.

El Jesús que trasparenta la experiencia espiritual de Mons. Romero, es un hombre de carne y hueso, que asume los problemas, el mal y el pecado, para liberarnos de todo ello, sin separar lo humano de lo divino, ni lo espiritual de lo temporal, ni tampoco lo sagrado de los problemas que se presentan en la historia. Incluso las reivindicaciones políticas son asumidas desde la visión que estas participan de la redención universal y profunda de Jesucristo (Cfr. Domingo 14/01/1979). Desde su vocación profética habla con una fortaleza que nace de una fe que hunde sus raíces en el conocimiento interno de Jesús con rostro humano, con la densidad de la experiencia histórica que traslucen los Evangelios. Hay pleno reconocimiento de la humanidad de Jesús, cuando Mons. Romero camina, predica, y dialoga con su pueblo.

En su anuncio de un Jesús cercano, se adelantó al misterio de la muerte que vivieron tantos cristianos, religiosos, sacerdotes en los tiempos del conflicto armado en el país. Mons. Romero expresó en su Diario Espiritual, que hay que invertir nuestra vida en todo nuestro trabajo para que esté iluminado por la esperanza de la tumba vacía de Jesús. Hoy más que nunca esta palabra es una exhortación que nos impulsa a vivirla (Cfr. Domingo 2/04/1978).

El día del entierro del P. Octavio Ortíz durante la eucaristía, la vela y el entierro, descubrió en la presencia del pueblo salvadoreño una espléndida solidaridad de sufrimiento, amor y entrega a la causa de Jesucristo, quien se identificó con los humildes, sencillos y empobrecidos (Cfr. Domingo 21/01/1979). En la homilía del domingo 10 de junio de 1979, Mons. Romero predicó a un Dios que camina con su pueblo, que se ha encarnado en la persona de Jesús de Nazaret, y que nos regala su espíritu de amor, de gran esperanza y libertad y no de esclavitud.

La espiritualidad de Mons. Romero nos lleva a descubrir a Dios en la historia del pueblo salvadoreño. Las huellas profundas del amor de Dios se hacen presentes hoy, aquí y ahora, no solo después de la muerte o al final de la historia. Desde esta realidad conflictiva, y difícil, con una violencia flagrante que se vivió en los años 70’s y 80’s. Mons. Romero hizo una opción clara por la justicia fruto de la misma fe en el Jesús de los Evangelios. Esto lo expresó muy bien en su Diario en el momento en el que se lo dijo al Papa Juan Pablo II, al mencionarle que buscaba un equilibrio defendiendo la justicia social, los derechos humanos, y el amor al pobre por un lado; y el papel de la Iglesia para no caer en ideologías que destruyen los sentimientos y los valores humanos (Cfr. Miércoles 30/01/1980). En Bruselas, en la ciudad de Brujas, Mons. Romero habló ante un gran número de miembros de las Comunidades Eclesiales de Base sobre el tema de su doctorado honoris causa: “La fe y la política”. Señaló que la fe hace aportes importantes a las realidades políticas como aparece en su carta pastoral dedicada al servicio de la Iglesia en tiempos de crisis, y subrayó, también, que la fe al hacer este servicio al mundo recibe grandes beneficios que son la madurez en su creencia en Dios, un sentido más profundo del pecado y el conocimiento más hondo de Jesucristo; hay un mutuo aporte y enriquecimiento de la fe y la política (Cfr. Jueves 31/01/1980). La Iglesia, toda ella, la entendía Mons. Romero, como servidora del mundo, porque al asumir los retos del mundo, la sociedad, sobre todo en ese contexto de conflicto armado, era asumir el rol de ser servidora de Jesucristo, y concretamente en El Salvador (Cfr. Martes 10/10/1978).

El Reino de Dios se convirtió en el centro de su compromiso que inspiró su corazón

El Reino de Dios es una esperanza histórica que nace en el pueblo de Israel y se perfila de manera clara y contundente cuando Jesús hace el anuncio de la Buena Noticia del Reino durante su ministerio público. Esta esperanza es de carácter histórico y también escatológico, es decir, definitivo. Mons. Romero comprende la Buena Noticia del reino de Dios como la vida digna para los pobres y toda la humanidad, abierta siempre a realizarse de manera plena en la trascendencia, al final de la historia. San Ireneo de Lyon (130-202 d.C.) expresó: “Gloria Dei, vivens homo”, que significa: “la gloria de Dios es que el hombre viva”. Nuestro Beato Mons. Romero lo expresó de esta manera: “Gloria Dei, vivens pauper” (la gloria de Dios es que el pobre viva). La gloria de Dios en nuestro contexto de flagrante violencia es que también las víctimas vivan.

Mons. Romero establece una relación estrecha entre Jesús y el reino de Dios, a tal grado que para conocer y aproximarnos al Reino hay que conocer íntimamente a Jesús, y, sobre todo, el misterio de su pasión, cruz y humillación (Cfr. Martes 15/04/1978). La misión de la Iglesia es ponerse al servicio del Reino de Dios y del mundo entero (Cfr. Martes 03/10/1978). Así lo expresó una vez que tuvo una entrevista prolongada con la televisión holandesa sobre el país y la Iglesia, la que terminó bastante tarde por la noche. Escribió en su Diario que sentía la satisfacción de haber trabajado por la difusión del reino de Dios en la tierra (Cfr. Domingo 08/10/1978).

La Iglesia tiene que comprometerse con los problemas del país, hacer conciencia, e iluminar la realidad del país, en concreto la situación política, criticando las cosas inconvenientes para hacer posible que la humanidad avance hacia el reino de Dios (Cfr. Miércoles 07/11/1979). Por esta razón, Mons. Romero tenía la preocupación permanente de hacer un análisis de la actuación de la Iglesia en la coyuntura política del país, e invitaba a todos, a participar en la construcción del reino de Dios, pero siendo fiel al compromiso pastoral de la Arquidiócesis y teniendo como horizonte esta utopía cristiana, para mejorar la realidad política del país y la sociedad toda entera (Cfr. Viernes 23/11/1979).

El arduo trabajo pastoral de Mons. Romero estaba subordinado a esta realidad del reino de Dios, lo expresaba con sinceridad en su Diario: “He tenido otras llamadas telefónicas a varias personas que han querido hablar conmigo y terminamos ya muy noche nuestra tarea, pero con la satisfacción de haber hecho algo por el Reino de Dios” (Cfr. Viernes 11/01/1980). El reino de Dios se convierte en el referente fundamental de Mons. Romero para iluminar la confusión de actividades políticas y militares, para denunciar los atropellos a los derechos humanos, y buscar salidas posibles a la violencia en el país. La fe se convierte en luz para realizar la justicia en ese contexto (Cfr. Viernes 08/02/1980).

Un amor a Jesús que se concreta en un gran amor a los pobres

Los pobres son los materialmente pobres. Esto es obvio pero no lo es, pues muchas veces se ha empleado esta categoría de manera espiritualizada, sin tener ninguna relación con su significado evangélico, y sin hacer referencia a la realidad socioeconómica, e histórica de la pobreza. Mons. Romero dialogó y animó a los pobres con rostros de campesinos, tal como le ocurrió en su visita a los cantones de San Pedro Perulapán, lugar donde los campesinos estaban atemorizados por la represión del ejército y de ORDEN (Cfr. Martes 25/04/1978). Pobres con rostros de obreros campesinos que fueron víctimas de la tortura en La Unión (Cfr. Martes 10/10/1978).

Su ministerio episcopal tuvo el sello de la opción preferencial por los pobres, que no fue una opción romántica, o bien solamente ética, sino de carácter espiritual y teológico. Su fundamento fue evangélico y también coherente con el magisterio de Medellín, Puebla y la doctrina social de la Iglesia. Esta opción la entendió como un proceso que fue vivido y asumido en América Latina y el Caribe por la Iglesia que buscó ser auténticamente Iglesia de Jesucristo. Su talante profético se fue perfilando como el pastor que se convierte en la voz de los pobres o la voz de los que no tienen voz.

Dicho brevemente, la Catedral se puso al servicio de los pobres. Mons. Romero aprendió a amar a su pueblo caminando con él. Salía, compartía con el pueblo, visitaba las comunidades más pobres, estaba con ellos. Él aprendía de Dios a través de su pueblo sufriente, y en este sentido la Iglesia que él quería no solamente trabajaba por los pobres, sino también desde los pobres. Hacerse pobre, sencillo, compartir con ellos, vivir junto a los enfermos más sufrientes, escucharles y llevarles la buena noticia de que Dios está con ellos en sus esfuerzos, en sus luchas y en su cotidianidad…

Mons. Romero al recibir el título del doctorado honoris causa, que se le entregó en la Universidad de Lovaina, habló de la dimensión política a partir de los pobres, en  otras palabras, explicó el quehacer político desde la opción preferencial por los pobres (Cfr. Sábado 02/02/1980). Desenmascaró la injusticia del mundo y predicó el compromiso de Jesucristo con los pobres y el rol de la Iglesia al ser fiel a esta identificación con él. Iluminó la realidad del país con las bienaventuranzas para identificar las exigencias de los pobres al quehacer político (Cfr. Domingo 17/02/1980). La beatificación de Mons. Romero es un gran regalo del Salvador del Mundo para nosotros, pero también se convierte en una invitación interpelante para asumir estas notas propias de su vida cristiana: un amor incondicional a Jesucristo, un opción fundamental por el reino de Dios y un amor tierno y comprometido con los pobres, los excluidos y las víctimas de nuestro tiempo.

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