Oscar A. Fernández O.
En un contexto internacional difícil, patient sobretodo en Eurasia y el medio oriente, ambulance dónde los Estados Unidos (para variar) y sus aliados incondicionales de la OTAN, más el gobierno sionista de Israel, forman parte importante del conflicto, desde el pasado mes de junio los precios del petróleo han disminuido en más de un 30 por ciento, al descender de 110 dólares a 72 dólares el barril, la más notable caída del precio del crudo desde el 2009, con tendencia a mantenerse en baja durante el 2015.
“Lo más vívido de este año fue que EE.UU. causó problemas en Ucrania y acusó a Rusia de estos, y mucha gente les creyó”, dijo el poderoso empresario norteamericano Jim Rogers, en una entrevista concedida a la cadena Rossiya-24, el veintisiete de este mes. “Luego persuadió a Arabia Saudita a aumentar la oferta de petróleo en el mercado para presionar a Rusia e Irán”, agregó.
Las explicaciones que se ofrecen sobre este fenómeno son variadas. La primera apunta hacia la demanda. Se afirma que como consecuencia de la recesión económica en Europa, la desaceleración del crecimiento en China, Alemania y la India, la prolongada deflación en Japón, y la lenta y frágil recuperación en los Estados Unidos, la demanda de petróleo ha disminuido.
Parece existir una paradoja: ante una disminución en la demanda, generada por la crisis económica global, se ha producido, al mismo tiempo, un incremento de la oferta, que en estos momentos debe estar por algo más de un millón de barriles diarios por encima de lo requerido por el mercado. Ante esa situación, de incremento de la oferta y disminución de la demanda, los precios del crudo se han desplomado.
La decisión de la OPEP, oficializada en su última reunión del 29 de Noviembre, de que no reducirá la venta de petróleo para intentar recuperar su precio internacional, a pesar de que el barril ha caído en un 35% aproximado desde Junio de este año, es el resultado de los cambios significativos en el mercado de los hidrocarburos, causados por un giro parcial en los negocios de las grandes transnacionales petroleras norteamericanas a nombre de la política de autoabastecimiento energético definida por los Estados Unidos, desde hace varias décadas, de conseguir dicho fin. Esta política combinó la promoción de la producción no convencional de hidrocarburos (principalmente la llamada “fracción hidráulica-fracking”) con cambios en el patrón de consumo energético. (Gómez y Libreros: 2014) El Fracking es una peripecia criminal contra el planeta, pues esta forma de extracción modifica los suelos, eleva el riesgo de terremotos, contamina aguas superficiales y el aire, contamina los suelos y afecta la salud humana.
Para el trust imperialista del petróleo, esto no importa, mientras se cumplan los objetivos de esta nueva conspiración para abaratar el petróleo, con el objetivo de debilitar las economías de los países petroleros, clasificados como enemigos. La consecuencia obvia ha sido la de una reducción de las importaciones norteamericanas de petróleo, en un 30% aproximado, lo que conlleva a un exceso de oferta en este segmento del mercado mundial.
La respuesta de la OPEP no fue homogénea. Esta organización no puede considerarse como un cartel de los productores que pueda imponer unilateralmente el precio internacional del crudo. Esta respuesta fue liderada por Arabia Saudita, país que obtiene el petróleo al costo más barato, (aproximadamente a US$6 dólares barril) y que aspira con esta decisión a eliminar la competencia del fracking, calculando que los costos de este tipo de producción son mayores a los beneficios que se pueden conseguir con un precio del crudo por debajo de US$70 barril. (El País: 19-12-2014)
A lo definido por la OPEP debe sumársele la intencionalidad política imperial de producir colapsos económicos en Estados como Rusia, Venezuela y Ecuador que difieren de la política exterior estadounidense y que dependen en gran medida de los ingresos fiscales del petróleo.
La situación del mercado ha cambiado y es lo que se debe apreciar hoy con claridad. La OPEP ha venido siendo vulnerada por las fuerzas imperiales. Libia e Irak fueron destruidos y con ello dos posiciones fundamentales en la defensa de la soberanía y de los precios del petróleo.
Por otra parte, las fuerzas imperiales han ido estimulando los conflictos religiosos y particularmente han fortalecido el fundamentalismo islámico, liderado por Al Qaeda y hoy día, por el llamado ejército islámico, fundamentalismos que han estado financiados por Arabia Saudita y sus aliados del Medio Oriente, de orientación sunita y ligada a los intereses estratégicos de EEUU. Arabia Saudita se ha dado a la tarea de destruir las corrientes chiitas, aliadas de Irán, más distantes de los intereses imperialistas y más comprometidos con la defensa de la soberanía. (Escalona: 2014)
Vinculado al estímulo de las guerras religiosas, ha estado presente el impulso a las guerras tribales. Ambos factores han ido destruyendo a Libia e Irak como estados viables y ese es el modelo que están expandiendo por todo el Medio Oriente y con las especificidades de cada región, de cada país, por el mundo entero.
Así dividieron Sudán entre el Norte y el Sur para apoderarse de la zona petrolera que está en el sur, y así planean fragmentar a todos los Estados soberanos. Hasta ahora han fracasado en Siria, y Hezbolá, entre otros factores, ha impedido que ocurra en el Líbano. Ese modelo con especiales particularidades es el que están impulsando en Venezuela. En América Latina, prometen levantar el bloqueo contra Cuba, mientras alinean la artillería pesada contra Ecuador, Venezuela y Bolivia en primera instancia.
El objetivo es generar caos, desorden, terror y en el límite de esa situación en el que la desesperación y la desesperanza se combinan para aceptar cualquier solución autoritaria, las fuerzas imperiales y sus representantes en cada localidad o región, se presentan como “los salvadores”, los que nos pueden librar del caos imponiendo el orden, el orden surgido desde el mercado, el orden sustentado en el miedo, la inseguridad y la renuncia a los derechos personales y comunales. Es la solución fascista, es el pacto mafioso del que hemos hablado en otros lugares.
Así, han logrado vulnerar a la OPEP, contando con Arabia Saudita y países del Golfo Pérsico, empujando los precios del petróleo hacia la baja.
Estas guerras han sido meticulosamente preparadas para fortalecer la hegemonía del capital financiero, de la cúpula militar-financiera que gobierna al mundo debilitando a la OPEP, a Rusia, y a los países soberanos. En los últimos días, los banqueros occidentales han cometido dos actos de guerra abierta contra Rusia: el hundimiento de los precios del petróleo y el reciente corte de toda la liquidez a los bancos rusos.
Estas maniobras recuerdan a los días previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos siguieron una doctrina llamada “plan de ocho puntos”, que fue diseñada para provocar que Japón atacara a Estados Unidos, con el fin de que Roosevelt pudiera utilizar la agresión como excusa para entrar en la Segunda Guerra Mundial.
No hay que creer que la cúpula imperial tiene planes para recuperar el crecimiento económico y un desarrollo con inclusión social y reducción de la pobreza. Por supuesto, hay conflictos en el seno de las potencias capitalistas, pero hasta ahora se vienen imponiendo los sectores fascistas, que no creen en soluciones negociadas fundadas en que todos ganemos algo. Los pobres deben desaparecer y para eso están las recetas maltusianas, que vienen aplicando con reconocido celo.
Prácticamente todas las negociaciones relevantes en los organismos multilaterales como las Naciones Unidas, están estancadas, dicen los especialistas Gómez y Libreros (2014). Es el caso de las negociaciones sobre el cambio climático, incluso, sobre el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, orientados a erradicar la pobreza. Uno de los aspectos donde la tranca es más radical, es en lo que tiene que ver con los pírricos aportes de los países desarrollados para el financiamiento de las medidas que las condiciones críticas de la humanidad y la naturaleza, demandan con urgencia, mientras los gastos militares alcanzan niveles descomunales: en 2012 el gasto militar de las potencias se elevó a un billón ochocientos mil millones de dólares (Instituto Español de Estudios Estratégicos: 2013)