Álvaro Rivera Larios,
Escritor
El asunto es complejo, con independencia de cómo definamos qué es poesía fácil. Hay, por supuesto, una eclosión de la poesía fácil que delata quizás un inesperado reclamo de “lo lírico” entre sectores que suelen despreciar los cultivadores cultos de la poesía. No sé hasta qué punto quienes presumen de escribir poesía elaborada pueden reclamar que los poetas fáciles les usurpen ahora con tanto éxito el ancho espacio público, en la medida en que ese espacio fue abandonado deliberadamente por “la buena poesía” hace mucho tiempo ¿Acusamos de ignorancia a los consumidores de esa lírica o acusamos de soberbia a quienes envidian el éxito masivo de los poetas fáciles, al mismo tiempo que desprecian el gusto de las masas? Antes de censurar fácilmente, mejor sería pensar el fenómeno y extraer un par de lecciones de él. Y es que la nueva lírica ha puesto de nuevo sobre la mesa la problemática relación entre la poesía moderna y la retórica. Conflicto en el que siempre se juzga como sospechosas a la claridad de los textos y su intención comunicativa.
Es una contradicción que la poesía de aliento aristocrático –esa lírica de voz formalmente compleja que ha sacrificado la amplia comunicación en el altar de la belleza más difícil– se duela por el éxito comunicativo de una palabra poética que pone su elemental belleza al servicio de la confesión inteligible. Y es que ambas poesías buscan públicos distintos. El poeta aristocrático hace unas elecciones estilísticas que lo alejan deliberadamente del gusto de las mayorías, escribe para sí mismo y para unos pocos y esa elección se refleja en la tirada editorial de su obra lírica. Su desprecio lo aísla y ese aislamiento es una especie de maldita distinción.
Y quien huye del gusto de la mayoría, salvo que construya una distinta, no puede lamentarse, sin caer en la incoherencia, de su escaso éxito comunicativo ni de la indiferencia de un público de cuyo gusto y sentido común reniega.
La “última poesía” surgida en la red apuesta por la claridad retórica, por ser comprensible al mayor número de lectores. Su sentido y su estilo hacen una apuesta que traspasa deliberadamente los lindes de ese pequeño y distinguido gueto que conforman los poetas que leen a poetas. Si la típica poesía vanguardista era una poesía escrita de espaldas al público o contra él, la “nueva” poesía en la red ha redes-cubierto que el gran público no solo lee novelas. Y sobre este fenómeno habría que reflexionar ¿Toda comunicación lírica con el gran público supone una caída de la calidad literaria?
Podría ser un error condenar, sin más, a la poesía que circula con tanto éxito por la red. Suponer a priori que toda ella es basura o extravío estilístico solo revelaría prejuicios maquillados de sabiduría formal. Quienes juzgan el fenómeno parapetados en criterios de calidad literaria, de manera implícita dan por sentado que sus valores son los criterios que han de prevalecer sin discusión, pero el problema en lo que atañe a la formulación de juicios críticos en nuestra época es que ningún juicio se sustenta en una base sólida cuyo alcance sea universal. Los criterios de valor actuales son problemáticos y hay que justificarlos en el plano general y en el punto donde se apliquen.
Nunca ha sido evidente lo que es un estilo fácil o uno difícil. No por estar despojada de ornamentos retóricos una poesía es necesariamente fácil; ni una poesía, por el mero hecho de poseer una sintaxis enrevesada y una altísima floración de figuras retóricas es necesariamente un ejemplo de logro creativo. En la actualidad, una gran parte de esa lírica que se inviste de oscuridades es una poesía fácil. El hermetismo es la puerta que con más frecuencia atraviesan los poetas sin oído y con muy poco que decir. No generalizo, por supuesto, hay una gran poesía hermética, pero, justo ella ha renunciado a establecer una comunicación fluida con el gran público. Sus pocos lectores son su decisión.