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La farsa de negar el cambio climático

Por Naomi Oreskes

www.ecoportal.net

El cambio climático y los embaucadores

La tinta con que se escribió el Protocolo de Montreal todavía no se había secado cuando la ciencia que se ocupaba del ozono fue atacada** por corrupta y políticamente motivada, rx más o menos de la misma manera que hoy es atacada la ciencia ambiental. En 1995, viagra sale la congresista republicana Dana Rohrabacher organizó un encuentro sobre «integridad científica» con la intención de desafiar a esa ciencia. Representantes de la industria privada y de laboratorios de ideas conservadores empezaron a manifestar que la ciencia que estaba detrás del Protocolo de Montreal era incorrecta, que resolver el problema sería devastador para la economía y que los científicos involucrados en eso estaba exagerando la amenaza para conseguir más dinero para sus investigaciones. El hoy tan conocido reclamo de que «no existía un consenso científico» –que pocas semanas más tarde mostró su completa falsedad con la concesión del premio Nobel a Rowland y Molina– en relación con la disminución del ozono fue incorporado en el Registro del Congreso.

Si se quitaran los nombres y la fecha de esa conferencia, sería posible imaginar que el tema de la convocatoria era el cambio climático y que hubiera tenido lugar la semana pasada. De hecho, la ciencia del clima viene sufriendo el ataque de las mismas personas y organizaciones que atacaron a los científicos que trabajaron con la capa de ozono y utilizaron muchos de los mismos argumentos, tan equivocados hoy como lo eran entonces.

Pensemos en lo que sabemos sobre la historia y la integridad de la ciencia climática.

Desde hace más de 100 años los científicos saben que los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CO4) capturan calor en la atmósfera de un planeta. Si se aumenta la concentración de esos gases, el planeta se calienta. Venus es increíblemente caluroso –460 grados centígrados–, no solo por el hecho primordial de que está mucho más cerca del Sol que la Tierra sino también porque su atmósfera es varios cientos de veces más densa y compuesta principalmente de CO2.

El oceanógrafo Roger Revelle fue el primer científico estadounidense que centró su atención en el riesgo de poner cantidades cada vez mayores de CO2 en la atmósfera como consecuencia de la quema de combustibles fósiles. Durante la Segunda Guerra Mundial, Revelle sirvió en la Oficina Hidrográfica de la Marina de Estados Unidos y continuó trabajando en estrecha colaboración con la marina durante toda su carrera. En los cincuenta del siglo pasado, se hizo eco de la importancia de la investigación científica en el cambio climático ocasionado por la actividad humana y llamó la atención sobre la amenaza del aumento del nivel del mar como consecuencia del derretimiento de los glaciares y de la expansión térmica de los océanos, una amenaza que ponía en riesgo la seguridad de las grandes ciudades, puertos e instalaciones navales. En los sesenta, varios colegas suyos se unieron a él a partir de sus preocupaciones, entre ellos el geoquímico Charles David Keeling, que –en 1958– fue el primero en medir la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, y el geofísico Gordon MacDonald, que trabajó en el primer Consejo de Calidad Ambiental durante la presidencia del republicano Richard Nixon.

En 1974, el crecimiento de la comprensión del cambio climático fue resumido por el físico Alvin Weinberg, director del Laboratorio Nacional de Oak Ridge, quien manifestó que era posible que la utilización de combustibles fósiles tuviese que limitarse bastante antes de su agotamiento debido a la amenaza que representaban para la estabilidad climática de la Tierra. «Aunque es difícil estimar cuándo deberemos hacer un ajuste en las políticas energéticas del mundo para tener en cuenta este límite», escribió, «se podría llegar a ese momento en 30 o 50 años.»

En 1977, Robert M. White, primer administrador de la NOAA y más tarde presidente de la Academia Nacional de Ingeniería, resumió en Oceanus los hallazgos científicos de esta manera: «Ahora entendemos que los desechos industriales, como el dióxido de carbono liberado por la quema de los combustibles fósiles, pueden tener consecuencias climáticas que plantean a la sociedad futura una amenaza digna de consideración… Experiencias en la última década han demostrado las consecuencias de incluso pequeñas fluctuaciones en las condiciones climáticas y bosquejan una nueva urgencia en el estudio del clima… Los problemas científicos son formidables, los problemas tecnológicos no tiene precedente alguno y el potencial de impactos económicos y sociales es ominoso».

En 1979, la Academia Nacional de Ciencias concluyó que «Si continúa aumentando la emisión de dióxido de carbono, no vemos razón para dudar que se producirá un cambio climático y no hay razón alguna para creer que estos cambios serán desdeñables».

Esos hallazgos hicieron que la Organización Meteorológica Mundial uniera fuerzas con Naciones Unidas para crear el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático. La idea era establecer una base científica sólida para las políticas públicas informadas. Así como la buena ciencia sentó las bases de la Conferencia de Viena, también ahora la buena ciencia construiría los cimientos de una Conferencia Marco sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas, ratificada en 1992 por el presidente Bush.

Desde entonces, el mundo científico ha afirmado y reafirmado la validez de las pruebas científicas. La Academia Nacional de Ciencias, la Sociedad Meteorológica de Estados Unidos, la Unión Geofísica de Estados Unidos, la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y muchas otras organizaciones similares, así como las más importantes organizaciones científicas y académicas del mundo, concedieron su aprobación al trabajo de la ciencia climática. En 2006, once academias nacionales de la ciencia, entre ellas la más antigua del mundo, la italiana Accademia Nazionale dei Licei, publicaron una insólita declaración para destacar que la «amenaza del cambio climático es clara y está en aumento» y que «cualquier demora en la acción provocará costos mayores». Desde entonces han pasado casi 10 años. Hoy, los científicos nos aseguran que las pruebas de la realidad del cambio climático inducido por la actividad humana son «clarísimas» y el Banco Mundial nos dice que sus impactos y costos ya se hacen sentir.

El trabajo científico que está en la base de este consenso ha sido realizado por científicos de todo el mundo; hombre y mujeres, mayores y jóvenes y, en Estados Unidos, tanto republicanos como demócratas. De hecho, esto es bastante curioso, dado que los denunciados recientemente de «engañar» por congresistas republicanos, es posible que la mayor parte de ellos sean republicanos y no demócratas. Gordon MacDonald, por ejemplo, fue un asesor muy cercano al presidente Nixon y Dave Keeling fue premiado en 2002 con la Medalla Nacional de la Ciencia por el presidente George W. Bush.

Aun así, a pesar de la larga historia de este trabajo y de su naturaleza apolítica, la ciencia del clima continúa siendo insidiosamente atacada. El pasado mayo, los científicos climáticos más prestigiosos del mundo se encontraron con el papa Francisco para informarle acerca de los hechos del cambio climático y la amenaza que este representa para la salud, la riqueza y el bienestar futuros de los hombres, las mujeres y los niños, por no mencionar las numerosas especies con las que compartimos este único planeta. En ese mismo momento, en un intento de impedir que el Papa hablara sobre el significado moral del cambio climático, negacionistas del calentamiento del planeta se reunían cerca del Vaticano. Dondequiera que hayan señales de que el panorama político está cambiando y de que el mundo podría estar preparado para actuar contra el cambio climático, las fuerzas negacionistas no hacen otra cosa que redoblar sus esfuerzos.

La organización responsable del mitin negacionista en Roma fue el Instituto Heartland, un grupo con un largo historial no solo en el rechazo de la ciencia del clima sino de la ciencia en general. Por ejemplo, este instituto fue el responsable de la infame valla publicitaria que comparaba a los científicos del clima con el Unabomber. Tiene una documentada historia de trabajo junto con la industria tabacalera para cuestionar las pruebas científicas del daño producido por el consumo de tabaco. Tal como Erik Conway y yo demostramos en nuestro libroMerchants of Doubt, muchos de los grupos que hoy niegan la realidad y la importancia del cambio climático producido por la actividad humana había trabajado previamente para poner en duda las pruebas científicas de los daños producidos por el tabaco.

Hoy día sabemos que millones de personas han muerto como consecuencia de enfermedades relacionadas con el tabaco. ¿Debemos esperar que la gente muera en cantidades parecidas para que aceptemos la evidencia del cambio climático?

La financiación privada crea un agujero en la atmósfera

No se atacó a la ciencia que investiga la capa de ozono porque estuviera equivocada desde el punto de vista científico sino porque tenía trascendencia política y económica, es decir, amenazaba poderosos intereses. Lo mismo vale para la ciencia que se ocupa del cambio climático, que nos advierte de que el concepto de «los negocios son los negocios» pone en peligro nuestra salud, nuestra riqueza y nuestro bienestar. En estas circunstancias, no debe sorprendernos que algunos sectores de la comunidad de los negocios –especialmente el Complejo de la Combustión del Carbón, la red de poderosas industrias basadas esencialmente en la extracción, comercialización y quema de combustibles fósiles– hayan tratado de socavar ese mensaje. Este complejo ha apoyado ataques contra la ciencia y los científicos al mismo tiempo que financia investigaciones de distracción y conferencias engañosas para crear la falsa impresión de que hay un debate científico fundamental e incertidumbre en relación con el cambio climático.

El objetivo de todo esto es, por supuesto, confundir a los estadounidenses para retrasar toda acción, lo que nos trae al meollo del asunto cuando se habla de ciencia «políticamente motivada». Sí, la ciencia puede ser parcial, sobre todo cuando el apoyo financiero de esa ciencia proviene de grupos que tienen intereses creados relacionados con un resultado en particular. Sin embargo, la historia nos dice que es mucho más probable que esos intereses creados sean un rasgo propio del sector privado que del público.

El ejemplo más sorprendentemente documentado de esto está relacionado con el tabaco. Durante décadas, las compañías tabacaleras costearon investigación científica en sus propios laboratorios, lo mismo que en universidades, escuelas médicas e incluso en institutos de investigación del cáncer. Ahora sabemos, gracias a sus propios archivos, que el propósito de esas investigaciones no era llegar a la verdad en relación con los peligros del tabaco sino crear la imagen de un debate científico e instalar la duda acerca de si el tabaco era realmente dañino cuando los patrones de la industria ya sabían que sí lo era. De este modo, la intención de la «investigación» era proteger la industria contra las demandas legales y las regulaciones.

Quizás aún más importante –como sin duda es cierto con muchos de los que financian el negacionismo climático–, la industria sabía que la investigación que sufragaba era sesgada. En los cincuenta, sus ejecutivos tenían plena conciencia de que el tabaco causaba cáncer; en los sesenta, sabían que provocaba un gran número de otras enfermedades; en los setenta, sabían que el tabaco era adictivo; y en los ochenta, sabían que el humo del tabaco también provocaba cáncer en los fumadores pasivos y el síndrome de muerte súbita infantil. Aun así, era mucho menos probable que este trabajo investigativo financiado por la industria encontrara que el consumo de tabaco dañara la salud que la investigación independiente. Entonces, por supuesto, se aumentó la falsa financiación.

¿Qué lecciones se pueden extraer de esta experiencia? Una es la importancia de revelar las fuentes de financiación. Cuando preparaba mi testimonio ante los Congresistas, se me pidió que revelara todas las fuentes de financiación gubernamental de mis investigaciones. Esta solicitud era del todo razonable. Pero no hubo una solicitud comparable para que revelara cualquier financiación privada que pudiera haber tenido; una omisión muy poco razonable. Preguntar solo sobre financiación pública pero no sobre la privada es como hacer una inspección de seguridad en solo la mitad de un avión.

Desastres anormales y la pesadilla del negacionismo

Muchos republicanos se resisten a aceptar las abrumadoras pruebas científicas del cambio climático por temen que sean utilizadas como excusa para aumentar el ámbito y el alcance gubernamentales. He aquí lo que debería animarlos a repensar toda la cuestión: gracias a la demora de más de 20 años en la acción para reducir las emisiones globales de carbón ya hemos aumentado significativamente la probabilidad de que el perjudicial calentamiento del planeta obligue a realizar aquellas intervenciones gubernamentales que ellos tanto temen y tratan de evitar. De hecho, el cambio climático ya está provocando el incremento de un sinnúmero de fenómenos climáticos extremos –sobre todo inundaciones, rigurosas sequías y olas de calor– que casi siempre acaban en respuestas gubernamentales a gran escala. Cuanto más tiempo dejemos pasar, tanto mayores serán las intervenciones necesarias.

Tal como lo demuestran las devastadoras consecuencias del cambio climático en Estados Unidos, los futuros desastres redundarán en una cada vez mayor dependencia en el gobierno, sobre todo el federal (por supuesto, nuestros nietos no los llamarán desastres «naturales» ya que sabrán muy bien quién los ha inducido). El significado de esto es que el trabajo actual de los negacionistas del clima solo ayuda a asegurar a que estemos menos preparados para enfrentar el impacto total del cambio climático, lo que a su vez lleva a cada vez mayores intervenciones del Estado. Formulémoslo de otra manera:los negacionistas del clima están haciendo todo lo posible para crear la presadilla que más temen. Están garantizando el mismísimo futuro que proclaman querer evitar.

Y no solo en Estados Unidos. Dado que el cambio climático afecta a todo el planeta, los desastres climáticos brindaran a las fuerzas antidemocráticas la justificación que buscan para apropiarse de los recursos naturales, declarar la ley marcial, entrometerse en la economía de mercado e impedir los procesos democráticos. Esto significa que los estadounidenses a quienes importa la libertad política no deberían contenerse cuando se trate de apoyar a los científicos del clima y de actuar para impedir las amenazas que ellos han documentado tan clara e intensamente.

Actuar de otra manera solo puede aumentar las posibilidades de que en el futuro se desarrollen formas autoritarias de gobierno. Un futuro en el que nuestros hijos y nietos –entre ellos, los de los negacionistas del clima– serán los perdedores, como lo será también la Tierra y la mayor parte de las especies que viven en ella. Admitir y destacar este aspecto de la ecuación climática puede aportar alguna esperanza de que algunos republicamos –los más moderados– se distancien de la suicida política del negacionismo.

 Notas

* El sistema llamado «cap and trade». (N. del T.)

** Aunque han pasado más de 25 años desde entonces, en la web todavía se pueden leer argumentos que intentan minimizar la responsabilidad de la actividad humana en el daño de la capa de ozono. Véase «Conceptos erróneos sobre el agujero de ozono» en la página de Wikipediahttps://es.wikipedia.org/wiki/Agujero_de_la_capa_de_ozono. (N. del

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