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La farsa judicial

José M. Tojeira

Desde que se renovó en España la orden de detención de una serie de militares sospechosos de haber participado en el asesinato de los jesuitas y sus dos colaboradoras, clinic los comentarios en los periódicos han salido con cierta frecuencia. Se han dicho montón de cosas, algunas de ellas tan asombrosas como absurdas, como cuando se decía que en este tipo de operativos asesinos, los militares, al obedecer a los civiles, cumplían con la Constitución. Pero prácticamente no se ha tratado el problema de fondo. El juicio abierto en España se apoyó en una revisión de los casos judiciales realizados en El Salvador, y que son catalogados por el sistema judicial español como farsas judiciales. Nos toca debatir en serio, dentro de El Salvador, si los juicios aquí tenidos fueron auténticas farsas. Pero se ve que nadie, ni siquiera en los más altos niveles de nuestro propio sistema judicial, se atreve a hacer una revisión de este estilo. Curiosamente uno de las pocas personas coherentes entre los acusados de alta graduación ha sido el general Bustillo, que repetidas veces ha insistido en que se reabra judicialmente el caso en El Salvador. Ciertamente si el caso se abriera con seriedad en El Salvador, como ya lo recomendó en 1999 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, hubiera sido mucho más sencillo llegar tanto a la verdad reconocida oficialmente como a la justicia y a las medidas de perdón de las penas de cárcel. Medidas que pueden y deben darse después de una guerra civil.

Farsas judiciales las ha habido en todos los países del mundo. Pero en el campo de los Derechos Humanos se ha ido dando una terrible desproporción entre el pensamiento y el desarrollo de la doctrina y acción judicial entre diversos países. Diferencias que llegan a darse entre los propios acuerdos y tratados internacionales de derechos humanos y los propios países signatarios de esos acuerdos. Esta desproporción ha hecho que las farsas judiciales sean más evidentes en este campo tan sensible de defensa de los derechos de la persona. Y el caso jesuitas, entre otros casos salvadoreños, es un caso ejemplar. En los dos casos llevados a cabo en El Salvador se dieron una enorme conjunción de actitudes y acciones que no dejan lugar a dudas de que en los juicios habidos hubo graves irregularidades. Entre ellas, sin hacer una enumeración exhaustiva en este breve artículo, podemos mencionar las siguientes: Negativas de la Fiscalía General a investigar, errores de la misma Fiscalía graves a la hora de presentar el caso en juzgados no pertinentes, ausencia de investigación policial, información falsa proveniente de funcionarios del Estado, insultos a la Comisión de la Verdad por haber acusado a altos mandos de la Fuerza Armada, personas no investigadas a pesar de que constaba que por el cargo o por la actividad tenían objetivamente relación con los asesinatos, afirmaciones judiciales absurdas e ilegales, manipulación del jurado, ataques sistemáticos de funcionarios estatales a quienes pedían justicia.

Todas estas irregularidades se pueden perfectamente constatar no sólo con un ejemplo sino con varios. Especialmente en el segundo caso, que trató de enfrentar el tema de la autoría intelectual, las manipulaciones fueron impresionantes, llegando los jueces a acusar a las víctimas de ser las culpables de que no se hiciera justicia por no haberse quejado a tiempo. Los elementos para poder afirmar que hubo una simulación o farsa de juicio son muy serios. Tal vez por eso ni siquiera se quiere debatir el tema. Quienes se sienten ofendidos porque se les denuncia prefieren insultar a responder. Pero lo que es inevitable es que si recurres a la farsa en un momento histórico en que la justicia tiene ya parámetros internacionales mucho más serios, nadie debe extrañarse que la realidad rebrote y la justicia internacional reclame. A veces da risa que quienes influidos por un internacionalismo acrítico han dolarizado (extranjerizado) la moneda salvadoreña, acudan a argumentos nacionalistas cuando la justicia internacional reclama realidades aseguradas y garantizadas por pactos internacionales. Si El Salvador no puede vivir sin pactos internacionales, hay que asumir la responsabilidad también de una justicia internacional avalada incluso por instituciones como la Comisión Internacional de Derechos Humanos de la OEA.

Desde el inicio del asesinato, las autoridades de la Compañía de Jesús mantuvieron, y siguen manteniendo, que el camino adecuado debe recorrer los pasos de verdad, justicia y perdón. Esos mismos pasos los recomendaba Juan Pablo II en el XXX Mensaje de la Jornada Mundial de Paz, el 1 de Enero de 1997 titulado “Ofrece el perdón, recibe la paz”. A partir de este modo de ver las cosas la Compañía de Jesús pidió oficialmente en 1992 a la Asamblea Legislativa del El Salvador el indulto para los dos únicos condenados en el primer juicio tenido en El Salvador. Indulto pedido prácticamente seis meses antes de que saliera la ley de amnistía en 1993. Y simultáneamente seguimos insistiendo en el juicio a los autores intelectuales del asesinato de los jesuitas y acompañando esa petición con exigencias de reconocimiento institucional por parte de la Fuerza Armada de los delitos, petición de perdón e implantación de modos de justicia transicional que ayudaran a todas las víctimas de la guerra que lo desearan a encontrar paz en la verdad y la justicia sin menoscabo de las medidas de reconciliación que deben implementarse después de una guerra civil. El eco encontrado en el liderazgo político e institucional fue muy bajo en la mayor parte de las ocasiones y diálogos mantenidos.

Al final no queda más remedio que reconocer, si somos mínimamente serios, que los reclamos internacionales, como los que hace el sistema judicial español, no es ni un capricho ni una persecución, sino el resultado de una impunidad flagrante, de una despreocupación de las instituciones por la justicia, y del cinismo de una parte del liderazgo nacional que sonrió a las farsas judiciales como si éstas fueran escalones hacia la justicia y la paz. La Compañía de Jesús no se ha hecho parte en el juicio de España, pero sigue deseando que las cosas se arreglen en El Salvador desde la Verdad reconocida institucionalmente, desde una forma de Justicia transcional pero abierta a todos que implique la confirmación de la verdad desde la institucionalidad jurídica, y desde formas de reconciliación que nos permitan a todos recuperar cada día más a fondo nuestra ineludible fraternidad. El perdón cristiano fue dado desde el mismo día del asesinato. Nuestra oración por los asesinos y su conversión se dio desde el primer momento. Pero el perdón cristiano exige la verdad, la reparación a las víctimas y el reconocimiento institucional de que el mal debe llamarse por su nombre, tanto en general, como con el nombre de quienes lo han actuado.

El camino sigue abierto, a pesar de la palabrería. Reconocer que hubo una farsa de juicio, estar abiertos a la verdad, dejar que haya formas de justicia que puedan reconocer la verdad y dar satisfacción al menos moral a las víctimas, son tareas pendientes para que el perdón cristiano genere en la relación entre personas una más sólida reconciliación. Negarse a la verdad, a la justicia y al perdón es una forma de negar la fraternidad y seguir ofendiendo a las víctimas manteniéndose en la calidad de agresores.

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