José M. Tojeira
Desde un punto de vista ético podemos decir que la Semana Santa es la fiesta del triunfo de los medios débiles en la transformación del mundo en que vivimos. Mucha gente piensa que los mejores medios para transformar el mundo son los medios fuertes. El dinero, el poder político, la fuerza organizacional, el liderazgo carismático, la propaganda mediático y las armas son, entre otros, medios fuertes para transformar el mundo. El amor, el perdón, el diálogo, la compasión, la reconciliación son medios débiles. En el año 1935, en una reunión con un político francés, el dictador ruso Stalin preguntaba burlándose de los católicos que cuántas divisiones militares tenía el Papa. Al igual que Hitler, Stalin fue un ejemplo muy claro de persona que creía solamente en los medios fuertes de control y de poder. Los dos fueron sanguinarios, cometieron crímenes de lesa humanidad y no terminaron bien, aunque uno de ellos muriera en el poder.
En el cristianismo se cree fundamentalmente en el amor tanto a Dios como al prójimo y en los valores y actitudes derivadas de ese mismo amor que son considerados como medios débiles de transformación de la realidad. La fe cristiana no es de ilusos y sabe que en la vida hay que utilizar en ocasiones medios fuertes, pero siempre subordina dichos medios al amor. Lo contrario, la confianza absoluta en los medios fuertes, es para los cristianos una forma de idolatría, mucho más perniciosa y sangrienta que las antiguas idolatrías a dioses de barro. Jesús de Nazaret nos mostró no solo el camino y la fuerza de los medios débiles, sino que asesinado por quienes creían en los medios fuertes, mostró tanto poder después de muerto que logró cambiar la idea de la fuerza social en millones de personas. Y eso a pesar de que sus seguidores se enfrentaron pacíficamente y con medios débiles, con uno de los imperios más poderosos de la antigüedad.
Al celebrar hoy la Semana Santa es necesario reflexionar sobre los medios que tanto la humanidad como nosotros mismos usamos para transformar el mundo o nuestro propio entorno. No es para nadie un secreto que hay demasiada gente que cree más en el dinero o en las armas que en el amor al prójimo o la solidaridad con el que sufre. Los medios fuertes se utilizan para resolver problemas, para callar la crítica, para perseguir la religión cuando se declara a favor de la justicia y para manipular a las personas de muy diversas formas. La Semana Santa debe ayudarnos a todos los cristianos a reflexionar sobre nuestra utilización de los medios. ¿Preferimos el grito al diálogo? ¿el autoritarismo a los controles democráticos del poder? ¿caemos en la trampa de quienes desprecian los derechos humanos diciendo que solo sirven para defender a los criminales? .
En muchos de nuestros países se respeta más a los militares que a los maestros, a la fuerza bruta más que al diálogo, a la propaganda mentirosa más que a la verdad. La Semana Santa, a la luz de la fuerza histórica y del poder del crucificado, nos debe llevar al discernimiento y a la acción pacífica pero clara y comprometida con los que sufren y con la igual dignidad de todo ser humano. Una semana santa sin pensamiento crítico frente a las idolatrías del poder o del dinero, ni es santa ni tiene que ver mucho con el cristianismo. Reflexionar sobre nosotros mismos, sobre los valores en los que creemos y sobre las actitudes y medios que dominan la política y la sociedad, resulta necesario para vivir nuestra fe y para no caer en la religión política de quienes creen exclusivamente en los medios fuertes de transformación o de control social.