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La filosofía nace de la desesperación

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.

LA FILOSOFÍA NACE DE LA DESESPERACIÓN.

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Decía el maestro García Morente que para entrar en el terreno de la filosofía, una primera disposición de ánimo es absolutamente indispensable. El aspirante a filósofo debe hacerse cargo de llevar a su estado una disposición infantil, necesitará puerilizarse, infantilizarse, hacerse como un niño pequeño. Para el filósofo, dice, todo debe ser problema, todo debe ser misterio, todo debe admirarlo, sentir lo profundamente arcano, plantarse ante el universo y ante el propio ser humano con un sentimiento de estupefacción, de admiración, de curiosidad insaciable, “como el niño que no entiende nada y para quien todo es problema”. Recoge, pues, el gran autor de las famosas “Lecciones preliminares de filosofía”, a Platón, quien afirmaba que la primera virtud del filósofo es admirarse, ser una especie de taumaturgo, sentir esa especie de divina inquietud que hace que donde otros pasan tranquilos, sin vislumbrar siquiera que hay problema, el filósofo esté siempre inquieto, intranquilo, percibiendo que en la más mínima cosa hay problemas, misterios, incógnitas, que los demás no ven. Se cuenta que Tales de Mileto, el primero de los filósofos presocráticos, uno de los filósofos físicos de la Grecia antigua, caminando mientras observaba un fenómeno natural, admirado de este, cayó distraídamente dentro de un pozo. Así nació la filosofía, nació de la admiración, de la admiración del hombre ante la naturaleza, ante el universo, ante él mismo. Y esa idea de que la filosofía nació de la admiración se sostuvo durante siglos, anclada en el pensamiento de todos los filósofos. Lo primero, pues, que se requiere para ser filósofo, es saber admirarse ante lo que ve, ante lo que observa, ante todo lo que lo sensible le suscita y le excita, obligándole al pensamiento, pero manteniendo una actitud infantil, de pureza y limpio ante aquello que le afecta tónicamente. La filosofía, entonces, nace de la admiración. Esta es la idea.

Pero la filosofía debe ser rigurosa, el filósofo expresa su conocimiento y su acción nutrido con un baño de racionalidad. Ciertamente, en una etapa inicial cuando surge en él la admiración por lo que observa, ello le suscita una primera impresión de la realidad, la suscitación le afecta tónicamente y le obliga a dar una respuesta. Esto es lo que se llama “inteligir sentientemente”. Muchos hombres se quedan, se reducen a inteligir sentientemente, justamente liberandobiológicamente su estimulidad. Es el hombre precario, aquel que Unamuno decía que era “parte de una vaga humanidad”. Pero el filósofo da otro paso, y esa primera impresión de realidad es logificada por él, y posteriormente razonada. Este es el ser completo, el hombre humano que se sabe hacer la pregunta por el ser. Inteligencia sentiente, logos y razón, esos son los pasos que el filósofo debe dar para acceder al conocimiento. El primero, producto de la admiración que le afecta tónicamente y le obliga a responder; los dos posteriores, los que conforman el pensamiento racional que le es imprescindible al filósofo para filosofar.

¿Qué es, entonces, lo que origina a la filosofía? ¿Cuál es la fuente de la filosofía? Pues el asombro, la duda, la admiración, las situaciones límite como situaciones fundamentales de la existencia, por su esencia permanentes, (la muerte, el acaso, la culpa, la desconfianza que despierta el mundo, la lucha, el padecimiento, el sentirse perdido), las categorías existenciales, (la posibilidad, la angustia, el instante, …..), y una muy particular, muy actual, muy propia de nuestras realidades, “la desesperación”.

Pero es que todos los hombres filosofan, de una o de otra manera, y movidos por diferentes circunstancias, pero filosofan. No pueden abstraerse de la realidad que les afecta, de la “circunstancia” esa que llamaba Ortega, afectados por su “código simbólico” según lo expresaba Cassirer, presionados por su misma cultura. Filosofa el hombre, pero su filosofía no es la misma del aquí y ahora que la que cuando el sabio Tales, distraído por la admiración de lo que se le presentaba ante sus ojos maravillosamente, dio un paso falso y cayó en el pozo, provocando la burla y la ira de la servidora que le acompañaba. Y ahora, en este tiempo tan saturado de desencanto, presa de simbolismos, de inmediatez, de perentoriedad, de contingencia, y en donde sólo se busca sorber la miel del día, ciego ante lo que viene y porqué viene, el hombre filosofa ya no presa de su admiración por lo que ve sino presa de la desesperación en que se encuentra.

“La desesperación – dice Kierkegaard – es la enfermedad mortal”. La humanidad está en crisis, y en una crisis total, crisis sanitaria, crisis social, crisis económica, crisis cultural. El hombre actual producto del posmodernismo y de la globalización no sabe qué es, no vive, simplemente circula, deambula, se mueve de un lado a otro, pero siempre permanece en el mismo puesto. El ambiente y la situación lo domina y lo humilla, y este ambiente y esta situación son el marco adecuado para la existencialidad, para pensar existencialmente. Dejemos atrás la esencia, no la ignoremos, pero posterguémosla. “La existencia precede a la esencia”. El ambiente lo suscita, le afecta tónicamente, y él responde liberando el estímulo, liberando biológicamente su estimulidad. No pasa de allí, ¿logificar la situación, y más aún, razonarla? No. No hay tiempo para ello, vivamos la flor del instante, y nada más. Filosofa, por supuesto que sí, pero se queda en lo sentiente, en la pura inteligencia sentiente. Y entonces, no se admira, eso no importa ahora; más bien, se presiona y cae presa de la “desesperación”, de esa “enfermedad mortal” de la que nos habla Kierkegaard.

La filosofía entonces, no nace ahora de la admiración, como decía el maestro García Morente en su tiempo, y toda la filosofía hasta hace poco. La filosofía se origina ahora en “la desesperación”. Los tiempos cambian, la “circunstancia” cambia. Kierkegaard habla de una angustia gratuita en el hombre, absurda, que llama “la angustia de la Nada”. Por eso afirma que el comienzo de la filosofía no es la admiración sino “la desesperación”. “Mientras el hombre se limite a admirarse – dice – no rozará el enigma del ser. Sólo “ “la desesperación” podrá conducirle al umbral de lo que es realmente. Si la filosofía busca el comienzo, las fuentes, las raíces, de todo lo que existe, deberá pasar, quiera o no, por “la desesperación”. Sólo “la desesperación” puede disipar la angustia de la Nada.

Estimados amigos: ¿Es el salvadoreño, el hombre que se admira ante los enigmas y los misterios de la naturaleza? ¿Es la naturaleza misma la que le obliga a racionalizar una experiencia sensible que le suscita y le afecta tónicamente, llevándolo a logificarla y luego a racionalizarla? García Morente, y toda la filosofía posterior a él, pudieron tener razón en afirmar, con Tales, que la filosofía se originaba en la admiración del hombre ante todo lo que existe. Pero ahora, los salvadoreños, y yo diría que el mundo mismo, son presas de otra “circunstancia”, han alterado su cultura, su “código simbólico”. Ahora, la realidad apremia, presiona, obliga, y entonces, el hombre, y nosotros entre él, no respondemos al canto del pájaro que ilumina y llena el espíritu, sino ante la necesidad del consumo, y entonces, no nos admiramos sino nos desesperamos por vencer ese estigma doloroso de la esclavitud del subsumido.

La filosofía, pues, antes producto de la admiración, es ahora, una filosofía de la desesperación. La “desesperación”, con Kierkegaard, es ahora, “la enfermedad mortal”.

 

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