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La forma viva y fulgurante del concepto de Revolución

Autor: Pedro de la Hoz  [email protected]

El concepto de Revolución enunciado por Fidel ante la multitud reunida en la Plaza el Primero de Mayo del 2000 encierra uno de los legados más relevantes de su liderazgo a la teoría y la práctica socialistas, tanto por la riqueza de su contenido como por su significado histórico.

Fidel concretó en admirable síntesis su experiencia como protagonista de un proceso de transformaciones radicales, que lo llevó de organizar una vanguardia política para el derrocamiento de la dictadura y la toma del poder, a encabezar una guerra de guerrillas que derivó en un ejército y un movimiento popular, y encauzar los cambios necesarios para que la vindicación de derechos económicos, sociales, políticos y culturales de las mayorías pretéritas, comenzando por los trabajadores y los campesinos, fuera por primera vez en la patria un hecho real.

No debe olvidarse cómo todo ello se fue logrando en medio de tensiones espectaculares: la agresión imperialista, el bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba, el cerco diplomático de la mayoría de los países de la región y la herencia del subdesarrollo.

Cuando estaba a punto de despedirse el siglo XX, muchos de los avances se vieron seriamente amenazados por la desaparición de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista de Europa oriental, y el recrudecimiento de la hostilidad imperial, puesta de manifiesto en leyes aprobadas por el Congreso y una nueva ola de ataques terroristas en suelo cubano.

En ese contexto deben considerarse, además, otros dos aspectos: de una parte las dictaduras auspiciadas por Washington en América Latina habían cedido su espacio a la aplicación de la ortodoxia neoliberal; de otra, aún era muy incipiente la irrupción en la región de procesos emancipadores, emergentes en el marco de las reglas del juego de la democracia representativa, impulsados por nuevos movimientos sociales.

Pienso que Fidel sintió la necesidad de resumir dialécticamente cuál debía ser el alcance y la perspectiva de accionar revolucionario; marxista leninista ajeno a dogmas paralizantes y esquemas estériles, martiano de honda raíz y acendrada convicción, el líder de la Revolución cubana había consolidado un mirada holística de la realidad y, con ejemplo personal por delante, había sabido emprender el camino cuesta arriba aun en las circunstancias más difíciles.

Pero pienso también de que no se trataba de volver la vista, sino de adelantarse a las condiciones en que previsiblemente tendría que desarrollarse la Revolución, su vanguardia política y la sociedad cubana en su conjunto durante los tiempos por venir; en el horizonte el relevo generacional de los liderazgos y el advenimiento de nuevos protagonistas en la escena nacional.

De ahí el carácter sistémico e integral del concepto elaborado y transmitido por Fidel.

Obviamente cada uno de sus enunciados posee valor intrínseco, pero se reduciría su dimensión si se fragmenta la totalidad y esta no se aprehende como una concatenación inalienable. Suelen detenerse muchos en dos aspectos de la definición fidelista: el sentido del momento histórico y de cambiar todo lo que debe ser cambiado. Lo primero exige tomar en cuenta la dialéctica entre táctica y estrategia, entre lo eventual y lo permanente, lo aparente y lo real y por supuesto, cerrar las puertas a la superficialidad y la improvisación. Exige responsabilidad política en cualesquiera de los roles que nos corresponda en el entramado social.    

Esto es esencial en la ruta de los cambios imprescindibles para el perfeccionamiento del modelo socialista cubano. El primer secretario del Partido, general de Ejército Raúl Castro ha insistido en más de una ocasión que toda transformación debe transcurrir sin prisa pero sin pausa, para evitar errores lamentables originados en la precipitación y la inmadurez. De modo que no se trata de cambiar por cambiar, sino de saberlo hacer en su momento. También es un llamado a enfrentar la inercia, el inmovilismo y el anquilosamiento en el análisis de la realidad.

Otra de las pautas del concepto fidelista apunta a la consolidación de la unidad y la cohesión social. A no perder de vista los posibles efectos de la reestratificación social condicionados por situaciones económicas. Pero sobre todo a no permitir la introducción de modelos y modos de ser ajenos a la naturaleza del proceso cubano.

Pero el eje que recorre la definición del Comandante en Jefe es el de la ética.

Transparencia, honestidad, fidelidad, lealtad y compromiso se nos revelan como claves para el cumplimiento del deber, más allá de contextos y tribulaciones eventuales.

En tal sentido, invita a tender una línea de continuidad con la estatura moral de José Martí y Ernesto Che Guevara, quienes supieron defender verdades y exponerlas, se mantuvieron firmes a sus convicciones y principios, y predicaron con el ejemplo. Fidel mismo es un ejemplo de ética revolucionaria y de confianza en el triunfo de las ideas.

Pocas horas después del desembarco del yate Granma por Las Coloradas, los expedicionarios fueron cercados, dispersados y parte de estos asesinados. Fidel quedó prácticamente solo debajo del pajonal que cubría el terreno donde él se hallaba en Alegría de Pío. En ese momento, un compañero lo escuchó hablar de planes futuros, de lo que habría que hacer cuando ganasen la guerra. Aquel pensó por un instante que deliraba; pronto sabría él y muchos más, que para Fidel la victoria es la única aspiración posible de los legítimos luchadores.

Otra imagen suya inolvidable es la de la clausura del IV Congreso del Partido en Santiago de Cuba. Sobre la Plaza de la Revolución Antonio Maceo comenzó a llover. Fidel inconmovible no detuvo su alocución al pueblo. Con estilo diáfano y con todas las cartas en la mano, expuso las graves dificultades que se avecinaban, pero también la decisión de no ceder ni un ápice en los principios ni en el espíritu de lucha.

La forma viva y fulgurante del concepto de Revolución es Fidel.

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