Por: Ricardo Ayala
Educador Popular
Uno de los aspectos fundamentales de todo proceso político que apuesta por una democracia participativa, directa, revolucionaria y/o popular es lo relacionado a la base material que le dé sustento: se trata de un nuevo entramado de relaciones económicas radicalmente diferentes a las capitalistas. ¿Qué tipo de economía debe impulsar?, ¿quiénes deben ser sus protagonistas?, ¿qué ramas de esta debe priorizar?, ¿qué forma concreta debe tener?, ¿cómo se organiza?, ¿bajo qué ética?
Son preguntas que pueden servir para un debate entre las organizaciones y fuerzas sociales y políticas que se lo propongan para ir a fondo en este desafío de darle respuesta, porque hay que reconocer que ningún proceso transformador, popular y desde abajo puede sustentarse permanentemente en la cooperación internacional (sin desmeritarla ni descalificarla, pero con agenda muy bien definida por los centros de poder mundial), ni únicamente bajo la esperanza del financiamiento estatal o, peor aún, con financiamiento directo de los gobiernos imperialistas y dominadores.
El abordaje de este debate debe ser en el presente, no puede esperarse más bajo la creencia que no es el momento o no hay condiciones. El futuro no existe independiente del presente, sino que se crea a partir de lo que hoy se empieza hacer. Dejar de lado este factor decisivo sin abordarlo en la apuesta por un nuevo sistema político de signo participativo y popular, es condenar a dicho proceso a un abordaje epidérmico de su construcción.
Todo proceso político popular que busca la emancipación puede realmente lograrlo si aborda dicho desafío, como las experiencias históricas lo constatan y la misma actualidad lo confirma. Abrir la participación de la política al pueblo debe ir acompañada con la participación del pueblo en la economía, es decir, a crear una nueva estructura económica que se corresponda a esa nueva política que se está fundando.
Por el contrario, sin la construcción de una nueva concepción económica, la participación se reduce significativamente a una fórmula “sin garras ni colmillos” para enfrentarse al capitalismo neoliberal y sus mecanismos de asimilación para conjurar todo intento de ser trastocado, incluso en lo más mínimo. Existen sobradas muestras en la historia de como el mismo sistema ocupa la participación del pueblo sin una economía popular, pero para profundizar la exclusión política y la concentración de la riqueza.
La izquierda social y política salvadoreña que aspira a liderar un proceso radical de transformación debe enfrentar este camino, si su proyecto pretende ser de largo alcance.
Por otro lado, en la historia popular de El Salvador existen muchas experiencias de las cuales asirse para caminar en esa ruta, pero que han quedado invisibilizadas o ignoradas en la periferia del programa político de la izquierda, principalmente durante las primeras tres décadas tras la firma de los Acuerdos de Paz, donde existió una valiosa y única oportunidad en la que el proceso político iniciado podría haberse fortalecido más.
Sin embargo, la exigencia de responder a la realidad actual nuevamente encuentra argumentos para postergar e, incluso en algunas voces, negar la necesidad de emprender el debate y construcción de una democracia participativa que incluya una concepción y práctica económica popular, como si esta fuera antagónica a la lucha social política contra el gobierno de turno. Es una dicotomía entre estrategia y táctica que evidencia la erosión de la solidez ideológica y política de esta izquierda, quizás reflejo de los siglos de dominación cultural e intelectual del pueblo salvadoreño.
Hay que plantar batalla a las dos dimensiones: la construcción del proyecto estratégico basado en una democracia popular, participativa y revolucionaria conjugada con una concepción alternativa de la economía, y hay que empujar la lucha social política contra el gobierno actual. Las dos cosas van de la mano, si realmente aspiramos a un proyecto verdaderamente transformador de la realidad agonizante que día a día descarga sus crisis sobre los pueblos empobrecidos históricamente.
A este debate traemos a cuenta las ideas de Schafik Hándal, que sentenciaba hace unos años: “El poder popular no es sólo un concepto teórico, es una práctica cotidiana. Se manifiesta en las luchas sociales, en la solidaridad entre los sectores populares y en la constitución de alternativas al sistema imperante”.
En esencia, la democracia participativa con economía popular más lucha social política debe ser la fórmula para la izquierda.