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La fuera espiritual de la lucha emancipadora de los indígenas en América Latina

Eleazar López Herández
(Tomado de Agenda Latinoamericana)

¡Algo nuevo está naciendo en América Latina! Hoy se está cumpliendo la profecía guadalupanadel Nican Mopohua, pues en los múltiples Tepeyac de Abia Yala brotan flores y cantos que nos señalan que está por amanecer un nuevo sol de liberación, de justicia, de paz y de vida plena como lo soñaron nuestros ancestros y también Jesús de Nazaret. Frente a la oscuridad de los tiempos actuales, ante el invierno que marchita las flores, y de cara a la enfermedad mortal del pobre, traída desde fuera, el indio Juan Diego y los más pequeños de las diversas periferias existenciales del mundo, ya no se resignan al destino de muerte hacia el que los conducen los dueños del poder y del dinero, sino que creen y crean un nuevo despertar de vida uniendo esfuerzos de los anawim del mundo para hacerlo posible en bien de todos.

Los profetas de los años recientes, -como Mon-señor Proaño, Monseñor Romero, Pedro Casaldáliga, Tatic Samuel Ruiz, el Tata Bartolomé Carrasco y ahora el Papa Francisco-, reconocen que los indígenas de América Latina y del Caribe se están poniendo de pie, están retomando su palabra antigua y van abriendo caminos nuevos con el dinamismo de sus raíces ancestrales fortalecidas por el evangelio del Reino que viene de Jesús. Junto con ellos, los afrodescendientes, las mujeres, los jóvenes y los pobres en general rechazan seguir siendo escalerilla, hoja caída del árbol, o escoria de la sociedad. Los Juan Diegos de hoy están tomando conciencia de que no han nacido para la muerte, aunque así lo decreten quienes sólo procuran las riquezas de los cuerpos y territorios del pobre, sin importarles la destrucción de la vida en el planeta. Los pueblos originarios saben que el Dios de la Vida, a quien llaman Ometeotzin Ipalne-mohuani, Creador y Formador, Madre/Padre de todos los pueblos nos forjó con sus manos amorosas para el Buen Vivir o Convivir.

En la sabiduría de los desechados y descartados seguir vivos y soñar futuros nuevos es la prueba mayor de que Dios está del lado de ellos y los hace capaces de gestar y dar a luz un mundo donde reine la paz verdadera, la tierra que mana leche y miel y la vida en abundancia. Ya Moisés (Éxodo 3) había descubierto que la única explicación de porque la zarza del desierto, -que simboliza la resiliencia de los pueblos nómadas-, no se consume, a pesar del fuego que le echen encima: es porque en ella está la presencia de Yahvé, Dios de los vivos, no de los muertos, y desde ahí convoca a Moisés y a los demás solidarios a luchar por la liberación de los hermanos esclavizados bajo el yugo de los faraones de entonces y de ahora.

En el horizonte de hoy descubrimos señales esperanzadoras de este nuevo amanecer o Pachaku-tik cuando el pueblo se levanta del polvo y lucha por sus derechos; cuando un buen sector de las iglesias va en salida del centro hacia las periferias y acompaña desinteresadamente a los pobres en sus luchas; cuando muchos hombres y mujeres en el mundo manifiestan su hartazgo del mal que prevalece y expresan apasionadamente su basta y se comprometen a fin de que llegue pronto ese otro mundo que nos conduzca al Buen Vivir y a la Tierra sin males. Y así, desde las periferias, todas y todos empujamos la historia hacia la realización de los sueños de Dios y de nuestros ancestros.

El paradigma guadalupano, fuerza y síntesis teológica de los pequeños

Sabemos que por todo el territorio de América Latina se encuentran evidencias de que aún existe una sabiduría ancestral que sabe tejer la espiritualidad más antigua con la que llegó acá hace medio milenio. Lo vemos en el caso de Caacupé en Paraguay, Copacabana en Bolivia, Koromoto en Venezuela, Aparecida en Brasil y en varios lugares más. Pero la expresión más extendida y estudiada de esta fuerza espiritual de los pobres es Tonan-tzin Guadalupe vivida por la mayoría del pueblo mexicano y expresada en el Nican Mopohua, primer texto de teología amerindia. En ella se replantean los grandes contenidos de la espiritualidad anterior a la presencia europea armonizándola con el corazón de la propuesta de los primeros evangelizadores.

Por eso, el Guadalupanismo es una voz antigua, que viene de milenios atrás, y a la vez una palabra nueva y actual de los xocoyume (los más pequeños) que, ante el avance implacable de proyectos de muerte, renuevan constantemente su capacidad de resistencia, llevándola a su última trinchera que es el ámbito religioso y de la espiritualidad. Después de quinientos años del evento guadalupano, la devoción, la fe y la propuesta de Tonantzin no han muerto. Todo lo contrario, sigue haciendo arder el corazón del pueblo pobre como consuelo, esperanza y motor de lucha para las mayorías de este continente Abia Yala, llamado ahora América.

Algunos desafíos por asumir en el intercambio de sabidurías

En la pastoral indígena y en la teología india celebrados de América Latina hemos descubierto que el aporte de los pueblos originarios y afrodescendientes nos desafía a: Superar la colonialidad pastoral y teológica existente en las iglesias, estrechamente ligada a las culturas y esquemas dominantes del primer mundo, para estar en condiciones de abrirse y recibir hu-mildemente la pluralidad de las flores y los cantos teológicos de la periferia. Pasar de la perspectiva de la verdad sobre Dios, que se razona y se pone en tesis y libros, para llegar a la mistagogia o comunicación de la propuesta del Buen Vivir y Convivir, según el plan de Dios, que se construye en unidad de esfuerzos. Dicho de otra manera, pasar de una teología como doctrina que complace a la razón, para lograr una “Vidalogía”, que se trasmite, se corazona o se sentipiensa con todo nuestro ser en orden a responder a las exigen-cias de la vida desde el proyecto de Dios. Asumir la integralidad de la teología de los pobres que saben que nada y nadie está fuera del amor de Dios. Es lo que San Ireneo ya planteaba desde los primeros siglos de la Iglesia: “Lo que no se asume no se redime”

Tomar en serio en las iglesias que el verdadero sujeto de la fe y de la teología es la comunidad creyente, no las lumbreras individuales desligadas del pueblo. Usar conscientemente el lenguaje analógico o simbólico del pueblo como la mejor manera de hablar del misterio de Dios saboreando vivir y estar con Él-Ella, y no tanto querer entender, con ideas claras y distintas, el misterio divino. Reconocer y acompañar la acción de Dios presente en los pueblos originarios y afrodescendientes reconociendo que es el mismo Dios de Jesucristo que lleva adelante su proyecto salvífico en todos los pueblos del mundo y en toda la creación.

Deconstruir radicalmente la práctica piramidal y clerical, que por muchos siglos ha prevalecido en la iglesia, y generar una nueva praxis sinodal desde la periferia y con las bases laicales ocupando el lugar que les corresponde en los designios de Dios. Escuchar y aprender de los pueblos que tienen una larga trayectoria de una sinodalidad vivida, como se plantea en el evento guadalupano, hará que nuestras iglesias recuperen su atractivo y su capacidad profética de origen.

Los pobres en general -y los indígenas y afrodescendientes en particular- no dejarán de seguir ofrendando, como lo hicieron en el Sínodo Panama zónico de 2019, la sabiduría de sus flores y cantos a quienes, dentro y fuera de las iglesias, abran su corazón y se unan a la construcción de los cielos nuevos y la tierra nueva que soñaron los ancestros y nuestro Señor Jesucristo.

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