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La generación de los cuadernos perdidos

René Martínez Pineda
Sociólogo

Acasi un año y medio del inicio de la peor hecatombe sanitaria, social, educativa y psicológica en la historia moderna del planeta, aún estamos lejos de vislumbrar una pronta salida, no porque no existan formas creativas de salir de ella, sino porque el capitalismo digital se envalentó en las empresas, en las escuelas y en la universidad pública (se da por descontado que las privadas lo asumen felizmente) postergando dentro de ella toda iniciativa de reforma democrática y emancipadora, la cual no se reduce a la gratuidad. El virus ha cobrado, hasta mediados de julio de 2021, la tétrica cifra de 4.2 millones de vidas a nivel mundial, y los nuevos casos se siguen contabilizando diariamente por cientos de miles. Ese dato es aterrador, y lo es también el dato sobre los niños y jóvenes que se quedaron sin estudiar y los que han perdido todo vestigio riguroso de educación y socialización por estar sometidos a la falacia de la “educación virtual” que logra “que las clases sigan su marcha”, pero no así la educación. A pesar de que, a principios de 2021, el inicio de la distribución de las diferentes vacunas en contra del virus dio nuevas esperanzas, por su eficiencia y cobertura, somos testigos de que algunos sectores (como el de la universidad pública) no están haciendo el esfuerzo suficiente para normalizar su trabajo, iniciando con lo semipresencial, estrategia que es menos peligrosa que asistir a un centro comercial, a la playa, a una fiesta privada o a un restaurante o bar.

Resulta claro que los problemas derivados de la pandemia no sólo tienen que ver con el impacto en la salud o en la economía, sino que también tiene efectos nocivos en otros campos del desarrollo humano, entre ellos la educación en tanto tal. Desde el inicio de la cuarentena se viene hablando de los efectos nocivos de la pandemia sobre el aprendizaje integral debido a que la mayoría de escuelas y universidades, a nivel mundial, fueron obligadas a cerrar y a emigrar a la llamada educación virtual. No es una sorpresa que millones de estudiantes, sobre todo en los países de menor desarrollo, no cuenten con los medios -tecnológicos y financieros— para integrarse al nuevo-falaz formato educativo y, siendo así, se viola el derecho humano a la educación de calidad. La fatalidad de lo virtual ha empeorado la desigualdad social (la ha premiado) en el acceso a la educación, reduciendo, por un lado, las oportunidades de los niños y jóvenes que viven en condiciones de pobreza y, por otro, ha usurpado el espacio familiar convirtiendo las casas en aulas u oficinas, instaurando en ese lugar la primera acumulación originaria del capital digital.

Por tal razón, la UNICEF ya habla de una generación perdida (la generación de los cuadernos perdidos, la llamo yo), pues la pandemia causará un daño irreversible en la educación y en el futuro de los niños y los adolescentes, lo cual es agravado por los efectos en la socialización de tiempo perdido.

En lo estrictamente educativo, un informe escueto de las Naciones Unidas afirma que, desde el inicio de la pandemia y sus cuarentenas, unos 870 millones de estudiantes han estado fuera de las escuelas y universidades y que, de ese total, 465 millones de niños y jóvenes no han tenido ningún acceso al aprendizaje remoto. En esa línea, el equipo de expertos de las naciones Unidas prevé que al menos 45 millones de niños y jóvenes en todo el mundo abandonen la escuela y la universidad definitivamente como consecuencia de la pandemia.

En este sentido, un artículo publicado por The New York Times hizo un seguimiento de los niños y jóvenes que han abandonado sus estudios en los países de menor desarrollo y encontraron que la mayoría de ellos han sido forzados a trabajar por sus padres debido a la crisis económica y a la frustración que implica abandonar el estudio. Esta alza en el trabajo infantil-juvenil a costa del estudio está derrumbando todo el progreso previo para lograr mejores salarios y un aumento en la igualdad de oportunidad (es decir que se ha profundizado la desigualdad social), además de que viola los derechos fundamentales de los niños y jóvenes, en tanto que el trabajo que cobra como víctima al estudio obstaculiza su desarrollo y ocasiona daños psicológicos de por vida.

“En búsqueda de una solución, la Unicef ha propuesto un plan de seis puntos para proteger a los niños, en el que se incluyen acciones urgentes para mitigar los peores efectos de la contingencia, encaminados específicamente a salvaguardar los derechos de la infancia. El plan hace un fuerte llamado a los gobiernos para que cierren la brecha digital en la educación; a que se garantice el acceso a la nutrición y a los servicios de salud, además de que las vacunas sean gratuitas; a que se proporcione atención para la salud mental de los niños y jóvenes y se termine la violencia de género; a que se asegure el acceso al agua limpia, la sanitización y la higiene; a que se reduzca la pobreza infantil; a que se redoblen los esfuerzos para proteger y apoyar a los niños y jóvenes que viven en situaciones de crisis; y a que se vuelva lo antes posible a la educación presencial, tomando como estrategia de transición lo semipresencial”. En el caso de nuestro país hay que señalar, con tristeza, que lo último no parece ser por el momento una opción de impacto significativo en la Universidad de El Salvador, lo cual no tiene ninguna explicación convincente, y eso nos lleva a pensar en que hay alguna motivación más allá de lo académico y lo sanitario.

Incluso si la vacuna es distribuida de manera eficiente y se logra administrarla a la mayoría de la población mundial en el corto plazo, el impacto de la pandemia tendrá efectos devastadores en las vidas de los niños y jóvenes por muchos años, efectos que se hacen más lamentables con cada día que pasan encarcelados en lo virtual. Ante esto, diversas organizaciones de cooperación internacional han hecho un urgente llamado a los líderes de los países para que tomen medidas más contundentes para proteger el futuro de los niños y a exigirles que obliguen a las universidades, en lo particular, al retorno a lo semipresencial lo antes posible guardando las medidas de sanidad y a que reduzcan la brecha digital para que lo virtual sea un complemento de la educación, no la educación en sí misma. Por lo tanto, las universidades y escuelas deben implementar un programa de regreso a clases paulatino pero inmediato, pues una gran cantidad de niños y jóvenes no deben seguir perdiendo el tiempo de su socialización, no deben seguir siendo la generación de los cuadernos perdidos.

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