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La generación olvidada: las humanidades deshumanizadas (1)

Sociología y otros Demonios (1096)

René Martínez Pineda

La larga pandemia (como peste hecha a la medida de las necesidades del capital digital que depreda el bolsillo de los trabajadores, que premia la desigualdad social y que anula la conciencia social del ciudadano, al convertirla en algo condenado a deambular como una no-persona en la solitaria cuarentena del ciberespacio como laberinto de la soledad) está destruyendo y sodomizando a la educación tal como la conocemos y la necesitamos, lo que empeorará la aún precaria relación entre educación y desarrollo social, y entre cultura política y democracia. Desde hace tres décadas, por lo menos, al neoliberalismo se le viene haciendo agua la boca viendo a la educación como un manjar nutritivo para la revalorización ampliada del capital y para la reducción y aniquilamiento de la formación de la conciencia social, por eso privatiza (subsume formal o realmente) escuelas y universidades o, en el caso de estas últimas, las hace trabajar y pensar en estricta función del interés privado para así no cargar con el costo político de privatizarlas.

La cuarentena –como opción más feroz- le vino a dar la coartada perfecta -y vino a poner en evidencia la triste vigencia del pensamiento reaccionario y oportunista en las ciencias sociales y humanidades- al pregonar el uso de la virtualidad de cara a que se convierta no en una excepción comprensible, sino que en una regla ineludible; no en una eventualidad (necesaria en las primeras fases de la pandemia) sino en una fría cotidianidad impuesta con criterios avasallados y en acciones oscuras que rayan en lo perverso. Como un milagro pecuniario, la pandemia (y su única forma de lucha segura, la cuarentena severa) puso en primer plano la educación virtual y, ni lerdo ni perezoso, el capital ve que se abre de par en par la justificación de la nueva acumulación originaria de capital en tanto que, de la noche a la mañana (por las malas, más que por las buenas) las personas tuvieron que acostumbrarse al internet, a la computadora y a la realidad de que sus casas fueran expropiadas para convertirlas en aulas u oficinas. Este tipo de expropiación es el más letal porque conduce directa y más rápidamente al infierno (o cuando menos al purgatorio) de la desigualdad social.

Es, precisamente, esa desigualdad social la que es premiada y promovida por las clases virtuales que excluyen deliberadamente, y es por eso que el capitalismo digital –junto a los académicos reaccionarios y opacos- ha vendido la idea de que ya no hay que regresar a las clases presenciales porque eso es ir contra el desarrollo tecnológico, lo cual es un absurdo descomunal, un genocidio educativo y una base sociológica incorrecta, pues implica darle todo el protagonismo del desarrollo de la sociedad a la tecnología (al dispositivo, a lo virtual), no a los individuos de carne y hueso que, como cuerpo-sentimientos reales, son los que deben darle el rumbo a aquella,  y deben definir las prioridades colectivas sobre todo en el ámbito educativo como erudita formación ciudadana.

Y es que, según el constructo teórico de la sociología de la educación crítica, educar no es simplemente subir y enseñar un currículo o difundir un cúmulo grosero de temas impersonales, sino que es el proceso directo de socialización fundacional que se genera en la universidad; es salir de la familia y de las computadoras para ir a una comunidad real más amplia y sensible donde hay diferentes opiniones, divergencias culturales tangibles, necesidades ancestrales urgentes y otros estilos de vida, y es precisamente en esa territorialidad donde se comienza a ser ciudadano y a adquirir la conciencia social que es fundamental (en el borde de lo elemental) tanto en las ciencias sociales como en las artes y las humanidades.

Por aquello de que la educación virtual es, en esencia, otra forma de expropiación de la cotidianidad y una forma de frenar las protestas ciudadanas al volver artificial la solidaridad, los académicos reaccionarios que le rinden pleitesía al capital están felices con la idea de que en el ciberespacio se resuelvan todos los problemas, sin resolverlos. Ahora bien, no se puede negar que es importante este instrumento o territorio intangible como dispositivo tecnológico, pero hay que estar claros de que se trata de una herramienta complementaria para la educación presencial, de que se trata de un soporte para la ampliación de contenidos o actividades puntuales e idóneas, y nunca a la inversa, ya que eso es letal porque convierte la presencia en ausencia y la nostalgia sociológica en un archivo en la nube.

La UNESCO –haciendo una referencia inusual en ella (que no ha sido muy crítica que digamos) a los efectos nocivos que, en la educación, causó y causa la pandemia debido a que se recurrió a las clases virtuales- le llama a los estudiantes de estos últimos dos años “la generación perdida”, pero para mí son la generación olvidada (generatio oblivionis alumni) porque, en el patético marco del adormecimiento de la conciencia y la mercantilización de la educación universitaria convienen más las clases virtuales que las presenciales y, de paso, evita la protesta social frente a la incompetencia de las autoridades y el oportunismo de algunos docentes.

En el caso específico de El Salvador, hay que reconocer que es uno de los países del mundo que ha tenido uno de los mayores cierres de colegios, centros escolares y universidades durante la pandemia, y si bien se le dio continuidad a las clases vía virtualidad, no se le ha dado continuidad a la educación, que es otra cosa muy distinta que demanda la relación cara a cara, lo cual debería remediarse (reivindicar la educación por sobre las clases) volviendo a las clases presenciales o semipresenciales en estos momentos en que muchos países (reconociendo que la pandemia ya hay que manejarla como una endemia debido a que conviviremos con el virus durante mucho tiempo, de la misma forma en que convivimos con la gripe) ya están levantando las medidas sanitarias más severas. Sobre todo en las ciencias sociales y humanidades tenemos claro (o deberíamos tenerlo) que las personas libres y educadas son aquellas que actúan y sienten junto a los otros para construir el nosotros, no quienes simulan actuar o simulan o caricaturizan sus sentimientos; que las personas libres y educadas son aquellas que piensan, debaten y rompen paradigmas en función de la colectividad, no aquellas que copian o bajan contenidos para preparar un examen o pasar la materia. De más está decir que la creatividad que construye nuevas civilizaciones se da en contacto con la realidad y que los paradigmas de sometimiento se rompen desde afuera de los libros y desde afuera de las pantallas de las computadoras.

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