Sociología y otros Demonios (1097)
René Martínez Pineda
En un “más vale tarde que nunca”, universidades privadas, centros escolares y colegios están recomponiendo las cosas –debido a la presión de los estudiantes-pero en la universidad pública (al menos en la Facultad de Humanidades, que es la que conozco, y la de Economía, por interpósita lengua) no hay señales de que se quiera, en beneficio de los estudiantes, corregir el daño causado aprovechando que entramos en el Covid-19 como endemia; que el 99% de maestros y estudiantes ya tienen su tercera dosis de vacunas; y que el país es, en la región continental, el más aventajado en atención e inmunización, lo cual se puede evidenciar en la enorme cantidad de personas que abarrotan centros comerciales, playas, restaurantes, estadios, iglesias, etc.
Algo huele mal –y muy mal, diría Shakespeare- en esa decisión de no tomar la decisión de volver, al menos, a lo semipresencial, lo que es una forma de decir, subliminalmente, que la vacunación y la forma de abordar la pandemia, por parte del gobierno, son poco confiables, y esa es una posición política, no académica. Considerando esas variables, creo que es hora de acelerar el cambio en la forma de conducción de la UES -eso está en manos de los universitarios- y hacerlo antes de que ese patético y retrógrado acomodamiento y oportunismo –de algunos docentes, estudiantes y autoridades- se consolide como cultura corporativa y provoque un retraso de más años en la formación de los estudiantes. Los expertos dicen que las clases virtuales significan al menos cinco años de atraso académico-educativo, y para ese retraso la única vacuna que existe es la presencialidad.
Aunque la virtualidad permitió que las clases –no la educación- se siguieran dando, está claro que el modelo presencial tiene más beneficios. Sobre lo anterior, el Vice-rector de Docencia de la Universidad de Costa Rica (la más prestigiosa de la región) dice que «es importante recordar que la virtualidad es un complemento en el proceso de enseñanza y se podrá privilegiar sobre la presencialidad únicamente cuando existan razones logísticas, pedagógicas o sanitarias de peso que lo justifiquen». En esa línea, la sociología de la educación plantea que si bien la virtualidad sirvió para seguir el proceso académico formal-secundario (clases), la presencialidad es vital no sólo para el aprendizaje, sino también para el desarrollo socioemocional y la formación de la personalidad social que lleva a la toma de conciencia y a forjar la solidaridad que son elementales para la cultura política democrática.
Y es que la virtualidad –sueño húmedo del capital digital- convierte a la ciudad en una cueva en cuarentena permanente; nos expropia la casa al convertirla en aula u oficina; privatiza la socialización y el sol; fomenta la desigualdad; y convierte a las personas en un impersonal IPS y, con ello, minimiza el pensamiento crítico. Es por eso que extraña –o pone en evidencia la postura reaccionaria y oscura- que la Escuela de Ciencias Sociales sea cómplice de ese crimen contra la educación y la socialización (uno de los objetos de estudio vitales de la sociología) al guardar silencio y al no presionar por el retorno a la presencialidad. En síntesis, la Facultad de Humanidades se ha convertido en una cómplice de la deshumanización de las humanidades y las ciencias sociales.
Sobre lo presencial, la sociología de la educación (cuyos temas se han debatido en la pandemia) plantea que dentro de los muchos beneficios del regreso a las aulas está que los jóvenes aprenden desde lo multi-sensorial, desde el movimiento real, desde la presencia y desde la enculturación como hecho sociológico, ya que para generar atención en el cerebro se requiere que los circuitos atencionales se activen, y ellos funcionan en la medida en que se está conectado emocionalmente, ya sea porque hay movimiento-presencia o porque existe el contacto real con otras personas. Sobre el aprendizaje dice que los jóvenes son multisensoriales; aprenden a través del cuerpo y las experiencias en el contacto con el otro, en el contacto con la experiencia del aprendizaje; aprenden desde lo material-concreto en tanto el hombre tiene un cerebro social porque está diseñado para estar con los otros, y por ello priman las relaciones interpersonales de contacto “en cuerpo real”.
Aquí la universidad juega un papel fundamental porque es una experiencia social, emocional y espiritual a la que los jóvenes van a resolver problemas; a conocer a otros y a sí mismos; a trabajar en equipo y tener iniciativa, lo cual es la base de la propuesta del Ministerio de Educación: “la alegría de volver a la escuela”, cuyos titulares comprenden que todo ello es posible gracias al encuentro presencial.
Ciertamente, podemos decir que todo el conocimiento y datos requeridos se pueden encontrar en google o en cualquier medio virtual, pero los datos no son información y lo que pulula en el ciberespacio sólo desarrolla la inteligencia inerte. La educación, en su talidad sociológica, demanda tener una inteligencia dinámica que es la base del desarrollo humano que debe ser construida en la presencialidad educativa. Y es que la inteligencia dinámica es la que me permite aprender a: resolver problemas; utilizar la historia y la memoria colectiva; sentir emociones y ser afín con ellas; respetar y hacer empatía en tanto somos cuerpo-sentimientos, los cuales quieren ser “artificializados” por la virtualidad. Entonces, sí o sí, la presencialidad tiene innegables beneficios y transforma la vida de esta generación en formación que ha sido deliberadamente condenada, por la humanidades deshumanizadas, a ser la generación olvidada.
Otros beneficios de lo presencial son: la creación de lazos de amistad; el fortalecimiento de valores como el compañerismo y la cultura democrática, debido a que el compartir realmente permite que haya un intercambio fluido y tolerante entre pares y docentes, lo cual genera confianza en sí mismos y en el otro para reforzar aprendizajes. Las clases presenciales estimulan la motivación generando emociones positivas que combaten el estrés tóxico y sentimiento de soledad propiciados por la virtualidad y la cuarentena, además de que posibilitan la participación libre y espontánea de los estudiantes en ejercicios de aprendizaje colaborativo, donde cada uno desempeña un papel específico que no está mediado por dispositivos que se roban la identidad sociocultural. En el aula todos los estudiantes tienen las mismas posibilidades de construir el aprendizaje y se disminuye la desigualdad social. Allí no hay limitaciones por la mala conexión a internet o problemas técnicos con las plataformas digitales, y los jóvenes pueden tomar la iniciativa para desarrollar distintos mecanismos que les permitan explorar, interactuar o discutir temas de interés encontrando mejor sentido a lo que se les propone y alcanzar los objetivos académicos.
Durante el acompañamiento presencial, se ofrecen factores de seguimiento y refuerzo al aprendizaje brindándole seguridad al estudiante; se favorece la salud mental; y hay una especial atención a la socialización del estudiante para fomentar la cohesión, es decir que entre ellos se muestren interesados en que el salón sea un tiempo-espacio de aprendizaje saludable y amigable. Todo esto potencia el crecimiento académico y personal, cuya combinatoria dialéctica es la esencia de la educación.