Ramón D. Rivas*
Con júbilo los residentes costarricenses en nuestro país, cialis el día de ayer, treatment celebraron un aniversario más de la batalla de Santa Rosa, cialis sale librada el 19 de marzo de 1856. Se trata de una gesta histórica de mucha importancia para Costa Rica, como también para Centroamérica, porque fueron varias naciones las que se vieron involucradas con la presencia de los filibusteros americanos en la región. De ahí que considero importante el rescate de los hechos históricos que ocurrieron en esa batalla; que fue clarificada por el interesante documental que se presentó titulado: Santa Rosa: La Batalla de la libertad, del maestro Edgar Trigueros. Un video muy bien elaborado, sobre los hechos que marcaron la historia de la región. Y es que, esta batalla marcó el inicio de la regionalización del conflicto civil nicaragüense iniciado en 1855, que había derivado en la conquista de aquel país hermano por William Walker, un audaz aventurero expansionista americano, quien inspirado por la doctrina del “destino manifiesto” y por el convencimiento de la superioridad de la raza blanca anglosajona sobre los pueblos de América central, se había propuesto la “regeneración” de Nicaragua, dividida y debilitada por el faccionalismo y la inestabilidad política crónica. Walker consideraba a los centroamericanos como una raza irremediablemente degenerada por la mezcla de los descendientes de los conquistadores y primeros colonos europeos con razas oscuras “inferiores”. Hoy diríamos pobre diablo. Su proyecto político consistía en crear un imperio tropical en América central vinculado a la economía de los estados del sur de la unión americana. Nicaragua sería repoblada con inmigrantes americanos y con esclavos africanos, sin cuyo trabajo, según el visionario filibustero, el hombre blanco no podría sobrevivir en los trópicos. Al principio ninguno de los gobiernos centroamericanos, incluyendo a costa rica, vio como un peligro la presencia de mercenarios americanos en Nicaragua. Todo cambió después de que Walker y sus hombres se apoderaron de Granada mediante un hábil golpe de mano y se convirtieron en un poder militar percibido como una amenaza real por sus vecinos. Ante esa nueva situación, el gobierno de Costa Rica decidió actuar de inmediato e invadir Nicaragua, antes que el ejército privado de Walker creciera tanto en hombres y medios, que el costo de su derrota y expulsión del suelo centroamericano se convirtiera en prohibitivo para las débiles economías y los escasos recursos de los estados de la región. La victoria costarricense en la batalla de Santa Rosa volvió irreversible el involucramiento militar de los estados centroamericanos en los trágicos sucesos de Nicaragua. Aunque demoraron un tanto, debido a que no contaban con el mismo grado de preparación que el ejército de costa rica en el momento en que se libró el combate en la hacienda de Santa Rosa, los jefes de estado de Guatemala, El Salvador y Honduras, compartieron con el presidente costarricense, don Juan Rafael Mora Porras, la misma visión sobre la amenaza que representaba el gobierno filibustero en Nicaragua y acudieron con fuerzas militares de diverso tamaño a los campos de batalla de la guerra nacional. Las fuerzas militares de Guatemala y El Salvador fueron las más numerosas de la coalición aliada junto con las de Costa Rica. Honduras envió un pequeño contingente que, no obstante su tamaño, participó activamente en los combates de la guerra a partir de la batalla por la ciudad de Granada, a finales de 1856. Con inmensos sacrificios, el gobierno de El Salvador hizo acopio de todos sus recursos para reunir, organizar, armar y equipar una fuerza militar de tamaño muy respetable, que bajo el mando del general Ramón Belloso Renderos marchó a Nicaragua en el mes de junio de 1856 para sumarse a la lucha iniciada por los costarricenses en Santa Rosa. Debemos recalcar que las relaciones entre Ramón Belloso y Gerardo Barrios no eran optimas de lo contrario el nombre este nuestro paladín de la unión centroamericana hubiera quedado marcada en esos momentos históricos tan trascendentes para Centroamérica que fue la única vez en la historia que ha unidos a los países para pelear contra un enemigo manifiesto hasta derrotarlo. Como muy bien lo dejan ver los historiadores, Walker subestimó fatalmente al ejército de Costa Rica cuando decidió enviar a 284 reclutas, recién llegados de Nueva York y Nueva Orleans, a batir al ejército costarricense en Guanacaste. Los recién llegados marcharon bajo el mando del judío austriaco Louis schlesinger, un aventurero fantasioso que había mentido sobre su experiencia y sobre su grado militar alcanzado en el ejército austriaco. Los costarricenses superaban ampliamente a sus adversarios, quienes fueron totalmente sorprendidos cuando se encontraban dispersos en el terreno descansando, pues estaban físicamente agotados y sedientos después de la tortuosa marcha bajo el inclemente sol tropical hasta la hacienda de Santa Rosa. Los soldados de Costa Rica, mil hombres con tres piezas de artillería, dirigidos por sus oficiales atacaron con arrojo y arrollaron rápidamente a las defensas enemigas. Ante la derrota, los filibusteros huyeron como pudieron, abandonando armas, caballos, mulas y municiones, precedidos por su comandante quien, cobardemente, abandonó a sus hombres en el campo de batalla. A pesar de la brevedad del encuentro, alrededor de 14 minutos, el número de muertos de ambos bandos fue de 45 hombres, cifra que evidencia la ferocidad del combate, de los cuales 19 fueron costarricenses, (4 oficiales y 15 soldados), y 26 filibusteros. 20 filibusteros fueron capturados por los centroamericanos, los cuales, siguiendo la tradición colonial hispánica de ajusticiar inmediatamente a los piratas capturados, fueron fusilados el 25 de marzo por órdenes del presidente de Costa Rica. La victoria costarricense resonó magnífica en toda Centroamérica y convenció a los vacilantes de la necesidad de unir fuerzas para expulsar al osado extranjero del territorio nicaragüense. La opinión pública centroamericana se volcó definitivamente a favor de la guerra para expulsar a los usurpadores. En El Salvador, el entusiasmo fue tal que hubo oficiales salvadoreños que, impacientes ante la demora inevitable de los preparativos de la próxima expedición militar, solicitaron licencia temporal del ejército salvadoreño con el propósito de unirse inmediatamente al ejército costarricense en Nicaragua. La Secretaría de Cultura de la presidencia publicó en el año 2014, en forma de libro, el trabajo del historiador salvadoreño Carlos Pérez Pineda sobre la intervención salvadoreña, guatemalteca y hondureña en esa gesta. Esto lo hicimos consciente de la importancia de rescatar la memoria histórica salvadoreña de la guerra nacional contra el filibusterismo, La memoria compartida de la gesta de 1856-1857 contribuye a mantener vivo entre nosotros este grandioso ideal, la unidad centroamericana.
*Secretario de Cultura de la Presidencia