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La gran apuesta del Gobierno es desprestigiar a la institucionalidad del Estado

Sin lugar a duda, el presidente Nayib Bukele busca el poder total, a partir de que tiene a su favor tres factores sumamente importantes.

El primero: el apoyo popular, que según las encuestas propias y ajenas oscilan entre el 70 % y el 90 %. Aunque el presidente prefiere proliferar que tiene a su favor el 97 %, mientras que a la oposición le adjudica el 3 %. Estos datos, por supuesto, en términos electorales reales habría que matizarlos. En 2019, el padrón electoral era de 5,268,411 de la población con capacidad de voto, es decir, el 72.76 % de la población total. De este universo, el presidente Bukele obtuvo 1,434, 856 votos, es decir, el 27.24 % de ese otro universo. Y si a lo anterior le agregamos que Elías Antonio Saca (hoy en prisión) ganó con el 67 % de los votos de los empadronados, Mauricio Funes (hoy con procesos judiciales) ganó con 62 % de los votantes, Salvador Sánchez Cerén (hasta hoy limpio de procesos judiciales) ganó con el 59 %, y Nayib Bukele con el 51 % de la población votante, significa que ese 97 % contra 3 %, no refleja el escenario electoral del 28 de febrero de 2021, esto no significa, por supuesto, que demerite la fuerza que representará el partido del presidente en las elecciones próximas. Habría que ver cuál será el comportamiento de ese ausentismo en las elecciones presidenciales pasadas.

El otro factor es el apoyo de la Fuerza Armada, que en su incondicionalidad irrumpió el 9 de febrero en la Asamblea Legislativa, lo que fue un frustrado golpe de Estado al primer órgano del Estado. El actual ministro de Defensa y el Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada se mueve según se mueven los hilos de Casa presidencial. Esto, si bien es bueno para el presidente de la República, pues tiene un factor real de poder, que no fue aprovechado adecuadamente por los dos gobiernos de izquierda que se supeditaron al poder castrense bajo el banal temor de un golpe militar, es malo para la democracia, es malo para el país.

Y es malo porque en el actual Gobierno se está dejando una nueva escuela en la institución castrense: el uso utilitario para ambiciones personales y no de país.

El otro factor de poder del presidente Bukele es la Policía Nacional Civil. Se suponía que como producto del Acuerdo de Paz, la policía debería ser una institución de seguridad al servicio de la población, respetuosa de los derechos humanos y de las leyes. Pero cuando a la PNC se le obliga a violar la ley, para favorecer a intereses distintos a la nación, el otro paso será violentar los derechos humanos de forma generalizado. Ya lo hace de forma excepcional y esto ya es peligroso.

Pero el presidente Bukele no está tranquilo con tener a su favor esos tres factores y quiere más: el poder total. Y para lograr esto, la única forma es destruir la institucionalidad.

Lastimosamente la población no se dio cuenta de que el ataque hoy es frontal, políticamente hablando, contra la Asamblea Legislativa, y va en la lógica de destruir a esa entidad. Algunas organizaciones de la sociedad civil y los medios en general iniciaron ese proceso contra la Asamblea, cuando pasaron de la crítica, al esfuerzo de minimizar el rol de la Asamblea.

Por eso es que en estos momentos, independientemente de los errores legislativos, hechos evidentes a partir de las resoluciones de la Sala de lo Constitucional, y los constantes señalamientos de corrupción, el Gobierno de Bukele, y todos sus funcionarios, le faltan al respeto cuanta vez quieren. Lo mismo ha ocurrido, pero en menor medida, con el Órgano Judicial.

Ahora, los funcionarios del presidente Bukele la han emprendido contra la Corte de Cuentas de la República, en respuesta a las pesquisas que la Corte está haciendo sobre el manejo de los fondos públicos.

La apuesta del actual Gobierno para tener el control total del país es domesticar las instituciones a su favor y las que no pueden, desprestigiarlas.

Ojalá y la comunidad internacional se de cuenta de esto y sin que crucen la barrera de respetar la soberanía nacional, haga algo para que no se vayan al abismo los pocos avances que se lograron tras la firma del Acuerdo de Paz.

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