Por Belén Fernández*
Al Jazeera
A principios de este mes el Washington Post informó: “En la reacción médica ante el ébola, sovaldi sale Cuba da un golpe muy superior a su peso”.
Mientras el mundo sigue acusado de “arrastrar los pies” desde el comienzo de la epidemia, señaló el Post, la pequeña isla ha “emergido como un proveedor crucial de experticia médica en las naciones africanas occidentales afectadas por el ébola”.
155 profesionales de la atención sanitaria ya habían sido enviados a Sierra Leone –el mayor equipo enviado hasta ahora por una nación extranjera –y casi 300 doctores y enfermeras están siendo entrenados para ir a Liberia y Guinea.
La reacción de Cuba ante la crisis del ébola corresponde a su tradición de solidaridad internacionalista a través de sus contribuciones a la salud global. En 2009, el New York Timesmencionó que, durante los últimos 50 años, Cuba ha “enviado más de 185.000 profesionales de la salud en misiones médicas por lo menos a 103 países”.
Obviamente, esto ha creado muchas oportunidades para cáusticas comparaciones entre el sistema cubano y el de su vecino imperial del norte, que prefiere una política exterior basada en la destrucción. Una doctora cubana residente en Venezuela me dijo una vez, hablando de esa discrepancia: “También luchamos en zonas de guerra, pero para salvar vidas”.
Más allá de invasiones directas y cosas semejantes, EE.UU. también se especializa en formas más sutiles de guerra. Después del artículo del Post sobre Cuba, el historiador Gred Grandin nos recordó una “historia de la que se ha hablado menos” en un blog para The Nation .
EE.UU. “trabaja activamente para diluir la efectividad de la ayuda médica al exterior de Cuba”, escribió Grandin, “colocando su obsoleta obsesión con Cuba del tiempo de la Guerra Fría… por sobre las necesidades básicas de atención sanitaria de la gente más pobre del mundo”.
Conmiseración selectiva
¿Entonces, cómo funciona ese proceso de dilución?
Mediante el Programa de Profesionales Cubanos de la Medicina Bajo Palabra, el Departamento de Estado de EE.UU. incita a personal médico cubano a desertar e irse a EE.UU. desde países terceros en los que están estudiando o trabajando, con ayuda de funcionarios consulares locales estadounidenses. Grandin señala secamente: “Si solo los chicos hambrientos de Honduras víctima del golpe recibieran una ayuda semejante”.
Si consideramos que la conmiseración de EE.UU. es asignada según motivos políticos, ideológicos y económicos, se hace obvio por qué los jóvenes hondureños no pueden contar con ella. El golpe de 2009 en Tegucigalpa, ejecutado con el respaldo de EE.UU., aseguró que el país seguiría funcionando como una base militar estadounidense de facto y una fuente lucrativa de beneficios corporativos.
Aparte de la miseria económica generalizada que inevitablemente conduce al servilismo al capital extranjero, el aumento del crimen posterior al golpe y un clima de impunidad general han contribuido a la cantidad desproporcionada de menores hondureños no acompañados que llegan a la frontera de EE.UU., el país que es en gran parte responsable de sus sufrimientos.
Como ejemplo de lo que pasa a continuación, según el titular de Reuters de julio: “Primer vuelo estadounidense deporta jóvenes hondureños con el ímpetu de la vía rápida”.
En cuanto a la simpatía de EE.UU. hacia los doctores cubanos que no han desertado, es instructivo echar una mirada a la transcripción de la Información Diaria de Prensa del Departamento de Estado del 15 de octubre, presidida por la portavoz Jean Psaki:
Jean Psaki: Hay algunos países que son más grandes que Cuba que no han contribuido tanto como Cuba [al esfuerzo contra el ébola].
Pregunta: ¿Es lo más agradable que puede decir sobre Cuba? (Risas.)
Después de un pequeño va y viene y una protesta del entrevistador de que “No es un motivo de risa”, Psaki hace una concesión respecto a los esfuerzos médicos cubanos: “Aceptamos su apoyo”.
No cabe duda de que fue una recepción más cálida que la que tuvo lugar cuando Cuba ofreció ayuda médica tras el anterior desastre neoliberal , el huracán Katrina.
Enfermedad y beneficio
Rob Wallace, filogeógrafo de salud pública en la Universidad de Minnesota, me explicó recientemente por qué sucede que “esta epidemia de ébola en particular es neoliberal en su centro vital”.
“La última repentina demanda de tierras motivada por el capital que llevó a la deforestación de África Occidental y el ajuste estructural que truncó la infraestructura médica regional surgieron juntos como resultado del programa neoliberal”, me escribió en un correo electrónico.
“La primera expandió la interconexión entre los seres humanos y la fauna silvestre portadora del ébola. El segundo impuso las inadecuadas reacciones de la salud pública que ampliaron la transmisión. El propio ébola no podría haber pedido un combo más perfecto”.
Un ensayo en Jacobin “La economía política del ébola”, describe formas adicionales en las cuales el mercado libre permite el avance de la enfermedad; en pocas palabras, el ébola es una “enfermedad no lucrativa”, incapaz de seducir a las compañías farmacéuticas.
Tal vez no sea sorprendente que Cuba, al no estar infectada por el neoliberalismo, haya reaccionado con tanto fervor ante la actual epidemia. Con su sistema de atención sanitaria gratuita universal, el país ya ha acumulado impresionantes logros médicos en el frente interior, ¿por qué no hacerlo en todo el mundo?
Y aunque queda por ver qué éxitos, si los hay, resultarán de la guerra de los cubanos contra el ébola, por lo menos merecen alabanzas por luchar contra dos enfermedades al mismo tiempo.
*Belén Fernández es autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso. Es editora colaboradora de Jacobin Magazine.
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Fotografía: Médicos cubanos y trabajadores de la salud de Cuba, descargan cajas con medicamentos y material médico a su llegada al aeropuerto de Freetown, Sierra Leona el recién pasado 2 de octubre. (Foto Diario Co Latino/AFP/Florian Plaucheur)