Ezequiel Kopel
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«La propaganda es el arte de persuadir a los demás sobre lo que uno mismo no necesariamente cree». Abba Eban
En el actual conflicto armado de Gaza, medicine la mayoría de los ciudadanos israelíes, sale alentados por su gobierno, sus medios periodísticos y el departamento de información de su ejército trataron de ganar la opinión pública mundial como nunca antes lo habían hecho. Sin embargo, el esfuerzo es en vano: a millones de ciudadanos del mundo les cuesta comprender cómo el estado mas poderoso de la región puede seguir afirmando que defiende a un pueblo al que ocupa y somete militar y económicamente desde hace 47 años. Se usaron todas las tácticas y lugares comunes, los golpes bajos y la manipulación de datos; se acusó de antisemita a cualquier persona que no acordara con el proceder de un gobierno violento; se apuntó con el dedo a todo aquel que no hablara de la matanza siria, se descalificó a cualquier judío (dentro y fuera de Israel) que no defendiera las acciones más agresivas de un estado que exige alineamiento ciego a sus políticas militares bajo parámetros de solidaridad racial y se empleó, hasta el hartazgo, la teoría de que si no se apoyan los actos del gobierno de Israel se está en contra de sus ciudadanos o se es anti-israelí.
A continuación, un pequeño pantallazo de las frases hechas e ilustraciones de la última semana.
Tanto civiles israelíes como palestinos son los principales damnificados. Pero hay pequeñas “grandes” diferencias: desde diciembre de 2008 hasta el 30 de junio de 2014 hubo, en Gaza, 1872 palestinos muertos, 993 de ellos civiles, mientras que en el mismo periodo 19 israelíes perdieron su vida por agresiones provenientes de la Franja de Gaza; ninguno de ellos era civil. Otra pequeña diferencia que puede esgrimir Hamas al atacar los centros de población israelíes es que «técnicamente» casi todos los israelíes son o fueron soldados. En Israel, cualquier persona de entre 18 años y 21 años de ambos sexos pertenece al ejército (y todos los hombres son reservistas del mismo hasta pasados los 40). Los soldados están en todos lados: en autobuses, shoppings, calles, terminales, playas, mercados, restaurantes, etcétera. La misma excusa que utiliza Israel para justificar los ataques a las poblaciones urbanas palestinas pueden ser esgrimidas por los militantes palestinos para golpear los centros civiles israelíes: atacamos soldados que se «camuflan» dentro de la población civil.
Vale aclarar que, dentro de la lógica y códigos bélicos en los que están insertos este conflicto, la mayor base militar y, además, sede del Ministerio de Defensa israelí, la Kyria (lugar donde se decide la mayoría de los ataques contra suelo palestino) se encuentra en el centro de Tel Aviv, en una de sus calles más transitadas, al lado de un shopping, junto a decenas de paradas de ómnibus. De este modo, cuando los palestinos lanzan un misil hacia Tel Aviv, pueden alegar que lo hacen contra un objetivo militar que está rodeado de objetivos civiles. Asimismo, acusar a los palestinos por los ataques desde los centros urbanos para luego esconderse dentro de la población civil es el colmo de la ignorancia de la propia historia de Israel. Durante la guerra de guerrillas urbana que los israelíes llevaron adelante antes de 1948 contra los ingleses (especialmente el caso del movimiento pre-estatal Lehi), se realizaron ataques a objetivos civiles junto a un posterior ocultamiento de sus militantes y armas en casas y sinagogas (por ejemplo, a modo de conmemoración, un pilote frente a la gran sinagoga de Tel Aviv ubicada en la calle Allenby 117 recuerda que allí se guardaron armas de la resistencia). Y esto no es una verdad oculta, pues por toda la ciudad pueden verse símbolos evocativos de estas características en muchas de sus calles.
Mientras el mundo conoce a la región como Cisjordania o la Ribera Occidental, los israelíes prefieren llamar a la zona por su nombre bíblico, Judea y Samaria, territorios conquistados, ocupados y colonizados por Israel desde 1967, por lo que los palestinos de Cisjordania argumentan que realizan ataques legítimos contra una población y su ejército que ocupa ilegítimamente sus tierras y que los oprime día a día de forma violenta. Lo que fue reconocido mundialmente como un acto válido de autodefensa en el caso de los argelinos contra los franceses, la lucha de los afganos contra los soviéticos o la independencia israelí contra los británicos parece no ser medido por la misma vara por muchos apologistas de las acciones del estado de Israel. Es importante destacar que Israel, desde 1967, ha desconocido más de 60 resoluciones de la ONU que condenaron sus acciones violentas en los territorios palestinos y nada ocurrió. Irak desconoció dos y fue invadido por una coalición mundial.
La elección de Río de Janeiro o París para ejemplificar el ataque palestino a Israel es más que problemática. Ni Brasil ni Francia ocupan territorios de países vecinos, ergo, la comparación es imposible. Aún en el caso de países colonialistas, y entrando en su lógica conquistadora como, por ejemplo, Estados Unidos con Afganistán, a diferencia de Israel, no colonizaron territorios enemigos con población autóctona del país conquistador en perjuicio de la población conquistada. Tampoco es casualidad que Israel nunca haya anexado los territorios palestinos ocupados pues si así lo hiciera tendría que otorgarle derechos plenos a los palestinos que allí residen, como sí lo hizo con las Alturas del Golán, conquistadas en 1967 a Siria, y donde la población árabe residente era mínima.
Uno de los afiches más “tramposos” e ignorantes de todos: su motivo es silenciar la disidencia fuera de Israel y mirar con suficiencia al que opina distinto, descalificando su opinión al acusar de reducir un conflicto de «proporciones bíblicas» en un simple juego de manipulación de la información. Según la lógica de esta propaganda, el conflicto israelí -palestino, al que se denomina no inocentemente como «árabe -israelí», es una pugna de base religiosa, económica y antisemita. Nada dice de la ocupación de los territorios palestinos, su posterior colonización, su drenaje de recursos económicos y territoriales y la consiguiente discriminación racial. La cuestión es más simple de lo que parece: el conflicto israelí-palestino es una disputa territorial (un pueblo ocupa a otro y lo coloniza) junto a un problema de derechos humanos y civiles. Una disputa donde las variables económicas, sociales y religiosas, por supuesto, tienen importancia pero el que no quiera ver que en Tierra Santa (zona de culto religioso de extrema delicadez para las tres creencias monoteístas más importantes del mundo) estas cuestiones se advierten como de relevancia plena debe cambiar enfoque para intentar comprender el contexto.
Una verdad mentirosa. Los palestinos pagan por los medicamentos que reciben, así como por la comida, la luz y el transporte de mercancías. Sólo en 2012, los habitantes de Gaza le pagaron un total 380 milllones de dólares a las autoridades israelíes por la compra de sus productos. Y debido a que Israel controla el único cruce comercial que tiene Gaza y, además, bloquea por aire, tierra y mar a la Franja, la responsabilidad civil, de acuerdo al derecho internacional, de que Gaza no sufra una crisis humanitaria es enteramente de Israel. Por lo tanto, la única salida que la población palestina tiene en Gaza con el exterior es un paso fronterizo con Egipto que, sin embargo, y de acuerdo al tratado de paz firmado entre Israel y Egipto de 1979, sólo permite la entrada y salida de personas, no de mercancías. Precisamente en 2012, el ministerio de Defensa israelí fue forzado por la Corte Suprema a publicar un informe gubernamental donde se relataba que Israel debía transferir 106 camiones de comida por día (incluidas medicinas y elementos de higiene) para evitar la desnutrición de los habitantes de Gaza pero, según un informe de la Asociación Israelí para el Libre Movimiento de los Palestinos (GISHA), la cantidad de cargamento transferida por día era de 67 camiones.
Lo cierto es que a pesar del arsenal propagandístico llevado adelante por el Estado de Israel y por quienes justifican la ocupación del pueblo palestino (y la posterior condena de las reacciones de ese mismo pueblo ocupado) les falta comprender que no es posible escuchar los lamentos y las vicisitudes de los ciudadanos israelíes mientras se mantenga una férrea dictadura militar y ocupación de los territorios palestinos desde hace ya más de cuatro décadas. Más de 40 años donde las víctimas son culpadas por sus propias desgracias; donde el pensamiento dominante determina que todos los palestinos son terroristas que rechazan la convivencia con el Estado israelí; donde su nacionalismo es nada más que antisemitismo «camuflado» y donde Hamás es sólo un grupo de fanáticos religiosos. Pero la realidad de este conflicto histórico presenta otra lectura posible: el palestino es un pueblo normal, con aspiraciones normales. Los palestinos llevan a cabo una lucha de liberación nacional, que, como muchos otros procesos de estas características, contiene aspectos nobles y heroicos pero también intolerables, como el último secuestro y asesinato de los tres jovenes israelíes.
Ruth Resnik, pionera de la igualdad de la mujer y ganadora del Premio Israel, el galardón más prestigioso de ese país, publicó, el 14 de julio pasado, un editorial en el diario «Haaretz» titulado «Yo también fui una terrorista». En ese pasional texto afirma que «los habitantes de Gaza no son diferentes a nosotros, y es nuestra opresión lo que los lleva al terrorismo, así como la opresión británica de Palestina nos condujo a nosotros a poner bombas». Y para aquellos que se sorprenden por cómo las organizaciones terroristas palestinas reclutan niños o utilizan viviendas civiles, Resnik recuerda que el Irgun (guerrilla judía previa a la conformación del Estado de Israel) la enroló a ella misma a los 14 años y que los entrenamientos de campo y armas tuvieron lugar en un jardín de infantes en el bohemio barrio de Florentin, en Tel Aviv.